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viernes, 07 de marzo de 2014cermi.es semanal Nº 114

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Cuarto de invitados

Alejandro Gándara, escritor

“Una cultura del logro personal, como la nuestra, es una cultura de seres solitarios”

Por Esther Peñas

01/03/2014

Imágenes: Jorge Villa

Su primera disposición fue la de atleta profesional. No pudo ser. Cuando probó suerte en los tempestuosos mares del Periodismo, recibió el encargo de entrevistar a Rosa Montero. Lo hizo, pero la grabadora no le respondió. A pesar de ese tropiezo, llegó a dirigir el ‘Suplemento de libros’ de ‘El País’. También fundó la ‘Escuela de Letras’, y firmó en otros periódicos, como ‘ABC’. Ahora, entre otras ocupaciones, gobierna el blog literario ‘El escorpión’, de ‘El Mundo’. Y escribe, claro. Su última novela, ‘Las puertas de la noche’, una peculiar reflexión sobre la muerte.

Alejandro Gándara, escritor¿Son más sugerentes las puertas de la noche que las del día, que también las menciona Parménides en el poema que da título al libro?  Es como si pensase usted que la muerte cierra el ciclo, sin importarle si hubiera algo más…
 
Lo que hay más allá de la muerte es la vida. En el poema de Parménides, el filósofo viaja arrastrado por dos deidades hacia el Hades, el Infierno; después regresa, y cuando regresa se ha convertido ya en filósofo, político, legislador, en médico, en sanador… ha aprendido algo por haber viajado hasta la muerte. Es lo que se llama ‘la muerte en vida’. Los que han aprendido a morir en vida pueden regresar a la vida y crear cosas que antes no existían.
 
Las gentes del campo parecen estar hechas más al dolor, o por lo menos lo asumen de un modo más natural; en las grandes ciudades, la muerte resulta casi una irrupción grosera…
 
Una cultura del logro personal, como la nuestra, es una cultura de seres solitarios, de seres que no funcionan bien en comunidad, que no la articulan bien, por eso está todo el mundo metido en problemas y tribunales. La existencia en comunidad, más próxima al pueblo, es lo que se ha desfigurado con el tiempo, y a cambio ha aparecido la ciudad, que es un artefacto de crear individuos, lo contrario de la comunidad. Si no hay comunidad no hay cosa que compartir, no se puede compartir la muerte, por eso para nosotros la muerte es un acontecimiento radicalmente solitario, que no puede compartirse con nadie y para el que no tenemos recursos emocionales ni intelectuales para dotarla de sentido. Una cultura, cuanto más orientada esté al individuo y menos a la comunidad, más sola y perdida estará respecto de las separaciones.
 
Habla en su prólogo de la necesidad de responder a la pregunta única, quién soy yo. Eugenio d’Ors afirmaba que a esa cuestión responde la vocación, hacer aquello que hacemos con primor.
 
La pregunta no es quién soy yo, sino quiénes somos o, como mucho, quién soy yo entre lo otros. Para decir quién es uno ha de saberse mucho acerca de quiénes son los otros; el conocimiento tiene el mismo principio, no hay conocimiento si no es compartido, igual que no hay experiencia si no es compartida. Lo que no es compartido es psicopatía como forma de estar en el mundo. Esta crisis que sufrimos la han causado psicópatas, estamos en un medio público gobernado por psicópatas, por personas que carecen de relación con algo que no sea ellos mismos. 
 
¿El problema del hombre moderno es que escamotea esa pregunta crucial o que se la contesta mal?
 
El problema es que se contesta chorradas. Lo único que puede sustanciar la vida es responder a la pregunta, al reto que supone tener que existir en un contexto de mortalidad, y la forma en que respondemos condiciona y determina la respuesta que nosotros damos a otras crisis de la vida. Qué profesión eliges, cuánto quieres ganar, si quieres o no formar una familia, qué vas a hacer con el fracaso… lo determina todo. 
 
Alejandro Gándara, escritorHay demasiado de usted explícito en esta historia: la edad, el blog para el que escribe el protagonista, su profesorado en la Escuela Contemporánea de Humanidades…
 
Estamos ante una biografía, o lo que es lo mismo, una ficción. Una biografía tiene que solucionar algún aspecto, y este libro refleja un aspecto de mi vida cuyo hilo conductor es mi actitud ante la muerte; también pudiera escribir otras biografías que tuvieran que ver conmigo como atleta, como hice en ‘La media distancia’, o como profesor o amante, y todas esas cosas juntas no dejarían de ser otra ficción mayor, quizás mas completa, más voluminosa. Es cierto que todas las experiencias que se cuentan en ‘Las puertas de la noche’ son personales y que está construido el personaje tal y como me veo a mí mismo, aunque soy incluso peor que ese incompetente que circula por el libro. Trato de contar una carencia personal, una alienación personal, porque todo libro acaba traduciéndose en una necesidad de aprender algo pendiente.
 
Después de tanta exposición, ¿cabe el pudor en esta historia?
 
Sí, porque para mí la literatura es algo necesario y urgente, no me gusta especialmente escribir, la idea de quedarme en casa encerrado durante años escribiendo un texto me espanta, prefiero ligar, o ver fútbol. Sólo escribo cuando lo veo necesario, y este libro responde a la necesidad de dotar de sentido a esas carencias, y a la petición de mi mujer, que me propuso que escribiera para que nuestra hija pudiera enfrentarse a la muerte. Éste fue un estímulo importante, cuando uno trae un hijo al mundo no puede dejarle a solas con la conciencia de que va a morir. Eso sería una putada. Hay que darle algo a cambio, un recurso, una herramienta que le ayude a adquirir esa conciencia y a darle sentido.
 
La novela gravita sobre cómo encaramos el dolor, y se recogen distintos ejemplos de cómo lo han hecho otras culturas. Después de miles de años ¿no hemos avanzado nada?
 
Hemos avanzado en ciencia aplicada, no en conocimiento, en conocimiento hemos ido perdiendo, ha habido una degeneración de la capacidad reflexiva y de pensar en imagen, de la capacidad imaginativa. La ciencia aplicada recogió los conocimiento de Pitágoras y Euclides y empezó a hacer artefactos; los artefactos, una vez inventadas las matemáticas, los puede hacer cualquier tonto o cualquiera que se empeñe o cualquiera que tenga un grado de neurosis suficiente. La nuestra es una civilización que se decantó muy tempranamente por el control del medio, lo cuantificó, y la cuantificación no es más que una expresión de tratar de controlar el medio, lo que te rodea, y después llegaron las máquinas, la industria necesaria para que el mundo adquiera la fisonomía de un sitio controlado. 
 
Distingue entre el dolor y el daño. Del dolor se aprende. ¿Del daño también?
 
No, el daño es lo que nos hacemos nosotros con el dolor. El dolor viene de la vida, el daño de cómo encaramos el dolor, si no lo vencemos, si nos parece injusto o excesivo aparece el daño, pero el daño es externo al dolor, porque el dolor no tiene nada que ver con la justicia, ni con la retribución, sino con la estructura de la vida, y si no lo tenemos claro podemos quedar encerrados en el dolor para siempre. Es la historia de los corazones rotos, de quienes son incapaces de hacer el duelo que requiere todo dolor y, por tanto, de superarlo. Alejandro Gándara, escritor
 
La historia comienza con la muerte de Muriel y se cierra –y no es casual- con un nacimiento. ¿Cuántas veces ha nacido Alejandro Gándara?
 
Como todos, muchísimas, por los ciclos biológicos, que nos obligan a abandonar al niño, después al adolescente (aunque la adolescencia, hoy en día, es una etapa que entronca casi con la senectud), por las separaciones afectivas, los cambios de ciudad, de mundo, de objetivos profesionales y vitales… todo eso va transformando radicalmente al que éramos. Lo mata, de algún modo.  Marco Aurelio decía que somos los muertos que hemos sido, y eso contiene  dos verdades: una, que hemos sido muchos muertos y que están muertos, y dos, que siguen ahí, aunque estén muertos. Lo único más o menos continuo en mi vida ha sido la escritura, pero también ha cambiado mucho. Es decir que todos, en ciertos momentos, somos seres enteramente nuevos.
 
¿Nos relacionamos con los muertos de manera pueril?
 
Nos relacionamos con una ficción perversa, atendiendo al relato lineal biográfico, según el cual nosotros somos el producto de diversas etapas de la vida, como si uno no pudiera escoger el cambio, cambiar.
 
Es que tiene muy mala prensa el cambio. De hecho, cuando se dice de uno que ha cambiado, siempre se hace con un matiz de escrúpulo.
 
Porque el cambio obliga a reconocer al nuevo, y la gente se piensa como de una pieza de principio a fin, es más sencillo pensarnos como una acumulación de experiencias que han sucedido durante determinadas etapas temporales sucesivas que pensar en los que han muerto en nosotros y están viviendo en nosotros.
 
Hay psicólogos que advierten que, aunque resulte misterioso, acaso sospechoso, sólo a partir de la muerte se iluminan determinadas enseñanzas…
 
Vivimos en una cultura que ha enajenado el dolor, la muerte, la separación, la pérdida. No nos han enseñado a convivir con ellos, sino a evitarlos, con todo tipo de cosas, con fantasías, con sobrecarga de logros, de deseos, de intereses que impiden tener el momento necesario para mirar los asuntos que realmente importan. Todo tiene que ver con la separación, todo dolor es una separación de algo, la muerte es una separación del propio cuerpo, de la vida, una separación literal, como el abandono, cuando te quitan algo, cuando no consigues algo o cuando pierdes algo. Toda muerte establece una ruptura entre el individuo y algo del mundo.
 
Es curioso cómo cambia la concepción de la muerte. Mi abuela rezaba para que Dios la librase de la muerte súbita. El hombre de hoy firmaría por morir fulminado, sin ser consciente de que muere. 
 
Alejandro Gándara, escritorLa gente prefiere muerte súbita porque teme al dolor, a la incertidumbre y al proceso de despedida de la vida. El pánico hace que cuando alguien ha muerto de un ataque al corazón pensamos que ha tenido mucha suerte, pero nadie repara en que no ha podido despedirse de los suyos, dejar sus cosas en regla, que no le ha podido echar una ultima mirada al mundo ni reconciliarse con él. Es cuestión de miedo. 
 
Cuando alguien se nos muere ¿sentimos alivio de no haber sido nosotros el muerto?
 
Es uno de los grandes placeres, que se mueran los demás, porque la gente está convencida de que ella no se muere nunca. 
 
Pablo d’Ors, en su libro ‘Sendino se muere’, asegura que la manera de morir dice mucho de nosotros.
 
Lo dice todo.
 
Jenofonte, frente a la muerte de su vástago, profirió aquello de “sabía que lo engendré mortal”. ¿La muerte de un hijo es el trance más doloroso al que está expuesto el ser humano?
 
Sí, la pérdida de un hijo posiblemente es el mayor abismo del dolor, supongo. Es una interrupción del proyecto que contiene la vida y que se transporta a los hijos, el proyecto de llegar más allá, de trascender. Con la muerte del hijo se nos corta la generación, la posibilidad de proyectarnos en el tiempo y espacio. Lo más doloroso de las pérdidas no es lo que nos quitan, sino lo que deberíamos haber tenido y nos quitan.
 
Por concluir de un modo más pedestre –o no tanto-. ¿Cuál es el último libro que le ha emocionado?
 
… ‘Un hombre afortunado’, de John Berger. 
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