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viernes, 02 de noviembre de 2012cermi.es semanal Nº 53

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Cuarto de invitados

Santiago Auserón, músico

“La negritud contesta al dolor con belleza”

Por Esther Peñas

26/10/2012

Imágenes: Jorge Villa

Junto a Fernando Márquez, Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) fue el cráneo privilegiado de La Movida. Estudió Filosofía en Madrid y París y ahora frecuenta la cátedra de José Luis Pardo, en la Complutense, que le dirige la tesis.

Fue la voz de ‘Radio futura’ y desde hace años, musicalmente hablando, se hace llamar ‘Juan Perro’. El año pasado recibió el Premio Nacional de Músicas Actuales. Su última aportación nos llega en forma de libro: ‘El ritmo perdido’ (Península), un ensayo (“sin prejuicios ni excesos de suficiencia”) sobre el influjo negro en la canción española.

¿Cabe la nostalgia en este ensayo? ¿Mira hacia atrás porque lo que suena hoy le gusta tanto como para indagar sus raíces o, al contrario, porque la música actual le hastía y uno ha de buscar en otros tiempos más amables para la lírica?

Por talante personal, no soy muy dado a la nostalgia, pero como cualquier hijo de vecino, cuando echas la vista atrás, y por ejemplo sientes la necesidad de volver a pensar el influjo de personas que han desaparecido o de tiempos que no volverán, o de ciudades que han cambiado, o de calles que han remozado su aspecto, algo te araña un poco. Pero no me gusta recrearme en eso, me gusta preservar la memoria todo lo que puedo, de lo que araña y de lo que hace bailar.

¿Cuánto de heredado y cuánto de propio tiene la huella sonora de cada cual?
La huella musical es esencialmente colectiva, y la lingüística también, es tanto más propio, a título individual, cuanto más sólido sea el colectivo en el que participa; cuanto más fuerte sea el intercambio colectivo más te enriquecerá tu huella musical. La huella musical, como dice Elías Canetti, al que cito varias veces en el libro, es el producto de las masas invisibles. Hablamos de todos los muertos que han contribuido a la fabricación de nuestras palabras, de nuestros instrumentos musicales, en la configuración de nuestros ritmos y melodías. Esos seres que ya no están permanecen en la media en que han sostenido la evolución del lenguaje y los sonidos.

Antiguamente –y no hace tanto, usted mismo lo menciona en el libro refiriéndose a sus padres–, uno escuchaba, sobre todo en los patios de vecinos, cantos de los distintos hogares. Hoy se canta menos. ¿Porque estamos estresados, porque ya ni la música nos sana o porque simplemente no sabemos?
Porque el canto no cumple ya ese papel de crear un ámbito relajado. Yo lo he vivido en la infancia, tú también, siendo mucho más joven que yo. ¿Por qué se cantaba en el patio, en la terraza, esas coplas, esos boleros, mientras se hacían las faenas? Para llenar de vibraciones el espacio, para contarse y contar una historia, para reproducir un enigma viajero, que viene de otra parte. Eso son las canciones. Hoy en día el espacio, el ámbito social, el doméstico y el público, están literalmente atravesados de frecuencias que no sólo no hacen necesario crear esas atmósferas, sino que traen información audiovisual urgente, apresurada, condicionada por los intereses de las audiencias. Estamos muy condicionados por las nuevas tecnologías y los medios de comunicación.

¿Y ponen en riesgo, esas nuevas tecnologías, esos medios de comunicación, el canto más personal?
Desde luego hay un riesgo de perder calidad en el lenguaje y la música. Porque lenguaje y música son contenidos fundamentales, es decir, son contenido y soporte. Ya la canción en sí es un soporte para preservar la memoria, sobre todo en la fases de tradición oral, pero hoy se trata como contenido para rellenar soportes tecnológicos, olvidando que ya de por sí la canción es un soporte. La tradición oral no se ha interrumpido todavía, existe la escritura, registros mecánicos, electrónicos, pero la tradición oral pervive.

Entonces…
Hay que tratar de dar dignidad a las canciones que llevan nuestra lengua.

Mantiene la tesis soterrada de que todo género musical es un entramado cultural. Todo está interrelacionado, nada surge en un espacio estanco. Ni los tangos son puramente argentinos, ni el pasodoble español, ni el flamenco andaluz…
La cuestión de los orígenes la discuto mucho en el libro porque cuando investigas uno de estos ritmos, como has mencionado tú, el tango, la rumba afrocubana, el pasodoble español, el marjorie árabe-persa, cualquiera, siempre hay un momento en el que, cuando estás a punto de revelar el lugar, el origen, te topas con algo forastero, con una encrucijada. Siempre aparece un factor foráneo en la consolidación del canto natal, y eso es muy interesante, eso quiere decir que probablemente en el terreno musical, y en el lingüístico quizás también, aunque no es lo mismo, estamos hablando de elementos interculturales que relacionan muchas tribus, células o patrones culturales que se mueven entre distintas etnias por naturaleza. Algo distinto al nacionalismo lingüístico o al patriotismo cultural tan de moda hoy en día. Una perspectiva distinta.

Y esa tesis ¿resquebraja aún más esta España tambaleante en cuanto a nación?
Lo que nos vincula es nuestra lengua, los buenos alimentos, el ritmo, más allá de banderas o himnos. Todo ese patriotismo de pacotilla me pone enfermo. La sustancia nunca puede reducirse a una marca. Dejémoslo aquí.

El lenguaje y la música, ¿es un matrimonio indisoluble, dos autarquías que se interrelacionan, una pugna constante por ver quién prevalece..?
La relación entre música y letra es simbiótica. Los dos son hechos sonoros; el lenguaje recurre al sonido para realizarse. Una escritura sin referencia al hecho sonoro no existe. La matemática lo intenta, pero ni siquiera ella alcanza a desligarse. En las relaciones palabra y música, la palabra ha adoptado, en relación con las religiones, el papel del elemento sacralizado, porque la palabra es sacra y está en la cúspide de la pirámide. Los sonidos vienen jerarquizados por el sentido de la palabra que se conoce como sagrada. Formamos parte de las religiones del Libro y, en ese ámbito en especial, la palabra sacralizada por una escritura mantiene una relación con la música conflictiva siempre, porque de la palabra proviene la conciencian de lo sacro, de lo superior, y las clases dominantes se atienen a ese poder de las palabras jerarquizadas que, a su vez, jerarquizan los sonidos. Sin embargo, por debajo circulan los ritmos y las melodías dando vida a las palabras; sin ellas, las palabras se disolverían en el aire. Para fingir esa sacralidad, que al fin y al cabo tiene que dar razón de las jerarquías y el poder político, la palabra, sobre todo la poética, necesita recurrir a ese mundo de la sonoridad en el que todo es más vago y complejo, todo admite mezcla, todo se fragua en lo oscuro.

¿Lo oscuro como ausencia de sonido o lo oscuro como intuición?
El sonido en sí mismo es un fenómeno de la oscuridad; no lo vemos, pero lo percibimos y lo hablamos, lo cantamos, vemos cómo vibra la cuerda de una guitarra, la caja del piano... vemos casi los efectos del sonido… cuando alguien baila de manera notoria. El fenómeno sonoro ocurre al lado de la no visibilidad, es decir, de lo invisible. Y el lenguaje, siendo sonoro, alude a un hecho que debe ser visible o que se hará visible, hace alusión a esos hechos que tienen que acabar confirmándose en el terreno de lo visible. Entre tanto, el lenguaje sonoro lo representa. Esa virtud de representar lo ausente, si no fuera por la movilidad del sonido, no sería practicable. Por eso reivindico el hecho sonoro y las artes del sonido, su papel en la formación del pensamiento y de la cultura, parejo a la jerarquía de lo visible, único dato fiable de la experiencia, y la palabra, fuente y símbolo de sacralidad.

Pienso en mujeres como Toña la Negra, La Lupe o Teresa Vera. ¿Siempre la música de la esclavitud remite al dolor?
Es la lectura a través de la esclavitud. Para el hombre occidental es inevitable pensar que sí. Se relaciona con el dolor, con el sufrimiento incluso con el exterminio porque es el modo de relación que ha establecido el hombre blanco con los cantos africanos, pero el canto esclavo en Arabia, en el periodo de formación del imperio arábigo, las Cortes de Damasco en Bagdad, desempeña un papel muy importante; al igual que el canto esclavo afroamericano. Hay una relación de necesidad, podríamos decir. La negritud contesta al dolor con belleza, una belleza compartible por toda la gente del planeta, incluso por los hijos de los mismos que esclavizan a esa gente. En el origen, para mí la relación con lo negro no es cuestión de dolor, sino de un sistema de pensamiento distinto al griego. Grecia prima las cuestiones de armonía, a través del pitagorismo, las proporciones de la octava musical, y, sin embargo, no estudia las proporciones del ritmo; es raro, muy raro, ¿verdad? Los griegos afirmaban que todo era ritmo. ¿Por qué no estudiaron los números del ritmo esta gente? Sólo los musulmanes empezaron a hacerlo.

Pero seguro que tiene una explicación para ese enigma…
Quizás la explicación es que el ritmo lo considerasen una cuestión menor; mientras que la armonía permite una inteligencia matemática que se relaciona con los planetas, superior, digamos, un conocimiento noble, aristocrático, el ritmo lo relegan. Ten en cuenta que la armonía es para los griegos el modelo cosmológico, político, el griego toma la armonía por modelo del mundo. El africano, en cambio, basa su modelo de concepción del mundo en el ritmo. Practica la armonía, pero de un modo áspero que nos suena a desafinado, aunque de una de una belleza tremenda y cautivadora. Para los africanos, el ritmo es la trama, la cestería. Tiene que ver con el sistema de representación que uno escoja, y actualiza sus relaciones con los ciclos naturales, con las estaciones, los periodos de fecundidad, etc. Para los africanos no existen una jerarquía del lenguaje y la música. El hecho sonoro es la trama de base donde  luego acontece el canto, el mallazo básico. Y educan a los niños en una práctica e inteligencia del ritmo. Por ejemplo, los africanos entrelazan un ritmo de dos y de tres, los superponen, y el cantor puede elegir el dibujo. Para nosotros es una esquizofrenia completa. Nos parecen dos universos incompatibles, salvo en los tanguillos de Cádiz.

¿Podríamos decir que la armonía de Grecia era más analítica, y la africana más intuitiva?
En ambos sistemas existe intuición y análisis pero en grados distintos y favorecidos por sistemas sociales diferentes. Por eso una cuestión musicológica desemboca en antropología y sociología. El africano es un sistema de pensamiento que tenemos que hacer compatible con lo nuestro. El siglo XX lo ha puesto en evidencia. Nuestra sociedad no tiene remedio hasta que no seamos capaces de solucionar el hambre de África. Hay locos que ya piensan en la transhumanidad, en la inteligencia artificial. Amigo, ¿por qué no solucionamos la humanidad ahora?

Las nuevas tecnologías nos permiten conocer lo que se hace musicalmente en cualquier parte del planeta. Esto, en vez de enriquecernos, provoca que toda creación musical sea más roma. ¿Por qué escogemos el camino más pobre, el de menor recorrido?
Por inercia y codicia. Quien tiene menos escrúpulos obtiene riqueza más rápido, y sólo desde la riqueza se puede generar riqueza. Esto consolida un sistema difícil de romper, que sólo puede quebrarse oponiendo energías espirituales equivalentes. El dinero es muy importante, ya lo decía Heráclito, que era como el fuego, se intercambia por todas las cosas, no hay que perderle el respeto, pero para no encadenar todo el destino de la humanidad a la codicia, al capitalismo en última instancia, sin planteamiento ético alguno, hay que generar energías equivalentes capaces de generar fuerzas.

Suena un poco esotérico esto de las energías…
Me refiero a generar energías a través del lenguaje, del pensamiento y de las artes. La cultura es mucho más importante para el futuro de España de lo que asumen nuestros gestores. Y se ha demostrado que el dirigismo estatal funciona. Piensa en el caso del deporte. Llevamos dos décadas con un dirigismo estatal que fomenta el deporte, que le concede ayudas y subvenciones. Y ahora tenemos una generación de chavales subidos a los podios de todas las disciplinas deportivas. En cultura se podría hacer lo mismo. Porque el deporte es parte de la cultura, no al revés.

Fotos: Jorge Villa

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