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viernes, 04 de mayo de 2012cermi.es semanal Nº 32

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Cuarto de invitados

Jaime Alejandre, escritor

“La plenitud viene de la diversidad”

Por Esther Peñas

27/04/2012

Imágenes: Jorge Villa

Su último desempeño público fue el de director general de Políticas Sectoriales sobre Discapacidad, pero hubo otros antes. Por ejemplo, observador de Naciones Unidas en Angola. O vicepresidente de la Agencia Europea de Medioambiente. Con esa misma vocación de servicio público que ejerce su profesión escribe versos, cuentos, novelas, obras de teatro, ensayos. No en vano ama la diversidad. Por si no tuviera suficientes méritos, Jaime Alejandre (Las Huelgas, Burgos, 1963) es un conversador delicioso. Y tiene algo de esa “lentitud de arqueólogo en los ojos” de la que habla su poesía.

¿Pasar por la política le hace a uno más descreído?
No, a mí, no. La política es el arte de hacer posible las ideas y el tiempo que he estado en gestión y dirección de estrategias ha sido muy fructífero. Eso no evita que tengas decepciones, como las tienes en la familia, que sientas mayores y menores afinidades. Pero, como solía decir mi padre, se hace política desde que te enfrentas al espejo por las mañanas y te peinas. La política no es decepcionante porque haces cosas con las que transformas la realidad; a veces, un cambio puede no mejorar pero, desde luego, para mejorar las cosas hay que cambiar lo que tienes, y el instrumento del que se ha dotado el hombre para hacerlo es la política.

¿En la política hay lugar para la emoción?
Soy muy emotivo, lloro viendo películas, escuchando música… lo considero una virtud. A mis casi 50 años me sigue emocionando, y cuando digo ‘emocionando’ me refiero a que se me saltan las lágrimas, cuando veo en el telediario niños muriéndose de hambre en el cuerno de África; cuando, en una película salen imágenes de la II Guerra Mundial; cuando la lengua de signos española se consideró lengua oficial, como el vasco o el catalán… la emoción es uno de los pilares de mi existencia.

Vargas Llosa dice en su último libro, ‘La civilización del espectáculo’, que el concepto de cultura se ha banalizado tanto que está vacío…
La cultura, y en concreto la literatura, que es la disciplina que más conozco, no puede estar al margen de la realidad social de los momentos históricos en los que se mueve. El triunfo del capitalismo, con las connotaciones que arrastra (el usar y tirar, la rapidez, la inmediatez, la búsqueda de la ortodoxia, del fordismo, la producción en cadena, el todo rápido), ha impregnado de conceptos económicos no sólo la producción física del libro, sino a la producción cultural literaria. De ahí el triunfo del bestsellerismo, como yo lo llamo. Sí, hay una vaciedad en la cultura, pero no es algo nuevo en la historia, ha habido recaídas de la reflexión literaria en otros periodos de la historia. Es cierto que estamos en un momento en el que el arte es más banal, porque se busca el entretenimiento puro y eso no es cultura. El acto por el cual el artista genera un libro, una idea, es el acto creador, pero no termina ahí, cuando el artista ha creado. Ahí, en ese momento empieza el acto, cuando entrego un poema, un cuento a una persona. Sí, estamos en un momento de cierta vaciedad en la que aparecen islas o archipiélagos de grandísimos escritores, artistas plásticos, etc.

¿Quizás porque se asume la perversa idea de que lo cultural no es divertido?
El entretenimiento es simple, banal, tú no pones nada de tu parte. El consumismo aplicado al arte te da la idea, el producto, y no tienes que poner ni tus incertidumbres, ni tu duda, ni tu imaginación. Sigue un esquema reiterativo. Pero eso no es cultura. La cultura te obliga a poner parte de ti, a completar la obra. Se puede tener un momento de gozo leyendo a Margarite Yourcenar, puedes leer novelas magníficas en las que ocurren peripecias; la cultura no supone sufrimiento.

Hombre, hay novelas con las que la gente sufre de verdad, y llora, como con el libro ‘Las ceniza de Ángela’, que pese a su tinte de best-seller, es una buena historia; o cuando se lee ‘A sangre y fuego’, de Chaves Nogales, sufres, por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Por ejemplo, ahora estoy leyendo a Max Aub. Y a mí, que presumo de que me gustan las palabras, me hizo acudir al diccionario como cuarenta veces. ¿Eso te impide disfrutar? No es cómodo, desde luego, pero descubres palabras tan hermosas… Todo aquello que te llena, te entretiene. Lo que ocurre es que se ha limitado el significado de entretenimiento. ¿O acaso uno no se entretiene jugando la ajedrez, que requiere una concentración absoluta?

En su cuaderno de bitácora, en el pórtico de su página web,  cita a Stevenson cuando dice aquello de “aspiro a ser un espíritu optimista, alegre”.
Me define la contradicción, mis libros son muy pesimistas y, sin embargo, soy una persona alegre. Será porque creo que el derrotismo nunca ha producido mejoras en la sociedad ni obras de arte. Fíjate en Stevenson, él, un tipo tan vitalista, escribió unos versos terribles: “La vida, qué es la vida, en un páramo desnudo ver el amor llegar, ver el amor marcharse”.

Haciendo uso del título de uno de sus libros, ¿cuáles son las palabras en desuso que se empeña en restituir?
Ese libro tiene que ver con la poesía… me sorprende que, en un país que ha dado algunos de los mayores poetas de la humanidad, la poesía careciera de  prestigio social. Hoy en día la poesía, y por ende los poetas, se consideran la elite de las artes, algo con lo que tampoco estoy completamente de acuerdo, pero antes la poesía se consideraba cosa de mariquitas. Supongo que el odio hacia la poesía se debe a la obsesión del sistema educativo por el orden cronológico. Si a un niño le das a leer las églogas de Gonzalo de Berceo, seguramente no las entienda. Pero si empiezas por Ángel González, seguro que les gusta. Lo mismo ocurre con Calderón, el mayor dramaturgo de la historia de la Humanidad. Pero, volviendo a tu pregunta, el sentido de palabras en desuso también se aplica a mi propia poesía, porque tardé muchísimo en publicar; lo hice en 1987, en formato no venal, pero hasta 1995 mis libros no se vendieron en librerías. Es decir, que pese a que la poesía es un formato muy inmediato e intemporal, tardé trece años en publicar mis poemas.

¿El poeta tiene más de azar o de virtuosismo innato?
El virtuosismo no me gusta nada, me parece que tiene poco que ver con el arte; estamos hartos de ver unos cuadros hiperrealistas con un enorme virtuosismo, en el sentido canónico de la palabra, que no transmiten nada. O a niños que interpretan de manera virtuosista a Rachmaninov pero no emocionan…

Reformulo, pues, la pregunta. ¿El poeta tiene más de azar o de talento innato?
Hay un talento innato, pero tiene que desarrollarse. ¿Cómo? Leyendo. Mis primeros cuentos y poemas se los enseñaba a uno de mis profesores, que me daba algunas indicaciones. Lo que más me ayudó fue una lista de libros que él no podía recomendar en el colegio (hablamos del año 76 ó 77, en un centro de curas). Esa lista todavía la conservo porque cambió mi percepción del mundo. Leer ‘Memorias de Adriano’, por ejemplo, a los catorce años, o a Pessoa, te transforma. Es decir, se trata de conjugar el talento, el trabajo y, sobre todo, la lectura. Tampoco me considero poeta. Poeta era Luis Cernuda, más bien escritor.

Ahora que menciona a Pessoa, él, como Kant, fue un tipo que apenas salió de su comarca, al contrario de usted, que es todo un nómada. ¿Qué reporta el viaje?
Para mí es consustancial a mi vida; tengo pasión por la diversidad, de ahí que me gusten poetas antagónicos. Encerrarme en mi casa, en mi pueblo, me limita mucho; tengo espíritu aventurero, de nómada. También es verdad que siempre regreso, pero el viaje me da una perspectiva diferente y permite tocar la diversidad humana, cultural, paisajística… lo diverso me enriquece, por eso no me he especializado en nada en literatura. La plenitud viene de la diversidad.

¿Siempre ha querido regresar?
Sí, siempre, al menos, he sabido que regresaría. Ha habido muchos países que me gustan, pero España es el país más bonito, en general, para vivir; por el clima, las personas, la cultura, sus paisajes… Me fascina también el desierto de países como Namibia o Angola. Alaska también me dejó una huella profundísima porque es la naturaleza en estado puro y tiene unas dimensiones que empequeñecen el alma… ¡hasta de Kant! En cualquier caso, siento especial predilección por África, pero mi sitio para vivir es España.

¿Algún destino al que no volver por poco poético?
Aunque he vuelto muchas veces por trabajo, una ciudad que nunca me ha entusiasmado es Nueva York. Incluso me ofrecieron trabajo allí, pero lo rechacé. Es cierto que, en una de las últimas veces que estuve, crucé el puente de Brooklyn y me resultó un espectáculo hermoso, pero no me gusta la ciudad. Jamás viviría allí. Por lo demás, en todos los sitios donde he vivido me he sentido feliz, nunca extranjero.

Así como hay viajeros y turistas, ¿hay mucho impostor en la poesía?
Una vez me invitaron a dar una conferencia sobre Alaska y, precisamente, me detuve en que creo que se ha exagerado la distinción entre viajero y turista. Viajeros hay cuatro o cinco en el mundo, los demás somos turistas. Es cierto que dentro del turista hay tipologías diferentes, desde el que viaja con todo organizado y hasta le indica de qué modo tomar la foto, hasta el que se pierde por las calles de la ciudad que visita. Pero desde el momento en que tienes un billete de ida y vuelta eres turista. Hubo un español que viajó desde Lisboa a Pekín en bicicleta, atravesando países complicadísimos. Eso es un viajero. Pero tampoco hay que despreciar la palabra turista.

¿Y en cuanto a los impostores de poesía?
Dentro de la poesía, como en todas las demás artes, hay gente que se gusta demasiado, a la que le encanta proclamar que es poeta, gente insufrible. Desde los años noventa, ha habido un proceso de profesionalización de la literatura. La gente de mi generación escribíamos cuando podíamos, por las noches, por las mañanas… hoy en día, las editoriales, por la mercadotecnia, quieren profesionalizar al escritor, y le hacen contratos, y le obligan a escribir. Y muchos de esos escritores funcionarios se convierten en pedantes que se creen más importantes que su obra. Pero sucede en casi todos los órdenes de la vida, los grandes suelen ser sencillos; los intermedios, insoportables. Por ejemplo, yo practico atletismo. Cuando te encuentras con un corredor de la elite, un subcampeón del mundo en maratón, por ejemplo, el tipo va a tu lado, te da consejos, te ayuda. Sin embargo, un corredor segundón, por decirlo de alguna manera, te suele mirar por encima del hombro.

¿A los grandes se les perdona la soberbia?
Pues es que la soberbia es de los defectos humanos que menos aguanto… Hay mucho que leer, así que si me encuentro con un escritor soberbio, lo más seguro es que no lea sus libros, qué le voy a hacer. Si Hitler hubiera escrito una novela magnífica me la perdería. Pero no me preocupa, como es imposible leer todos los buenos libros que hay…

Cito unos versos suyos de ‘Derrota de regreso’: “mansedumbre gozosa del que vuelve”. ¿Todo regreso conlleva la sensación de fracaso?
‘Derrota de regreso’ es un juego de palabra. Derrota alude a la pérdida, al fracaso, pero también es el rumbo del barco; de ahí el doble sentido, el de que he fracasado porque regreso o el de que simplemente aludo al camino de regreso. El viaje como tal puede resultar un fracaso y, sin embargo, regresar de él enriquecido, que es de lo que habla el libro, y de que hay veces en las que uno necesita volver a sus orígenes, a lo primigenio. Además, el regreso permite ver y apreciar cosas que se te pasaron por alto en la partida. Es como cuando veo de nuevo películas como ‘Blade runner’, ‘Las aventuras de Jeremías Johnson’ o ‘La edad de la inocencia’, siempre saco matices diferentes.

¿De qué cura la edad, verso suyo que titula una canción de un amigo en común, Luis Felipe Barrio?
Preciosa canción, es verdad… A mí me ha ido curando de los dogmas, de las ideas preconcebidas, de los prejuicios. Vivimos en entornos culturales y familiares que nos refuerzan prejuicios. Por ejemplo, mi generación, cuando conduce, tiende a decir una frase muy machista: “¡Mujer tenías que ser!”. Hay que luchar contra lo que te sale como natural, hay que vencer esa naturaleza.
Claro que hay gente a la que la edad no les cura nada…

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