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viernes, 13 de abril de 2012cermi.es semanal Nº 29

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Cuarto de invitados

Juan Jacinto Muñoz Mengel, escritor

“La hipocondría es un mal de la imaginación, al igual que la literatura”

Por Esther Peñas

12/04/2012

Imágenes: Jorge Villa

Es el invitado más joven que se ha acomodado en este ‘cuarto de invitados’. A sus 37 años, el malacitano Juan Jacinto Muñoz Rengel publicó su primer libro en 2005, ‘88 Mill Lane’. Su segundo libro de relatos, ‘De mecánica y alquimia’ cosechó prácticamente todos los premios posibles.

No era para menos. Su insólita artesanía en la construcción de la historia, su capacidad para recrear ambientes, su delicado humor en dosis prescritas y su imaginación de factura borgiana –con perdón- hacen de él un escritor  delicioso. Nos presenta ahora su primera novela, ‘El asesino hipocondríaco’ (Plaza&Janés), en la que nos relata la historia de un asesino de moral kantiana que busca almas gemelas en distintos filósofos y escritores que, como él, padecieron de hipocondría.

Sentir cierta simpatía, compasión o hasta cierta empatía con un asesino ¿es perverso, natural, enfermizo..?

Depende del asesino... uno de los precedentes muy lejanos de la novela podría ser el protagonista de ‘American pyscho’, pero con él no te identificas porque es un asesino de verdad, frío, inhumano y, aunque él también te explica desde su punto de vista por qué hace lo que hace, su planteamiento te repugna, mientras que este asesino es muy singular, le cuesta matar, de hecho no lo vemos nunca hacerlo, por lo que el rechazo natural no se produce. Por otro lado, mi asesino se tiene por ser íntegro, de moral kantiana, lo cual no deja de ser una contradicción (un asesino, por definición, es amoral), que pone en jaque uno de los dos conceptos, y en este caso prevalece la parte entrañable, honesta y metódica del personaje.
 
Un asesino hipocondríaco, pero también exquisito, educadísimo y bien instruido, a pesar de no haber recibido formación reglada, como reconoce en un punto de la trama. Un tipo peculiar donde los haya... ¿cómo surge la idiosincrasia de este personaje?
En el fondo quería escribir una comedia. La base de la novela es de género negro, la portada, el título, el arranque, pero desde el principio notamos que es una parodia del negro, y que la historia respira mucho sentido del humor. El tipo, el asesino, está solo –un asesino profesional ha de ser casi por defecto un tipo solitario-. Cuando alguien está tan solo, tiene mucho tiempo y, si además se es hipocondríaco, se acaba leyendo toda la literatura médica, por eso a pesar de ser iletrado es muy culto. Busca amigos imaginarios, muertos, Descartes, Kant, los escritores que menciona, busca almas gemelas, busca gente que sea igual que él y que, de alguna manera, sean figuras paternas. Él está desubicado, llega de Argentina, mueren sus padres... carece de entorno familiar y social, por eso busca esos hermanos o amigos imaginarios. Y va explicando lo que le sucede con anécdotas de  filósofos que él conoce bien. 
 
¿Cuánto de hipocondría tiene la literatura?
Muchísimo, sólo tienes que ver la cantidad de literatos hipocondríacos que he reunido aquí y los que han quedado fueran porque no cabían o no venían al caso. Hay hipocondría no sólo en la literatura sino en el resto de las disciplinas artísticas, quizás porque la hipersensibilidad está próxima a la genialidad y a su vez a la locura. La hipocondría es un mal de la imaginación, al igual que la literatura.
 
De todos los alifafes de nuestro profesional, de todas las enfermedades raras (el síndrome de Proust, la maldición de Ondina) que remiten a una investigación previa, ¿cuál le sobrecogió o le sorprendió más?
Sí es cierto que hubo una investigación previa sobre las enfermedades raras. Por un lado, me tenían que encajar en la trama y dar pie a situaciones disparatadas y distorsionantes; buscaba las más extrañas, las más singulares y llamativas, porque la intención de la novela es sorprender, por eso los capítulos son cortos y admiten distintos formatos, como una lista de la compra, un testamento o un poema, buscando un contraste que sorprenda. Las que más juego me dieron fueron ‘la maldición de Ondina’, esa enfermedad en la que quien la presenta tiene microsueños en los momentos más insospechados, y el síndrome de los acentos extranjeros, que instiga a quien lo padece a imitarlos. Las últimas enfermedades que se describen no son reales, el lector lo intuye porque el protagonista, tan metódico, las etiqueta como ‘sin clasificar’.
 
¿Cómo evitar que un sicario, tras un año y medio observando a su víctima, no se encariñe de ella?
Nuestro protagonista es neutro, no es ni bueno ni malo, es metódico, tan cuadriculado que parece no encariñarse, aunque lo que se ve es que, gracias a su víctima (víctima y verdugo son un binomio), se amplía el personaje, gracias a ella el asesino encuentra una ventana al mundo, lo que le humaniza, gracias a ella nuestro asesino por vez primera escucha música, y se da a entender que le gusta la mujer de su víctima. Hasta acaba comiendo una hamburguesa, con lo escrupuloso que es para temas de alimentos. Quiero decir que nuestro asesino se va dejando afectar. Además es una broma, ¿qué asesino profesional tarda año y medio en ejecutar su trabajo?
 
Por encima de todos ellos, el hombre elefante, un ser incomprendido hasta el extremo, ¿qué simboliza?
Es el punto de contraste entre los quejicas que han salido antes (Poe, Proust, Byron) y el que de verdad está enfermo, Merrick. Los demás juntaron un repertorio de tonterías o de enfermedades imaginarias con ligera base real, como Proust o Voltaire. Necesitaba alguien real como Merrick para que los demás quedasen ubicados donde merecen.
 
Le devuelvo una pregunta de su libro: Si un hombre atraviesa el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano, ¿qué?
Tendríamos que pensar que ha pasado algo sobrenatural, fantástico. Ese juego me interesaba para sembrar la duda de que hasta qué punto lo que uno cree que sucede, aunque no suceda, sea verdad. La mente puede provocar síntomas reales, la somatización. Por eso utilicé el sueño como instrumento simbólico. Basta recordar que nuestro personaje, que es un hombre, ¡tiene un embarazo imaginario! 
 
¿Es más hermosa la ficción que la realidad?
No entendería la realidad sin ficción, la realidad se construye mediante ficción, el propio paradigma de realidad está hecho con la imaginación, sólo sabemos lo que creemos que es realidad. Con la posmodernidad nos damos cuenta de que la ficción afecta a la realidad y forma parte de ella, es decir que Frankenstein y los Molinos del Quijote son parte de la realidad, y afectan a otras partes de esa realidad. Son dos términos indisolubles.
 
‘De alquimia y mecánica’ es un regalo literario, por las historia en sí y por el exquisito virtuosismo con el que están escritas y con el que se engarzan. Tanto éxito como tuvo, ¿apabulla o vivifica?
En mi caso me anima, no sé si llegaría un momento en que el éxito podría bloquearme... morir de éxito... hasta ahora, como no ha sido tan extremo y he ido pasito a pasito, porque llevo escribiendo veinte años, no me preocupa. Ha habido una generación que sí ha muerto de éxito, como Lucía Etxebarría, Juan Manuel de Prada, Espido Freire... que no han podido remontar las obras que los encumbraron. Mañas, por ejemplo. En mi caso, he ido desde lo más pequeño hacia arriba, y no considero que haya tenido éxito, pese a la cantidad de premio que obtuvo el libro que mencionas. 
 
¿Qué extraño azar hace que el público masivo no sintonice con escritores espléndidos como Vila Matas, Pablo d’Ors o Menchu Gutiérrez?
El autor de culto es un problema complejo. Se reservan a un lector digamos avanzado, son grandes escritores con una gran calidad literarias pero con obras no tan accesibles, pues todos sus niveles de lectura requieren una cultura. Hay novelas que siendo grandes tienen niveles de lecturas con los que algunos conectan con el gran público, ‘El perfume’, por ejemplo. Se puede leer por un lector de a pie, o ‘El nombre de la rosa’, que cuenta con elementos que rescatará un lector avanzado. 
 
¿Corren malos tiempos para la literatura que recrea el goce estético?
No creo. Los lectores que buscan en la lectura el goce literario puro siguen leyendo. Ahora hay más gente que lee, que lee cosas sin calidad literaria. Pero entonces hablamos de mercado, que no entiende de literatura. Para el mercado, un libro es un producto más. La clave la encontramos en ‘El Quijote’, un libro que satisface cualquier apetito lector, desde el más básico hasta el más exquisito. 
 
¿A qué no renunciaría Juan Jacinto por el éxito?
A escribir lo que me de la gana en cada momento. A escribir la novela que quiera escribir.
 
¿Los escritores mercenarios son malos escritores?
Hay determinados sellos que publican sólo a ese tipo de escritores. Para mí, la escritura es otra cosa. 
 
¿Es requisito fundamental el sentido del humor para la literatura?
Para la vida, desde luego. Si nos centramos en ‘El asesino hipocondríaco’, también. La cuestión radica en que el humor nos permite tomar distancia de nosotros mismos, lo cual facilita casi todo.
 
¿Es usted un hombre de moral kantiana?
Lo intento ser desde que descubrí el imperativo categórico. 
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