Activistas
Javier Tamarit, psicólogo (Valladolid, 1954)
Hacedor sin etiquetas
29/05/2020
Blanca Abella
El sentimiento, la naturalidad con la que Javier reconstruye sus recuerdos, y la forma de relatar una vida tan activa, según él hiperactiva, es la esencia de esta conversación desprendida de etiquetas. La vida de Javier Tamarit ha discurrido por una senda elegida, pero también por caminos y vericuetos inesperados. Su afán, lejos del perfeccionismo y con vocación altruista, ha sido siempre "arreglar las cosas", entre otras, las cosas de la discapacidad intelectual. Y, “si algo no tiene sentido, transgredir para que lo tenga”.
Sus primeros recuerdos en torno a la discapacidad se remontan a la etapa escolar. Entonces él no percibió nada especial, pero ahora vuelve a ese momento para tirar del hilo de una historia de vida sin etiquetas, porque si algo no le gusta a Javier, es la insistente tendencia a etiquetar a las personas.
Fue en el patio del colegio donde compartió sus primeros momentos con personas con discapacidad. Entonces, esos chicos estaban separados y tan solo algunos días, por momentos, disfrutaron de la compañía de Javier y otros niños. "Alguien tuvo la feliz idea de organizar turnos para que dos niños fuéramos a compartir una mañana con ellos... pasado el tiempo, supe de qué se trataba, eran niños con discapacidad intelectual a los que no dejaban estar en el colegio y les tenían allí hasta que tuvieron su colegio de educación especial".
Psicología activista
Pasados unos años, la vida le llevó también de forma inesperada a estudiar Psicología, aunque su decisión inicial estaba más ligada a la Medicina. Fue gracias a una colaboración que hizo al final de la escuela con un equipo de psicólogos, que finalmente le regalaron un informe de orientación vocacional donde le decían que la psicología podía ser una salida: "Conseguí una beca salario y estudié en Madrid, y a partir de ahí, enamorado de la psicología y de la actividad como tal".
Y así se explica por qué Javier ha comenzado este relato diciendo que su dedicación al mundo de la discapacidad, "en su momento no fue una decisión clara". Desde luego no estaba muy claro, pero una vez decidido, fue contundente y permanente. Cuando estaba terminando su carrera, comenzó a colaborar en un gabinete que atendía a "niños y niñas que no encajaban en la educación ordinaria ni en la especial, porque tenían dificultades diferentes a la mera presencia de una discapacidad intelectual; dificultades de conducta, de comunicación, trastornos mentales asociados, autismo..."
"Ahí me engancho y ya no paré”. Este gabinete se dedicaba especialmente a niños con varias dificultades, lo mismo una dislexia que problemas de conducta, o de entendimiento, y crearon un servicio específico para niños que tienen necesidades en la comunicación, en la conducta e interacción social. Su objetivo entonces era lograr que en un año o dos los chicos volvieran al colegio del que procedían. “Lo logramos con muchos niños, pero había algunos que no eran bien recibidos de vuelta en los colegios, vimos que no iba a ser posible reintegrarles y se nos ocurrió crear un colegio para ellos, y creamos
Cepri (Centro de psicología y rehabilitación infantil, rebautizado años más tarde por Javier con el nombre ‘Cole encantador para ratos inolvidables’), donde estuve hasta 2001”.
El Centro Cepri surgía de unos “equipos de psicología activista, implicada política y socialmente con la idea de cambiar las cosas, con la intención no escrita de lograr impacto social, transformación... no era tanto una historia clínica, de atender los problemas, que también, sino de cambiar las cosas”, explica Javier, que insiste en su decisión de trabajar con niños y niñas que tenían discapacidad intelectual y algo más que no se explicaba por esa discapacidad.
Corrían los años 80 y cada tres meses temían el cierre por imposibilidad de mantener el centro, hasta que en el año 86 lograron unos conciertos que facilitaron su estabilidad. A partir de ahí las condiciones laborales de Javier también mejoraron un poco. “Empecé a tener contrato en el año 86, pero fue algo que hice por decisión personal, porque creía en ello y me apasiona, nadie me debía nada, esos niños no iban a ser atendidos en ningún lado, entonces no había la atención temprana de ahora y llegaban niños con 8, incluso 12 años, con situaciones muy difíciles... Y me enganchaba mucho la psicología experimental, basada en la observación, los datos, en pruebas”.
Es una etapa plena para Javier: “Fue un tiempo precioso, de creación y generación de proyectos, muy activos en congresos y esferas de investigación, encuentros, desarrollando prácticas, porque siempre me interesó cómo traducir lo que se dice en teoría a la práctica, a la vida real de la gente”. Y avanzaron en su proyecto creando los centros de día para personas con grandes necesidades de apoyo (con esos niños que terminaban el colegio y no tenían dónde ir) y la primera asociación mixta de discapacidad intelectual, de familias y profesionales, “porque creo que por encima de los lazos de sangre había lazos de compromiso y por lo tanto quien estuviera comprometido debería ser socio de la entidad”.
La calidad y la lotería
Con el tiempo, y paulatinamente, siente que esta labor ya no encaja en su proyecto de vida y comienza un nuevo camino junto a
Plena inclusión (entonces Feaps), con los que ya había colaborado en alguna ocasión. “Me llamaron para la elaboración de los manuales de buenas prácticas y me encargaron, junto con Pere Rueda y Juanjo Lacasta, la dirección de los mismos, que se presentaron en 1999”. Y a finales de 2000 Paulino Azúa le ofreció la posibilidad de colaborar y llevar ‘lo de la calidad’, algo que sorprendió a Tamarit, que aseguraba: “De calidad no sé nada ni me engancha nada”.
Pero el reto y la hiperactividad se aliaron y empujaron a Javier a formarse en la calidad total en las organizaciones, y más tarde en el proceso de transformación de los servicios. “Al final era trasladar lo que de alguna manera estaba haciendo en un grupo reducido, a todas las entidades de España. Me permitió tener un contacto muy directo con todas las organizaciones de la discapacidad intelectual y me permitió también una cosa maravillosa que me faltaba, que fue la relación con personas con discapacidad intelectual con menores necesidades de apoyo, lo que eran los grupos de autogestores, personas que son ahora activistas. Para mí eso fue una lotería”.
Asegura que su entrega al trabajo se debe a su hiperactividad, “no tiene mucho mérito, ningún mérito, desde pequeñito me gustaba arreglar las cosas, deshacer un aparato y luego volver a montarlo, siempre me ha gustado hacer cosas que tengan resultado, aunque una vez hecho, es bonito pero no lo veo mío, no soy apegado... no me quedo soldado a lo que ya conozco, al contrario, me aburre cuando algo ya está encarrilado y empiezo a darle vueltas para que eso se modifique, se transforme”.
Un hombre rural de espíritu inquieto
Ahora Javier cuenta los días que le quedan para su jubilación, que es algo deseado, porque disfruta con pasión de los momentos de su actual hogar, en un pueblo soriano de la España vaciada. “Ahora mi momento es otro; una gente maravillosa nos ha adoptado, hace 13 años, y estamos encantados, es un sitio maravilloso, humanamente y naturalmente, en bienestar, en armonía entre la gente, con la naturaleza, con la noche, incluso con el frío, y mira que hace frío en Soria”, asegura. Y describe su actividad con deleite: “Coger la bici, salir a correr, estar con la familia, el contacto con las personas, la tranquilidad, la ausencia de contaminación, de ruido...”
En apenas unas semanas se despide de su actividad laboral, pero se muestra “absolutamente orgulloso del equipazo que hay en Plena inclusión, con gente comprometida, apasionada, conocedora, curiosa, luchadora…”, y apuesta por el comienzo de una serie de cambios en un futuro no muy lejano, como la necesidad de “asegurar la desinstitucionalización, lograr la vida en verdadera comunidad”. Habla de la necesidad de invertir en conocimiento, del compromiso, la pasión, la transformación social, las alianzas, los apoyos naturales, en comunidad. Y se pregunta: “¿De qué nos sirve pensar en la inclusión si se tiene que dar en una sociedad que es excluyente, basada en la competitividad y no en la cooperación?”.
Y terminamos, tras largo rato de charla afable, con un recuerdo a la actual y terrible pandemia, albergando la esperanza de que entre todos podamos extraer algo bueno entre tanta tristeza: “Creo que habrá un grupo significativo de personas a las que esto nos cambia la vida, hace más visible lo que realmente importa y creo que después de esto habría una oportunidad de entender la educación de otra manera, la empatía, la comprensión de lo humano, las actividades en equipo, la cooperación, la curiosidad, la pasión, el sentido de trascendencia...”