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viernes, 27 de marzo de 2015cermi.es semanal Nº 161

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más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Opinión

Ansias de volar

Por Víctor Bayarri, consultor social

23/03/2015

Víctor Bayarri, consultor socialHace más de cuarenta años, un gran artista, de una energía desbordante, cantaba esta bella canción:
 
“Tiene casi 20 años y ya está
cansado de soñar,
pero tras la frontera está su hogar,
su mundo y su ciudad.
 
Piensa que la alambrada sólo es
un trozo de metal,
algo que nunca puede detener
sus ansias de volar.
 
Libre
como el sol cuando amanece…”
 
Nino Bravo expresaba con un sentimiento vibrante de libertad algo que todos deseamos y que no siempre podemos alcanzar: ser libres para volar, para hacer realidad nuestros sueños, nuestros anhelos de descubrir otras vidas, otras personas, otros mundos. Ser libres para decidir en nuestras vidas.
 
Un sentimiento de libertad que siempre nos muestra su luz más cálida cuando florece el respeto por lo más sagrado que nos caracteriza: la dignidad humana. Algo que solo es posible desde el respeto mutuo por la vida y la libertad de cada persona, en toda su diversidad, en toda su rica y compleja diversidad. Lo decía Schiller con claridad meridiana: “Cada ser humano constituye en sí mismo el conjunto de la humanidad”. Cada ser humano, indistintamente de sus capacidades diversas y características únicas.
 
Sin embargo, en esos mismos tiempos de luces y de grandes avances científicos y culturales,  también se gestó la barbarie más abyecta, mostrando las múltiples faces de la inmensa potencia para la destrucción de que somos capaces. Todas las décadas del siglo pasado… y del actual, nos han mostrado esa oscuridad impenetrable que se extiende cuando prevalece el menosprecio por la vida del ser humano.
 
Unos tiempos que nos dejan una herencia de guerras y barbarie, pero también una extensa aspiración por una convivencia mundial en la que la libertad y la dignidad del ser humano, de cada ser humano, sea reconocida, respetada y promovida.
 
En este sentido no podemos olvidar el gran hito que supuso la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París.
 
“…la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.”
 
Estas palabras, que inician la Carta Magna de los Derechos Humanos, aún resuena en nuestras mentes y en nuestros corazones, con la fuerza de quienes declaraban “…que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.”
 
Aún muchos años antes, en el lejano siglo XVI, un discreto filosofo francés, el señor de la montaña, Michel de Montaigne, ya postulaba, en una época de fanatismos y guerras de religión, la libertad de conciencia, el espíritu crítico y el respeto por toda forma de vida y de cultura. Un hombre libre en una época oscura que en sus Ensayos hacía gala de templanza, previsión y sentido del necesario progreso humano. Como nos muestran algunas de sus celebres frases:
 
“Es necesario aprender a sufrir lo que no se puede evitar.”
 
“El medio de proceder más acertado es el de estar preparado, antes de que las ocasiones lleguen.”
 
“Elijamos la (acción) más necesaria y provechosa a la humana sociedad.”
 
Vivir libres, pues, es un fruto extraño: puede ser dulce, pero también amargo; nace del corazón, pero necesita de una acertada razón para crecer y alcanzar su plenitud; depende de nosotros, de cada uno de nosotros, pero necesitamos de los demás para que nuestras elecciones sean nobles y provechosas.
 
La libertad va a ser un deseo permanente en nuestras vidas, pero también una conquista diaria de nuestra capacidad para actuar y participar en el bien común.
 
Al fin, una vida libre va a ser, siempre, una vida consciente y responsable, una vida que cuenta con los demás, una vida dispuesta a compartir con nuestros seres queridos nuestras experiencias y nuestros anhelos; pero también una vida abierta a comprometerse con una de las más bellas aspiraciones humanas: que llegue un día en que en todos los lugares del mundo amanezca el sol de la libertad.
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