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viernes, 4 de marzo de 2022cermi.es semanal Nº 472

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
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Cuarto de invitadas

Miriam Tey, editora, escritora y agitadora cultural

"La corrección política conduce a una sociedad de mayor superstición y persecución al diferente"

Por Esther Peñas

04/03/2022

Vehemente, apasionada, vicepresidenta de la Sociedad Civil Catalana (entidad que combate el nacionalismo), editora (trabajó en Tusquets, Columna Edicions, Ediciones del Bronce y El Cobre), activista política (dirigió el Instituto de la Mujer y estuvo muy próxima a Ciudadanos en sus inicios como partido), Miriam Tey (Barcelona, 1960) es, sobre todo, refractaria de la corrección política y apóstol de la cultura catalana.

Miriam Tey, editora, escritora y agitadora culturalEspaña, ¿se asemeja ahora mismo más a una astracanada, un sainete, un esperpento, una tragedia…?
 
Quizás la palabra «esperpento» es la que más se le acerca; en cualquier caso, es una pena ver cómo las instituciones han perdido el prestigio que habían tenido desde la Transición y cómo los ciudadanos han ido perdiendo el respeto por los políticos y gobernantes porque éstos faltan a su palabra, a las normas y a las reglas.
 
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
 
Es fruto de los intereses espurios de muchos políticos que han estado y están en el poder y que quieren destruir un sistema con el único propósito de colocarse ellos donde hasta ahora han estado otros, al estilo populista, como estamos viendo que sucede en países latinoamericanos. Es algo muy peligroso para nuestro equilibrio como país porque nuestra democracia es relativamente joven y, que se la ponga en jaque desde el poder desde corpúsculos que tienden a minar el sistema que los acoge, es delirante y terrible.
 
¿Es imposible el entendimiento entre españoles, entre los hunos y los hotros, en el decir de Unamuno o Machado, o es cosa del hombre como especie?
 
De partida, es una tendencia general que nos agrupemos en bandos, pero ahí está la sabiduría de la Transición, por ejemplo, uniéndolos. Europa se ha mostrado como una figura fuerte que ha sabido buscar un entendimiento entre los países que la componen, incluso representando a gente ideológicamente muy distante. Eso es algo que todavía no hemos conseguido en España, una pena, y hago responsable de ello a los dirigentes de los partidos que no son capaces de llegar a acuerdos, y que hacen prevalecer el interés particular al bien común.
 
Que Ciudadanos se hunda irreversiblemente, ¿era una crónica de una muerte anunciada o un fracaso de España como país, que considera tibios a los centristas?
 
Realmente, esta ruina hay que adjudicársela al propio partido, a Ciudadanos, algo que lamento muchísimo porque, en sus inicios, cuando era Plataforma y se convirtió en partido, lo apoyé con todas mis fuerzas, como hizo gran parte de Cataluña; hay que recordar que ganaron unas elecciones, pero resultó ser una esperanza truncada y especialmente dolorosa en mi tierra. 
 
¿Qué puede, si algo puede, sellar la brecha anímica, afectiva, ideológica entre catalanes?
 
El cumplimiento de la ley, no hay otra. Cuando en Cataluña los gobernantes asuman que, como gobernantes, están bajo el paraguas de la Constitución, norma que han de acatar y desde ahí proponer todos los cambios que quieran, pero respetando el marco constitucional, cuando asuman eso, podremos avanzar. Hasta que eso no se entienda, no puede haber pacto ni diálogo posible, pero no porque no lo quieran los constitucionalistas, sino que no quieren los fuera del sistema, que no cumplen las leyes, sean políticos o ciudadanos. Por eso es imposible, hoy por hoy, un diálogo democrático. 
 
¿La rigidez –por buscar un vocablo amable– entre Cataluña y el concepto España es un problema estructural, más que ficticio?
 
Decían de nosotros que somos el país más fuerte del mundo porque, incluso queriendo destruirlo, no lo lográbamos. Esto viene casi de una leyenda negra que hemos comprado los propios españoles de ser un país fracasado, inútil o en exceso imperialista en algún momento, cuando se ha demostrado que el imperialismo de España respecto a Latinoamérica, puesto en la época, fue mucho más fructífero y enriquecedor que el de los propios anglosajones, salvo que ellos han sabido venderse mucho mejor que nosotros. A partir de ahí, el complejo nos impide construir un país pujante teniendo todas las condiciones para hacerlo: aunque hemos bajado unos puntos en la relación de The Economist, desde la Transición hemos tenido un crecimiento fantástico, contamos con la riqueza enorme de nuestra lengua, un tremendo respeto a la diversidad que ya pueden envidiar muchos países, somos pioneros en materia de discapacidad y los mayores donantes de órganos del mundo… por supuesto que hay que reconocer nuestros defectos, pero hagamos lo mismo con nuestras virtudes. Es necesario para seguir progresando.
 
¿Qué papel juegan los medios de comunicación en estos complejos, en la crispación imperante?
 
En muchas ocasiones, y en Cataluña de manera muy dramática, los medios de comunicación están apoyando en exceso al gobierno de turno y poco al sistema en general; el papel del periodismo tiene que ser siempre crítico y nunca sicario con respecto al poder. En Cataluña, un caso que conozco bien, desde aquel editorial conjunto a propósito del Estatut, hemos asistido a un triste seguidismo de un proceso perverso que nos lleva a la decadencia, que ya nos ha metido en la decadencia.
 
¿Está en el exilio el president?
 
¡Por favor! Forma parte del sainete. Cuando se hace teatro, el sainete funciona, incluso puede ser transgresor, pero cuando tiene visos de ser real y de poner en jaque y peligro a una comunidad entera, el sainete es terrible.  Desde el poder se ha estado avivando la agresividad de la ciudadanía con este proceso loco, por ejemplo, con Laura Borrás, presidenta del Parlamento de Cataluña, secundando un corte de tráfico de los independentistas, e incumpliendo la ley... todo resulta bastante penoso, y lo que es intolerable es que parezca que las víctimas sean los nacionalistas y los verdugos, los constitucionalistas, cuando es exactamente al revés. 
 
¿Qué margen de libertad tiene uno en una institución política?
 
Todo, es decir, la libertad no se puede ejercer sin un marco; nuestro marco de libertad se inicia en nosotros mismos, luego en las normas de convivencia, las leyes municipales, autonómicas, nacionales, europeas… pero la libertad que nos concede nuestra democracia es muy grande, tanto que acaba allí donde comienza la del otro. 
 
Estuvo al frente del Instituto de la Mujer. ¿Se siente identificada con el feminismo hegemónico?
 
El feminismo tiene que evolucionar, no hay duda, hasta cumplir su objetivo final que es desaparecer, porque querrá decir que dejará de ser necesario y habremos conseguido una igualdad en derechos y deberes respecto de los hombres. Pero esa igualdad está ya contemplada en la Constitución. Lo que tenemos ahora es un feminismo más fanático, más radical, pero no en sentido positivo, sino que no recoge lo que ya tenemos y sus imposiciones son más simbólicas que reales: a mí que una feminista se emperre en hablar con lenguaje inclusivo me parece estéril y absurdo, porque creo que tenemos que centrarnos allí donde la mujer tiene un papel débil, donde hay carencias en los recorridos profesionales, y no dejar hueco a que las pantomimas diluyan lo importante, por ejemplo el sector financiero, porque la economía es el poder más fuerte y no puede ser que estén excluidas de él las mujeres. Hay buena parte del feminismo que despista de los objetivos cruciales, pero hay otras feministas que estamos perfectamente capacitadas y tenemos la voluntad, junto con muchísimos hombres, de seguir trabajando por esa igualdad efectiva. 
 
Miriam Tey, ¿queda más cerca del feminismo del mee too, de esa moral victoriana que llega desde Estados Unidos, o de las corrientes más irreverentes, como las francesas o la de Paglia?
 
Yo estoy siempre con la libertad individual. No se trata de crear muchas cosas nuevas como de utilizar bien las que tenemos. No se trata de culpar a un hombre antes de que se haya demostrado su culpabilidad, no se trata de hacernos distintos ante la ley, porque somos iguales ante ella. Lo único que no quiero es que me metan en un gueto. 
 
¿La ley trans dinamita el lugar de la mujer?
 
No puede, aunque quisiera. Todos tenemos derecho a sentir lo que queramos, pero ese sentimiento no nos da derecho a todo. Hay que mantener el respeto por lo que cada cual siente, pero ese sentimiento, por el mero hecho de serlo, no es creador de derecho. Tendremos que llegar a acuerdos más matizados sobre quiénes somos cada uno, pero cuidado con las trampas: recientemente un maltratador aseguró que se sentía mujer en el momento de pegar a su mujer y no se le pudo aplicar la ley de género. Si nos metemos en ese bucle no habrá salida. Los derechos tienen que aplicarse a hechos concretos, no a sentimientos. 
 
La editorial de la que usted era copropietaria, El Cobre, publicó, coincidiendo con su dirección del Instituto de la Mujer, Todas putas, que algunos calificaron de apología de la violación y exigieron su dimisión. ¿Por qué nos hacemos tanto lío con la linde que separa realidad de ficción?
 
Siempre he defendido el papel de la cultura en la vida, porque en la cultura se puede dar aquello que no se da o no puede darse (o sí) en la realidad, como los sueños, la literatura (el arte, en general) abre un canal de lo posible. Hoy en día estamos viviendo en una segunda época victoriana con una corrección política que trata de someternos. La corrección política menoscaba la necesidad del matiz, y conduce a una sociedad de mayor superstición y persecución al diferente. En Estados Unidos, encabeza por Harold Pinker, se ha abierto una universidad libre de corrección política.
 
¿Se arrepiente de la decisión, de haber retirado el libro?
 
¡Es que no lo retiré!
 
¿Cómo que no lo retiró?
 
¡No lo hice, puedes comprobarlo, a día de hoy se sigue vendiendo! Es cierto que la prensa mayoritaria publicó, no sé atendiendo qué fuentes, que yo lo retiré, pero no lo hice. Para acatar una ley, lo hubiera hecho, pero no para responder a una presión ideológica. El libro puede gustar más o menos, pero es ficción. Si la literatura no es transgresora, ¿puede seguir siendo literatura? El libro se utilizó como arma arrojadiza. La izquierda formó todo ese jaleo porque yo formaba parte de un gobierno del PP, y el propio PP no supo defender mi postura, por ese complejo moral que tiene frente a la hegemonía de la izquierda, que es absurdo y frente al cual solo queda leer a Savater. 
 
Aparte de reparar ese complejo, ¿de qué nos cura leer?
 
De casi todo, de la soledad, el aburrimiento, de la estrechez de miras, de la cobardía… es una grandísima puerta abierta a lo que no existe y puede o no existir, leer es el regalo de muchas vidas. 
 
¿Qué libro le ha emocionado últimamente?
 
El jugador, de Dostoievski, un escritor al que amo, una tremenda reflexión sobre el suicidio y la muerte… y, también suyo, Las memorias del subsuelo, una reflexión sobre, entre otras cosas, la libertad. Fabulosos ambos. 
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