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viernes, 10 de febrero de 2012cermi.es semanal Nº 21

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Cuarto de invitados

Andrés Amorós, crítico literario

“La literatura, como todo lo importante en esta vida, se contagia, no se impone”

Por Esther Peñas

08/02/2012

Es un apasionado de la música, del cine y del toreo. Pero despuntó por su aguda, sensata y brillante crítica literaria. Andrés Amorós (Valencia, 1941) es Doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid.

Andrés Amorós, crítico literario

Fue miembro del Consejo Asesor del Centro Dramático Nacional y patrono del Festival de Almagro; dirigió la Fundación Juan March y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Tiene más honores y lauros en su haber, pero nos falta espacio para enumerarlos todos.
 
La mayor parte de su vida la ha entregado al placer de la literatura. Los españoles, ¿llevamos una dieta sana en cuestión de lectura? 
Regular… La producción editorial sí es muy amplia y variada pero, por desgracia, el índice de lectura no es muy alto y eso se debe, entre otros factores, a que el mundo actual, con la urgencia y competencia de otros medios de diversión, no favorece el reposo que normalmente implica la lectura. También es un problema de educación, y de errores heredados históricamente, como la desatención a las bibliotecas públicas. 
 
¿El best seller ha gangrenado la literatura?
España, al igual que todo el mundo occidental, Francia, Inglaterra, Italia, etc., ha sucumbido al imperio del best seller. La gran mayoría de los lectores se centran en él, y el best seller, ya se sabe, muchas veces tiene poca calidad literaria. Eso provoca que el libro de fondo cada vez tenga menos importancia y menos presencia en las librerías. 
 
La dictadura de la novedad…
Con frecuencia me piden que recomiende un libro de los que acaban de salir al mercado, y siempre me pregunto que por qué esa necesidad de leer lo nuevo teniendo tantos clásicos pendientes… Felizmente, la literatura está vigente. En vez de leer una novela regularcita, a pesar de que tenga un premio literario, aconsejo a Flaubert, Clarín, Stendhal, Cervantes… 
 
El hombre –del que se tenga constancia- que más libros leyó a lo largo de su vida, unos cinco mil, fue Borges. En España, anualmente se editan 80.000. ¿Es una cifra obscena?
En principio es un dato bueno, positivo, puesto que supone libertad y variedad. Como he vivido épocas anteriores en las que era difícil tener acceso a determinados libros, conseguir ciertas traducciones, etc., me alegra saber que hoy en día cualquier lector puede encontrar aquello que busca. Los amantes de los gatos, las lesbianas, los viajeros seducidos por destinos  exóticos… todo público dispone de una cierta variedad de libros que sacie su curiosidad e interés. Hay libros para todo, y eso es bueno. Ahora bien, en el terreno práctico, porque no olvidemos que el libro es una industria, un negocio, una gestión, plantea serios problemas. Por ejemplo, hay muchos títulos, pero las tiradas son muy cortas, lo que encarece los precios. Al haber tantos, su acceso a las librerías, como he comentado antes, se complica. Y su difusión es, en muchas ocasiones, casi imposible. Dígame de cuántos libros cree que habla un suplemento cultural como el de ‘ABC’ o ‘El Mundo’…
 
¿Unos cincuenta?
Muchos… pongamos treinta. Bien, redondeemos, multiplique esos treinta por las alrededor de cincuenta semanas que puede tener un año. ¿Cuántos libros aparecen en los suplementos anuales en un año? ¿Unos mil? Frente a los 80.000 que se editan es un absurdo. Cuando se publica tanto, se corre el riesgo, sobre todo las editoriales pequeñas, que cumplen un papel tan  benemérito, de que, con independencia de sus valores, el libro salga y nadie se entere. La literatura, como mercado, está muy descompensado y resulta ilógico. Es el precio que se paga por la libertad. En el ejemplo opuesto, Cuba, pongo por caso, nos encontramos con un mercado en el que se publican muy pocos títulos, con una tirada muy grande, y baratos. ¿Cuál es el inconveniente? Que es el funcionario de turno quien decide qué se publica y, por tanto, qué puede leer la gente. Eso no es bueno. Por último, la desolación del autor. ¿Sabe usted lo que hacen las editoriales cuando, pasado el tiempo, un libro ya no se vende?Andrés Amorós, crítico literario
 
Lo destruyen.
Peor: lo guillotinan. Recuerdo la primera carta que recibí de una editorial, hace muchos años, anunciándome que iban a guillotinar mi libro. Te  sientes como si fueras Maria Antonieta. Ahí existe otro problema no resuelto. Hay muchas instituciones que recibirían encantados esos excedentes: colegios, hospitales, bibliotecas, cárceles… ¿Por qué no se les ceden gratuitamente? Porque para la editorial es más ventajoso destruirlos, de tal modo que puedan computarlo como pérdidas ante Hacienda. Eso cotiza. Lo otro, no. 
 
¿Mejor leer, aunque sea a Coelho o Dan Brown, que no hacerlo?
Sin duda. Como decía Cervantes, hay que leer hasta los papeles que nos encontramos en el suelo. Leer es lo que nos abre horizontes, nos forma, nos refina, nos enseña, nos ayuda a entender la vida, nos hace mejores -o peores-… Es como comer. Hay que comer. Si comes bien, mejor. Me consultan, a menudo, padres preocupados porque sus hijos no leen. Les recomiendo que les regalen libros acerca de lo que les interesa. ¿Que a su hijo les gusta el fútbol? Que le compren libros sobre fútbol, que los hay, y buenos. ¿Les atrae el rock? También hay estupendos ensayos y biografías. Por supuesto, los padres tienen que leer, porque de otro modo no se puede exigir al hijo que lo haga. La literatura, como todo lo importante en la vida, se contagia, no se impone. 
 
¿Ha leído a Coelho?
Sí, claro. No me gusta. Su propuesta es demasiado frívola, pueril, banal… pero hay gente que entra en la buena literatura a través de puertas como Coelho. Evidentemente, Cervantes no es lo mismo que un folletín, ni San Juan de la Cruz está al nivel que un poeta de calendario, pero si la literatura de consumo es el camino para entrar en algo mejor, bienvenida sea. Por otro lado, como modesto investigador, siempre he tenido mucha curiosidad por eso que se denomina la ‘subliteratura’. Publiqué un libro sobre Corín Tellado, un fenómeno curioso, cultural, sociológico y literario. ‘Sociología de una novela rosa’. Después, Cabrera Infante escribió un artículo titulado ‘Corín Tellado, pornógrafa inocente’. Y unos años después, Vargas Llosa fue a conocerla. Toda la literatura me interesa, para bien o para mal.
 
Pero no todo vale…
En absoluto. Eso es lo que hay que evitar, esa cosa posmoderna de que todo es igual, de que todo vale lo mismo. En literatura no hay democracia. Yo soy capaz de escribir un soneto, sin demasiados problemas, un soneto perfecto métricamente, con rima y acentos, con contenido. Pero nunca podrá igualar a los de Quevedo. He escrito novelas, pero no serán como las de García Márquez. Me ponga como me ponga. No todos somos iguales. Andrés Amorós, crítico literario
 
Larra decía que el estigma patrio era la pereza; Umbral, la envidia y Fernán Gómez, el rechazo a la excelencia. ¿Cuál de ellos tenía razón?
Todos ellos, pero sobre todo Larra. Cito muchísimo una frase suya: “La pereza, la gran causa oculta en todos nuestros males”. Los españoles nos quedamos casi siempre en la idea, en la intención. Soy de los que creen que hay que trabajar, trabajar mucho. ¡Hasta para hacer un libro malo hay que trabajar! Es algo muy tradicional el personaje brillante de tertulia, un tipo fascinante que va a escribir un libro que le lleva toda su vida prepararlo y que luego se muere y a penas deja obra. Estamos obligados, de alguna manera, sin que suene pedante ni retórico, a dar la sociedad todo aquello que podamos en el terreno que hemos escogido. Yo no construyo puentes, ni curo personas, pero escribo. Y, a mi edad, si sigo escribiendo le prometo que no lo hago ni por dinero ni por vanidad. Claro que eso del rechazo a la excelencia también es terrible… El rechazo de la excelencia es propio de España y del mundo posmoderno. 
 
Donde no hay jerarquías…
Hice mi tesis sobre Eugenio d’Ors. Él definía la cultura de un modo muy acertado, a mi parecer, como el “respeto a las jerarquías inermes”. En efecto, la cultura es la conciencia de la continuidad en el tiempo y de la presencia o universalidad en el espacio. 
 
¿Cuál sería la excelencia en literatura?
Soy muy vulgar, me gusta Cervantes. Cervantes, en literatura. Bach, en música. Velázquez, en pintura. 
 
¿Se ha arrepentido de haber aceptado cargos de responsabilidad política?
No. He tratado de desempeñarlos del mejor modo posible, dando lo mejor de mí. Lo que peor llevé, porque no lo comparto, son los sistemas de cuotas. Me parecen muy mal. Por ejemplo, la llamada ‘cuota femenina’. Sé que compensa una injusticia histórica, pero no se puede elegir en función del sexo, de la religión que se profesa o de los gustos sexuales de cada uno. Ahora se pide a los teatros que estrenen una cuota de autores españoles, lo mismo que a las editoriales. Es ridículo, porque la ventaja de la literatura es que siempre está presente, que, en cierto sentido, no tiene historia, quiero decir que no hay progreso. Haffter ¿es mejor que Beethoven? José María Merino ¿es mejor que Cervantes? No. La literatura no es como la ciencia o la tecnología, que progresa, que avanza, y que mejora o perfecciona el pasado. 
 
Antes ha mencionado a d’Ors, y pienso en gente como Ortega y Gasset, Zambrano, Madariaga… ¿qué ha ocurrido con los intelectuales hoy en día? ¿Dónde están? 
No están… hay dos motivos claros, por un lado, la sociedad ha cambiado. Vivimos en una sociedad más igualitaria y democrática, que acepta peor la excelencia; no hay espacio, por tanto, para ellos, y mucho menos en los medios de comunicación. Por otro, hay una gran degradación y pérdida de valores, en España y en el mundo actual. Asombra y asusta la banalidad, la falta de cultura, la ausencia de personajes socialmente relevantes. Andrés Amorós, crítico literario
 
Como los toros de hoy en día, ¿los escritores actuales han perdido fiereza, casta?
En todos los tiempos ha habido una multitud de escritores mediocres, entre los que me incluyo, algunos buenos y, de vez en cuando, uno excepcional. Depende, todo ello, también del azar, no hay que olvidarlo. Decía Vargas Llosa que las dictaduras proporcionan muchos cadáveres a los escritores. Es decir, que en un contexto social difícil, duro, deprimido, el escritor dispone de más material con el que surtir sus historias. ¿Qué ha producido Suiza con tantos años de paz y armonía? El reloj de cuco. En este caso, la broma es de Orson Wells. 
 
Orson Wells, Hemingway, Bacall, Deborah Kerr… de las grandes personalidades que ha tenido la oportunidad de conocer, ¿cuál le impactó más y por qué?
En un sentido, Orson Wells; era absolutamente fascinante. Lo conocí cuando seguía la rivalidad entre Ordóñez y Dominguín. A Hemingway, por ejemplo, no se le notaba que era un genio. Wells era brillante y deslumbrante. Me marcó profundamente mi maestro, Américo Castro. También Julio Cortázar, con quien trabé una notable amistad. Tenía un trato humano extraordinario. Por supuesto, Francisco Ayala y Fernando Fernán Gómez… La excelencia existe. 
 
José Tomás, ¿es un alumno aventajado de la escuela de la temeridad o un asceta de la muleta?
Es un caso muy singular. Es un gran torero, por supuesto, lo que pasa es que hay algunos problemas. Partiendo de que es un gran torero, insisto, un torero de primera fila, creo que, aunque me gusta su forma de torear, puede hacerlo mejor. Tiene demasiada obsesión por Manolete, por ese tipo de toreo vertical. Si abandonara esa línea, sin duda torearía mejor. Por otro lado, no comparto en absoluto su estrategia empresarial. Las grandes figuras, en su etapa de plenitud, lo son porque torean en todas las ferias principales, toda clase de toros, todas las ganaderías, con todos los rivales y no le teme la televisión. José Tomás no cumple ninguno de estos preceptos.
 
¿Esplá sería lo más cercano al toreo clásico?
En cierto sentido sí. Es hijo de torero y ha mantenido la línea ortodoxa del clasicismo. Tuve la fortuna de conocer a Marcial Lalanda, un espléndido matador que sentía predilección por Esplá. También hay otros, Joselito, aunque esté retirado, o Enrique Ponce.
 
Ya que estamos en el año Dickens, no me resisto a preguntarle qué le parece el maestro y con cuál de sus obras se queda.
Diré una obviedad: Dickens es más conocido en Inglaterra que aquí. En España se le ha identificado sólo con libros para adolescentes, ‘Cuento de Navidad’, Oliver Twist’ o ‘David Coperfield’, que leíamos de chicos y que nos hacían llorar. Dickens es más que eso, es uno de los grandes del XIX, sin duda, pero humildemente me interesan más Stendhal y Flaubert, aparte de que los considero mejores escritores. De Dickens me gusta la huella cervantina y quijotesca, es decir, me quedo con ‘Los papeles póstumos del Club Pickwick’.
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