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viernes, 1 de julio de 2022cermi.es semanal Nº 488

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Cuarto de invitados

Andrés Sánchez Robayna, poeta y ensayista

«Una vela encendida es el tiempo que fluye, pero una vela apagada es la eternidad inmóvil»

Por Esther Peñas

01/07/2022

Una vela. Encendida en lo oscuro, concita un estado de ánimo, un tono de recogimiento. La belleza contingente de la sabiduría, la intimidad, el sosiego. Una vela. Apagada, un misterio suspendido. De todo ello nos habla en su último ensayo Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Gran Canaria, España, 1952), Borrador de la vela y de la llama (Galaxia Gutenberg).

Andrés Sánchez Robayna, poeta y ensayistaDesde que publicara sus primeros poemarios en la década de los setenta, Sánchez Robayna ha dedicado su curiosidad, su oficio y su tiempo a la palabra, bien fundando o dirigiendo revistas (Literradura o Syntaxis), bien dirigiendo la sede canaria de la Menéndez Pelayo, bien traduciendo (Wallace Stevens, Paul Valéry, Haroldo de Campos…) La suya es una poesía de ascensión, en la que resuena, sobre todo, el silencio.
 
Obtuvo el Premio de la Crítica por su diván La roca (1984), así como el premio Nacional de Traducción (1982), por su versión de la poesía completa de Salvador Espriu. Es catedrático de Literatura Española de la Universidad de La Laguna.
 
A la luz de una vela, ¿qué cosas se ven más claras? 
 
La luz de una vela no permite ver más claro. De hecho, deja muchas zonas en la oscuridad. Su radio de iluminación es reducido. Otra cosa es que sea un grupo de velas, como ocurre en algunos templos. En ese caso la vela, acompañada de otras, sí amplía su campo de luz. Pero, curiosamente, lo primero que una vela hace posible es la conciencia de la interioridad espacial, que remite a su vez a nuestra interioridad espiritual.  
 
¿Y qué cosas conviene escribir o pensar en su regazo?
 
Conviene escribir o pensar todo aquello que se relaciona con nuestra interioridad, precisamente. Es como una invitación. Nos llama a una intimidad, a una relación distinta con el espacio, una relación más cercana, más estrecha. 
 
¿Nos hace falta oscuridad para apreciar la belleza de una vela encendida?
 
Es una relación dialéctica, por supuesto. No hace falta ninguna vela a plena luz del sol. En cambio, cuando una vela alumbra, aunque sea tenuemente, cualquier espacio, ese espacio se transforma. ¿Por qué? Sostengo que poseemos una «memoria» antropológica, que nos remite a un tiempo en el que la oscuridad nos asustaba, como sigue ocurriendo con los niños. La belleza de una vela encendida está en relación con la realidad del mundo visible, con el universo de las apariencias, de lo que parece no existir sin luz.  
 
¿Es posible habitar el recogimiento que procura la llama de una vela en una sociedad en agitación constante?
 
Sí, precisamente de eso se trata, de «recogernos» en la intimidad del espacio cuando la agitación, la aceleración de nuestro ritmo de vida impone determinadas conductas, determinadas formas de actuación. Un espacio alumbrado por una vela, tanto en el ámbito doméstico como en cualquier otro, propone otro ritmo, otro «latido» cordial. Una simple cena doméstica con una vela se vuelve más íntima, da otro sentido a la mirada y a nuestro mundo perceptivo. Es uno de los fenómenos más curiosos del universo de las sensaciones, de los modos de relacionarnos con lo que nos rodea y con quienes nos rodean. Y, naturalmente, con nosotros mismos.   
 
A lo largo del ensayo se insiste en que una vela apagada carece de sentido. Sin embargo, es curioso que para celebrar el cumpleaños se haga eso mismo, apagar la llama… 
 
Es lo que se preguntaban los antiguos, cui bono?, qué tiene de bueno, para qué sirve, a quién aprovecha una vela apagada. Pues bien, la pregunta está justificada, claro, pero tenemos, de hecho, una respuesta en el plano poético, en el plano del pensamiento analógico. La vela apagada tiene mucho sentido en el mundo de la imaginación simbólica, en el orden de los arquetipos, porque una vela encendida es el tiempo que fluye, pero una vela apagada es la eternidad inmóvil. Esto aparece con toda claridad en la pintura clásica, por ejemplo, en los géneros de la naturaleza muerta y la vanitas, que es un bodegón moralizado. Lo estudio en el libro con algún detenimiento. Cuando en los cumpleaños soplamos la llama de las velas estamos diciendo adiós a los años vividos, al tiempo ido, al tiempo pasado.   
 
Le devuelvo la pregunta de Lewis Carroll: ¿qué tiene de bueno una vela sin su llama?
 
La pregunta de Carroll es muy precisa: ¿Cómo es la luz de una vela cuando está apagada? Es una pregunta sin respuesta posible, como un koan zen. 
 
De entre los atributos de la vela encendida (calor y luz de Dios, fascinación que provoca la amada, la ambición humana para Góngora, su función de reloj de fuego, sabiduría…), ¿con cuál se quedaría usted y por qué? 
 
Todos esos valores son igualmente importantes, a mi juicio, y otros no menos decisivos, como el de la transitoriedad, la caducidad de la existencia, o la llama como metáfora de la vida humana misma. Me interesa mucho este último, porque creo que está latiendo en nuestro mundo perceptivo sin que seamos plenamente conscientes de ello.  
 
¿Cuándo conviene «alcanzar la extrema felicidad de la gloria a través de la máxima equivocación»?
 
Es el motivo clásico de la mariposa, que, fascinada, se acerca a la llama sin saber que va a perecer en ella. Y es lo que ocurre, de hecho. Entregarse a la luz, a la llama, es su equivocación. No sabe que va a morir, a «desatarse en cenizas». Pero esa es su gloria, precisamente, morir a causa de la fascinación, de la atracción. Me parece que eso es lo que ocurre muchas veces en el amor.    
 
Vigilia y dedicación, ¿son esas las cualidades indispensables para que el sabio, a la luz del candil, aprenda?
 
Tiene que haber más cosas, sin duda. Pasión, capacidad, vocación. Pero los sabios, en la imaginación clásica, según las visiones y representaciones pictóricas, suelen tener una vela encendida a su lado, porque el estudio requiere muchas veces soledad, reflexión solitaria, cierto grado de aislamiento. En el silencio de la noche, a luz de una vela, el sabio está entregado al conocimiento.   
 
Kavafis hablaba de las velas del presente y del futuro, ¿por qué no había velas del pasado para el poeta?
 
El presente, en el espléndido poema de Kavafis, es lo que se está viviendo mientras se tiene a la vista las velas apagadas, es decir, el pasado, el tiempo ido, y se contemplan las velas encendidas, el futuro, los días venideros. El poeta experimenta el «horror» de la huida del tiempo. 
 
Cuando «alguien nos enseña a leer en la noche», ¿qué es exactamente lo que se enseña?
 
En el precioso cuadro de Dou, una vez más, la luz es metáfora del conocimiento. Eso es lo que se enseña. De hecho, la luz de la razón es lo que da lugar, en el siglo XVIII, a la Ilustración. Es una metáfora esencial en la historia simbólica de la vela dentro de la imaginación occidental. El pintor holandés, y otros más como él, se sirvieron largamente de esta bella metáfora. En La escuela nocturna, esa idea, o esa metáfora, cobra un relieve especial, con las diversas velas y sus ámbitos de luz. Un cuadro maravilloso, cuya importancia ya señaló, por cierto, el poeta Paul Claudel. 
 
Si algo de vital importancia como la vela ahora ha quedado casi relegado —salvo excepciones de rigor— para uso estético (lo que los postmodernos llamarían ambiente chill out), ¿lo sagrado a lo que solía acompañar su llama también se ha convertido en sucedáneo?
 
No, en modo alguno. En muchos monumentos funerarios, por ejemplo, hay aún velas encendidas, y en templos e iglesias abundan las lamparillas de todo tipo. Hay también una sacralidad oculta, inconsciente, en algunos usos cotidianos de la vela. Su valor icónico perdura, tanto en la poesía como en las artes plásticas. Véanse, por ejemplo, las piezas del alemán Gerhard Richter. O, en cine, una película como Nostalghia, de Tarkovski.   
 
La vela de parafina, ¿es menos vela?
 
No. Ni siquiera la lamparilla eléctrica es menos «vela». Porque lo importante es el conjunto de resonancias que el objeto luminoso encierra. Toca el centro mismo de nuestro psiquismo, y los aspectos más vivos de nuestra espiritualidad. 
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