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viernes, 3 de septiembre de 2021cermi.es semanal Nº 448

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Cuarto de invitados

Antonio Praena, poeta y sacerdote

"Eso es el pecado, ir secando nuestra vida"

Por Esther Peñas

03/09/2021

Poeta, dominico, profesor en la Facultad de Teología de Valencia. No exactamente por este orden. Tres condiciones que concurren en Antonio Praena (Purullena, Granada, 1973). «Extático es lo bello; / tan sólo quien se pierde le da alcance, / quien nada de sí mismo ya persigue / y en pura rendición encuentra el gozo / de no buscarse más que en lo que huye», dejó escrito quien escandaliza al hablar del amor, del sexo, del gozo. Aristótelico-tomista por definición filosófica, acaba de recibir el XIX Premio Emilio Alarcos, que otorga el Principado de Asturias por un poemario que habla de la otredad, y de cómo lo sagrado brota del encuentro con el otro. Cuerpos de Cristo (Visor).

Antonio Praena, poeta y sacerdote¿En qué se diferencian los Cuerpos de Cristo de los mundanos?
 
En que no hay diferencia. Sobre la coincidencia descansa el poemario, la idea que lo construye es cómo a partir de una fe concreta, la fe en Jesús, la mediación para el encuentro con Dios y con la persona de Jesús, misteriosa pero real, se produce en y a través de personas que son cuerpo: no tienen cuerpo, son cuerpo; ese encuentro con su realidad entera, con su hambre, con su dolor y su alegría, es el encuentro con Dios. Los otros como lugar de encuentro con Dios.
 
«Porque he sido mirado con los ojos/ que con solo mirar nos esclarecen». ¿Qué se requiere para ser tocado por la gracia, la gracia de la fe, la gracia del amor, la gracia de la poesía?
 
Aceptar la propia vulnerabilidad y corporeidad y ponerte a tiro, no de cosas extrañas (como musas o energías arrebatadoras) sino a tiro del abrazo, de la mirada, del rechazo o de la pregunta, en definitiva, de la interpelación del otro. Este es un poemario en el que el autor se pone a tiro para que la vida de los otros lo encuentre.
 
¿Cuáles son los «verbos del pecado»?
 
Odiar, codiciar, envidiar, maldecir, hablar mal, discriminar, incitar al odio, sembrar cizaña… hay muchos verbos del pecado, no son desde luego los verbos del deseo, ni de la pasión ni del amor, son verbos que van agotando y secando nuestra vida. Eso es el pecado, ir secando nuestra vida. De eso es de lo que quiero huir y tomar conciencia, al tiempo que intentar ir redimiendo por los caminos de la poesía.
 
¿Hay pecados imperdonables?
 
… quiero creer que todos los pecados se pueden perdonar; no de una manera ficticia, de una manera superficial o meramente verbal, sino sintiendo de veras el dolor, tomando conciencia y existencia ante lo que has hecho mal; a partir de ahí, todo se puede perdonar con una sinceridad humilde, tanto del que perdona como del que es perdonado. Siempre podemos experimentar el perdón, está siempre disponible, la cuestión es que nuestra soberbia y resistencia o nuestra negación impide que actúe en nosotros y nos transforme por completo, que eso es el perdón, una profunda transformación, incluso de cosas horribles, aunque suene escandaloso.
 
Sabemos que no le gustan, pero ¿quiénes son «los hombres que no sospechan nunca de sí mismos»?
 
Todo el que cree que nunca se equivoca, que tiene una idea de sí demasiado idealizada, poco real, poco histórica y vivida. La clave de este poema que citas es que, fruto de un arrebato, podemos hacer esas mismas cosas que maldecimos y condenamos. Hay que tomar conciencia de esa debilidad y de que lo que vemos execrable en otros puede llegarnos a pasar. Esto, por supuesto, se aplica al poeta cuando se dice: «no te creas que estás exento».
 
¿Por qué nos cuesta tanto relacionarnos con «las cosas de este mundo que están rotas»?
 
Porque manchan, porque su belleza está desconchada, porque su belleza es difícil de ver a primera vista, porque, lo reconozcamos o no, no nos gustas estar con gente pobre, fea, con gente estigmatizada, hundida, triste, llena de dolor. No nos atraen los crucificados de este mundo, los reales, los que uno encuentra cada día en la calle, en cualquier suburbio, en la cárcel, en un hospital… nuestra belleza es muy estética, y enmudece aquella otra belleza más auténtica, la que interpela al corazón.
 
¿Cuál es la belleza de lo feo?
 
No sé si lo feo puede ser bello, defiendo una huida de un esteticismo que nos sale al paso por cualquier esquina: medios de comunicación, escaparates, cine, gimnasios, clínicas… todo tiene una belleza si encontramos su lugar en el relato general de la existencia. Aquello que tiene sentido es bello. Desde el punto de vista más literario y poético huyo de lo evidentemente lírico, de lo explotado, de lo edulcorado, me gusta atravesar desiertos, suburbios y charcos para buscar ese paisaje que solo mirado en un determinado momento o desde una cierta perspectiva encuentra su sentido, necesito dar con ese recoveco de cada persona que la hace buena. Y me resisto al esteticismo.
 
¿La alegría es un don o voluntad?
 
Es un don… estoy seguro, y además, como dice el verso de Claudio Rodríguez, «viene del cielo», de lo alto. Dicho esto, matizo: para todo don y toda gracia se requiere primero docilidad y apertura de la libertad. Solo mediante el ejercicio de la libertad uno es capaz de recibir ese don y esa gracia. Si no, es imposible que te moje, que te cale. Una vez recibido ese don, esa gracia, ambos ejercen un enorme influjo sobre la voluntad.
 
Mansedumbre o docilidad como sinónimos de libertad… ¿el abandono de sí, entonces, es el único modo de darse la soberanía?
 
No hay otro camino para la libertad que el abandono de uno, el apego al ego es una forma de esclavitud inmensa, ese apego tan fuerte que tenemos a una imagen de nosotros mismos, condicionada por el miedo, por los otros, por nuestros prejuicios, por el no conocernos o no querer hacerlo. Me viene a la cabeza que esa palabra, «mansedumbre», es crucial en una etapa del poeta Antonio Colinas. 
 
«No me envíes razón, dame el sentido». ¿Qué sentido tiene o ha de tener el otro para cada uno de nosotros, que a su vez somos otro para otro?
 
Sí, sí… a veces buscamos razones a cosas que la racionalidad no pude responder. Lo que verdaderamente nos da la paz no es la razón, la comprensión, la lógica coherente, analógica o matemática, sino el sentido que tienen las cosas, el que adquieren con una lectura más amplia. Algo que no tiene una lógica fácil ni evidente puede tener un sentido encerrado que nos trasforma, nos hace mejores, nos muestra una luz que antes no veíamos o no estaba… Hay que tener una apertura a que el sentido nos busque y nos encuentre.
 
¿Qué es aquello que sigue sobrecogiéndote del cuerpo de Cristo?
 
Su verdadero morir, aunque el cuerpo de Cristo es bellísimo en sus llagas, en sus pies clavados que permiten que nosotros caminemos por su camino, con sus manos ofrecidas, cuando contemplo un Cristo muerto me sobrecoge la verdadera asunción de la muerte, porque el suyo no es un morir aparente sino auténtico; el poemario está travesado por la experiencia de muerte porque el alcance real del morir de Cristo, como el de todos nosotros, es lo que más me sobrecoge. 
 
Es curioso porque este libro, seguramente sin pretenderlo, dialoga de alguna manera con Esto es mi cuerpo, un poemario de Juan Antonio González Iglesias porque reivindican eso mismo, el cuerpo…
 
Ese libro es el que más me gusta de Juan Antonio, que es un poeta que ha tenido y tiene un gran influjo en mí, y ese libro en concreto me sigue moviendo e inspirando. Me fascina cómo a partir de esa frase eucarística armoniza todo un mundo poético clásico, pagano, amoroso, homoerótico, genial.
 
En un momento en el que tratamos de que el cuerpo sea perfecto, joven, escultural, usted reclama el cuerpo doliente, el que sangra, el que se abre, el que se entrega hasta el extremo…
 
Esa es nuestra realidad. No niego la belleza física, la juventud, la disciplina, soy un gran admirador de Grecia, pero esto no me impide valorar el dolor, la rotura, la ancianidad, la discapacidad, la fealdad, sentido integral del cuerpo. 
 
El amor… ¿todo lo puede, se da a sí mismo el sentido?
 
Es fundamental que la fe y la esperanza, esta gran virtud olvidada, acompañen al amor, son los pilares capitales del cristianismo; no solo somos personas de hacer, también de esperar, algo que concede sentido pleno al amor. Sí, el amor se da a sí mismo el sentido. Aunque no surta el efecto deseado, el amor nos dignifica; y luego hay que saber que existe un amor más grande que el humano, el de Dios, que es misterioso, inabarcable, invisible (aunque no siempre). Hay que creerlo, defenderlo y esperar esa dimensión futura. San Agustín decía: «Pon amor y encontrarás amor». Y aunque no lo encuentres, hay que ponerlo. Poner amor allí donde sea, en un poema, en una relación, en un conflicto… poner amor y confiar. 
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