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viernes, 03 de noviembre de 2017cermi.es semanal Nº 277

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Cuarto de invitados

Dorantes, pianista flamenco

“Mantener la inocencia es la única manera de convertirse en artesano y conservar la frescura”

Por Esther Peñas

03/11/2017

David Peña Dorantes (Lebrija, Sevilla, 1969) pertenece a una de las familias flamencas con más raigambre. Hijo de Pedro Peña Fernández, nieto de María Fernández Granados, sobrino de Juan Peña ‘El Lebrijano’ y pariente de Fernanda y Bernarda de Utrera. Y, a pesar del marchamo, ha conseguido habitar un pedazo de gloria que solo a él le pertenece. Que es suyo. Único, distinto y, al tiempo (por compás), continuador de sus mayores. De su piano salió una de las melodías con mayor proyección flamenca de los últimos tiempos: ‘Orobroy’. Desde entonces ha llovido. Veinte años, que el artista, embajador de la Infancia Solidaria, celebra con un disco: ‘El tiempo por testigo… a Sevilla’.

Dorantes, pianista flamencoEl tiempo, como usted dice, es testigo pero ¿es un testigo lúcido, justo?
 
El tiempo… En realidad, el tiempo… ¿justo..? ¿lúcido..? Vaya pregunta… Espérate… el tiempo lo que te da son oportunidades y la posibilidad de desarrollarte y avanzar, te da experiencia. El tiempo es como un lienzo en blanco, vas dibujando en él un brochazo de tu vida, derrochas pintura, te derramas, a veces te mancha… No sé si es justo pero, en cualquier caso, es positivo. 
 
¿Cuánto de azar hay en la creación?
 
Los griegos decían que los creadores no creamos sino que encontramos. Coincido con este planteamiento. Como quien sale a buscar trufas: hay quien tiene más habilidad para dar con ellas, quien encuentra muchas y buenas, quienes encuentran menos… Hay búsqueda, hay mucho de azar, pero también se requiere de una preparación y una experiencia para saber dónde puede estar la trufa.
 
Cuando uno compone un tema redondo, ¿lo reconoce?
 
Hay temas que te gustan mucho cómo han quedado, sobre todo cuando están en sintonía con lo que querías expresar en ellos, esos son los que más satisfecho dejan. Aunque, al cabo del tiempo, sueles encontrarles algún fallo o algo que podría mejorarse. Pero si te refieres a lo que será un éxito entre el público, no, eso es algo que se escapa y que uno no sabe muy bien cómo ni por qué se produce. 
 
Hábleme de su manera de componer.
 
Tengo varias formas. Una de ellas se centra en mi interés por investigar, por probar posibles combinaciones, nuevas tesituras; entonces tanteo. De pronto encuentro una escala y compongo sobre ella y voy probando hasta que construyo algo que me gusta. Otras veces me dejo llevar por la intuición, sin nada previo, y dejo rienda suelta a lo que viene, hay mucho de improvisación ahí, y después tengo que ordenar lo que sale. Y también compongo a partir de una preparación previa más en profundidad. En ocasiones, compongo ante el piano, y lo escribo todo, y a veces lo hago sin él, porque tengo la sensación de que hacerlo siempre delante del instrumento provoca cierto automatismo que prefiero evitar.
 
Cuando uno lleva veinte años en su profesión, ¿se pierde frescura y se gana en madurez?
 
Sí, está claro que sí. Se gana en seguridad, la madurez te da seguridad, es como si, con el paso del tiempo, le fuera cogiendo el tranquillo a todo. De todas formas, cuando se comienza, esa pequeña inocencia es muy positiva, e intento mantenerla a través de la preparación.
 
¿Se prepara, la inocencia?
 
Dorantes, pianista flamencoSe cultiva. La inocencia tiene mucho que ver con la curiosidad, con estar abierto a cualquier cosa. Ahora, por ejemplo, estoy estudiando la teoría musical de Bartòk, me interesa mucho cómo componía desde la matemática, las figuras… La inocencia supone asumir que te queda mucho recorrido y mucho que aprender. Ésa es la única manera de convertirse en artesano y mantener la frescura.
 
Ahora que menciona a uno de los mentores del dodecafonismo, Bartòk, ¿por qué nos cuesta tanto adentrarnos en este tipo de música atonal, y preferimos por defecto aquella que hemos escuchado interpretar tantas veces?
 
Quizás por costumbre, es más cómodo escuchar lo que tu oído reconoce… Con el flamenco pasa igual, no todo el mundo puede aguantar siete cantes seguidos de flamenco puro, y sin embargo son lo más hermoso que hay. Tiene que haber una preparación para escuchar las cosas. A Bartòk se llega cuando has escuchado muchas otras cosas antes. De otra manera, aparece el miedo a lo nuevo. No miedo, rechazo. Pero la creatividad ha de ir un paso por delante de la sociedad y de sus gustos, si va al mismo ritmo, algo falla. Me parece.
 
¿Alguna vez interpretando una composición se ha desbocado, se ha perdido arrebatado por la emoción?
 
Siempre, siempre me salgo de la partitura, entiendo así la música; me lo ha dado el flamenco. He ido al conservatorio, que te enseña todas las reglas y las normas posibles, pero mi mejor escuela ha sido mi familia, que como sabes tiene catedráticos en esto del flamenco, y en ella he aprendido a improvisar, a perder el miedo a equivocarme, a abandonar la obsesión por dar todas las notas en el mismo volumen, o darlas todas. Cuando salgo al escenario intento no equivocarme, pero no me importa si lo hago. Prefiero perderme al encontrar un camino que de pronto aparece y después regresar. De hecho, a los músicos que vienen conmigo les pido que me canten antes de salir al escenario una melodía y empiezo la actuación construyendo sobre ella. Se trata de jugar y divertirse con la música. Y de darlo todo.
 
Montoliu cuando actuaba y jugaba el Barça tocaba el piano mientras seguía con pinganillo el partido… eso es estar en misa y repicando…
 
Yo sería incapaz, acaso porque en el flamenco hay que echar todo y no te puedes despistar.
 
¿Cómo se evita la inercia de uno mismo en el acto creativo?
 
Con una actitud ante la música. Yo no toco por cumplir, toco porque es una necesidad, y pongo todos los sentidos para aprender al mismo tiempo. Me encanta ver cómo improvisan otros músicos, cómo componen, de qué modo tejen las melodías. Me gusta compartir escenario con músicos turcos, por cómo reparten los silencios y estructuran la melodía, por cómo acentúan… Trato de recogerlo todo. Así se aprende. Y así uno evita esa inercia por la que me preguntabas. Es una actitud, aprender. Te puedes conformar, por supuesto, con lo que haces, hay muchos que lo hacen, pero creo que yo sería infeliz. A mí me motiva más la riqueza musical que otra cosa.
 
En estos veinte años, ¿cuál ha sido la mejor enseñanza recibida?
 
Que un músico puede adaptarse a casi cualquier situación. El año pasado, por ejemplo, hice la primera gran gira de mi carrera solo, por los países del Este, en iglesias, y dentro del circuito clásico. Veinte años de profesión te cambian la actitud, te hacen más flexible, y te van moldeando. Recuerdo los momentos compartidos con Enrique Morente, cuánto me enseñó, solo con mirar cómo trabajaba, cómo era. Me cambió la vida estar un año y medio, al principio de mi carrera, en Sanlúcar, en una casita, sin hablar con nadie, sin teléfono móvil, donde me encerré para componer. Pasé de un cuartito de dos por dos en el conservatorio a una casa situada en la desembocadura del Guadalquivir, allí donde Caballero Bonald escribió ‘Ágata ojos de gato’. Eso sí me cambió la vida y marcó toda la carrera. 
 
¿Es poesía la música?
 
Dorantes, pianista flamencoSí, y literatura. La música describe, es descriptiva, tiene su tono, su intro, su desarrollo y su final, como un libro; también tiene ritmo, como la poesía, y se construye pensando en contar, decir y motivar. En emocionar.
 
En sus composiciones, ¿pesa más la técnica, la intuición, el desconcierto –lo que no se espera, ese quiebro tan suyo- o la atmósfera?
 
Todo. Un músico debe ser capaz de ser simple, de trabajar con dos notas y componer algo emocionante, y ser capaz al mismo tiempo de complicarlo todo; de hacer algo atonal, algo muy lento y pianísimo, y algo rápido. Un músico debe abarcar diferentes tesituras y técnicas; ese tipo de músicos son los que más me interesan, los que están afinados. 
 
Haciendo uso de la comparación con la máquina escribir, desde un piano, ¿se puede escribir sobre cualquier cosa?
 
Más que el piano, el que escribe es el intérprete, está claro que un instrumento, por sí mismo, no hace nada, aunque tiene un timbre con el cual tú trabajas, pero el intérprete es lo importante. La actitud del músico tiene que ser abierta y flexible, no dejarse llevar por los patrones. A partir de ahí, desaparecen las barreras que te pueden estorbar y eres capaz de contar cualquier cosa. 
 
¿Hay alguna composición que se le haya encasquillado?
 
Muchas veces… En realidad, te diré que mis composiciones no las acabo, nunca las remato, las dejo ahí y, al cabo del tiempo, las retomo, y no siempre puedo seguirlas de nuevo. 
 
Aparte de ser su tierra, ¿qué significa para usted Sevilla?
 
Todo. Es donde he aprendido cuanto sé, la música, el flamenco, el lenguaje del flamenco… Sevilla es una tierra de oro, muy bella, no solo físicamente sino por la magia que tiene, que transmite, te llega y te penetra. Soy consciente de que Sevilla es una ciudad única, y no solo porque sea cuna del flamenco.
 
Sevilla como mujer. ¿Qué tiene de femenino la música?
 
Espérate tú… es que… la pregunta se las tare… La música es versátil, es plastilina, puedes moldearla como quieras, puedes crear algo masculino o femenino… Mira: no tengo ni idea de qué contestar a tu pregunta, no te voy a mentir.
 
Si “cuando el Lebrijano canta se moja el agua”, ¿qué sucede cuando Dorantes toca el piano?
 
Ja, ja, ja, no lo sé… no pienso en ello. Veo lógico que sea músico, me he criado entre músicos… Con cuatro años me hice con un acordeón y, aunque me costaba, le sacaba sonido… lo veo muy natural, nada especial, hago música porque no tengo más remedio, estoy enganchado a ella. Cuando toco el piano nada se moja, pero espero que la gente se emocione.
 
Ese éxito incontestable suyo, ‘Orobroy’, ¿supone un lastre?
 
Con el tiempo no, pero sí lo fue al principio sí, me sobrepasó ese éxito. Después te das cuentas de que algo así es una bendición, que compongas algo y que todo el mundo lo haga suyo y lo sienta, que veas que el tema te ha abandonado, que eres solo el intérprete, pero que ya no es tuyo.
 
¿Cómo se escoge un repertorio para significar veinte años de carrera?
 
Cada tema representa un momento de mi vida. ‘La danza de las sombras’, por ejemplo, un tema muy caótico, casi que te dan ganas de apagarlo cuando lo escuchas, está lleno de caos. Lo compuse recordando el momento en que a mi padre, profesor de EGB en Lebrija, un pueblecito tranquilo, rodeado de naturaleza, donde yo jugaba, peinaba burros y estaba al aire libre todo el tiempo, lo destinan a Sevilla. Tenía ocho años entonces. Y al llegar a Sevilla me impactó el olor a gasolina, a plomo, los autobuses, los semáforos, la cantidad de gente… y me impactaron las sombras de las gentes que paseaban,  cómo se movían y quebraban esas las sombras por los adoquines, por las fachadas. ‘Semblanza de un río’ alude a ese año y medio del que te he hablado. ‘Batir de alas’ es un homenaje para mi madre, que se fue…
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