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viernes, 01 de mayo de 2015cermi.es semanal Nº 165

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Cuarto de Invitados

Héctor Abad Faciolince, escritor

“Los ‘malos’, más que nacidos, son maltratados”

Por Esther Peñas

01/05/2015

Fotos: Javier Lorente

No tuvo una vocación nítida. Inició estudios de medicina, filosofía y periodismo, pero no llegó a concluir ninguno de ellos. Años más tarde, se desquitó en la universidad de Turín con la licenciatura de Lenguas y literaturas modernas, y desde entonces su vida ha estado incardinada a la palabra, como conferenciante, como columnista, como traductor, como escritor. Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) se estrenó con un libro de relatos, ‘Malos pensamientos’, en los que colocaba a sus personajes en una confluencia de contrarios. Poco a poco se granjeó la admiración de los lectores y el respeto de la crítica. En España se hizo un habitual de las librerías a partir de su conmovedora novela autobiográfica ‘El olvido que seremos’. Tímido (no mira a los ojos porque si no, no se concentra), moroso en la respuesta y cortés en la formas nos habla de ‘La oculta’ (Alfaguara), la historia de tres hermanos, distintos y en cierto modo distantes entre sí, entorno a su lugar de la infancia.

Héctor Abad Faciolince, escritorDice Antonio, o Toño, como le llama su hermana Pilar, que “Colombia era mi mamá, mis hermanas y La Oculta”. ¿Hasta qué punto nos conforma el lugar en que nacemos?
 
Es tan arbitrario... uno nace en un sitio y, de ahí en adelante, es de ese sitio. Hace poco, estuve en una zona de Colombia que se llama ‘El Cañón de la hermosa’, donde, desde hace cuarenta años, la única autoridad han sido las FARC. La gente que vive ahí tiene fama de guerrilleros, pero me di cuenta de que no son guerrilleros sino campesinos. En cierto modo son ‘farqueños’, no son guerrilleros pero al estar en un territorio de las FARC cargan con ese estigma. Yo soy antioqueño en ese sentido, para bien o para mal, muchas veces para mal, porque donde pasas tu infancia y juventud se te pegan muchas cosas: el acento, una manera de ser, unas tradiciones, la religión... se te pega todo... uno nace como en un líquido que empieza a permearlo y se le mete. Los niños son muy plásticos, y absorben las cosas más importantes, el paisaje, la lengua, la comida, el acento... y así somos, nos la pasamos en una disyuntiva entre aceptar pasivamente lo que mamamos, lo que nos tocó ser, o luchar contra eso. 
 
¿Incluso hoy en día, cuando las fronteras –algunas- se diluyen?
 
Es cierto que hoy en día viajar es más fácil que antes, que uno puede disfrutar de otras cosas, otras culturas, oye otros acentos, se acerca a otras religiones, a otras maneras de decir las cosas... hoy en día digamos que es más fácil darse cuenta de que lo que uno es no es absoluto, que el paisaje donde creciste no es necesariamente el más bonito... pero, de todo eso, siempre te queda que lo que mejor entiendes es tu lugar. Por ejemplo: dejé de ser católico pero, sin serlo, de todas maneras soy irremediablemente cristiano, para lo bueno y lo malo, tengo culpa (sin culpa) pero hago examen de conciencia (que me parece bien). Este libro habla de gente que está lejos pero que siente ese arraigo, con el que va pasivamente o contra el que lucha. Uno es de un sitio y la actitud que puede tomar es de odio a ese sitio de donde viene y quiere dejar de ser -aunque no puede- o de orgullo y satisfacción, como un hincha del fútbol. No soy nacionalista ni regionalista, pero sí sé que soy humano y que los humanos tenemos algo como de palomas mensajeras que nos crían en algo y hay un impulso. Uno es irremediablemente de donde pasó la adolescencia, de donde llegó al uso de razón; alguien decía que uno es de donde hizo el colegio. Y así te quedas.
 
¿Cree, como Antonio, que Colombia es un país fallido?
 
Héctor Abad Faciolince, escritor
Colombia está en la cuerda floja, uno nunca sabe si se va a caer para el lado del desarrollo o del desastre. Digamos que creía que era un país que iba para el fracaso absoluto en los noventa, cuando en Medellín mataban a siete mil quinientas personas cada año; aquello era una carnicería, mataban los narcos,  los guerrilleros, la delincuencia común, los paramilitares, y nadie controlaba nada... hoy en día, sin que dejemos de estar en la cuerda floja, hay esperanza, así que creo que si cae de esa cuerda floja, caerá del lado del agua (paz, reconciliación) y no de las rocas. Es un país, además, en el que se está muriendo una guerra, y en el que están disminuyendo –poquito, peor decrecen- los pobres, y hay unas conversaciones de paz avanzadas. 
 
Qué distintos... Toño, tan interesado en los ancestro, en la historia, en los detalles; Pilar y su amor eterno, tan responsable; Eva y su rebeldía... ¿Qué porción de nuestra personalidad viene por los genes y cuánta le aportamos nosotros mismos? Hay cosas que no vienen con uno en la sangre, sino que escoge uno en la vida. 
 
Creo mucho en los genes. Tengo dos hijos y ambos eran distintos desde el primer momento, uno de ellos dormía toda la noche desde el primer día, es pacífico, manso, obediente; la otra es polvorín, y no enseñamos a ser así. Uno nace más o menos como va a ser. La cultura y la familia pueden hacer mucho daño. No creo que puedan hacer mucho bien, sí daño, mucho, cuando te fuerzan a ser como no eres (diestro en el caso de que seas zurdos, heterosexual en el caso de que seas gay...) Si uno crece en una familia y sociedad con libertad y tolerancia para expresarse como uno es, esa familia o esa sociedad produce personas sanas. Pero aceptar que nacemos como somos molesta. A la gente le encanta moldear, a las personas, a la sociedad, unos castigando, otros reprimiendo. 
 
Perdone el dilema casi metafísico pero, ¿se puede nacer malo?
 
Es un dilema difícil, los malos, más que nacidos, son maltratados; detrás de un ‘malo’ hay siempre una historia de violencia en la infancia, que se manifiesta en la adolescencia y la adultez. 
 
Cómo decide uno, en el caso de Pilar, el momento en que ya no merece la pena seguir viviendo ese familiar conectado a una máquina...
 
No te puedes hacer una idea de cuán importante es esa pregunta para mí en este instante... Estoy de acuerdo en el homicidio por compasión, con una dosis de morfina; pero entiendo que es un acto de amor trágico. Es muy difícil matar a la persona que más quieres, así que creo que debemos enfrentarnos a  la muerte, pensar en ella con claridad y decir qué queremos y cómo queremos  pasar esa última experiencia de la vida. Si te cae un rayo, perfecto, pero la medicina moderna, el descenso en el número de homicidios, el aumento de la calidad de vida nos llevan a pensar que es probable que uno muera por enfermedad y en un hospital, así que debe dejar claro cuánto hospital quiere, cuánto tratamiento, si quiere despedirse o no. Y si uno quiere esperar a que Dios se lo lleve, está bien.
 
Héctor Abad Faciolince, escritor“Recordar es como un abrazo que se les da a los fantasmas que hicieron posible nuestra vida aquí”. ¿Qué porción del recuerdo aniquila, cuál restaura?
 
Uno siente que cuando alguien se ha muerto y dejas de pensar en esa persona durante mucho tiempo de alguna manera la mataste, al igual que cuando piensas en ella, sientes la presencia de esa persona, que te acompaña, que de algún modo está viva.  Con los sitios también pasa eso, cuando son añorados conservan, hay una presencia. Pero el recuerdo puede ser muy grave, puede teñirse de rencor, y eso es espantoso, te enferma, al igual que si se tiñe de nostalgia, otra enfermedad. Nostalgia y rencor son dos enfermedades del recuerdo. El olvido es muy necesario; por eso ya no quiero memoria sino olvido, porque, como dice el poeta, “es dulce olvidar”. Yo olvido muchísimo, me acuerdo como de algunos momentos, sitios, situaciones fundamentales que las recuerdo como cosas importantes, pero siempre sin nostalgia y sin rencor; no quiero volver a ellas si son buenas, porque sé que no se repiten, y si han sido malas, terribles, tampoco, no quiero recordarlas con ira con venganza. Vivo más para adelante, sabiendo que lo horrible puede ocurrir, pero con la esperanza de que esos momentos plenos, luminosos, se puedan repetir por algunos instantes. Sé que hay momentos de plenitud y los busco. Soy cauteloso ante lo horrible y abierto a que me suceda lo maravilloso. Mi  actitud hacia el pasado no es de remordimiento, y hacia el futuro es abierta.
 
Le devuelvo otra pregunta que se hace Antonio. ¿Por qué el bueno y el fuerte nunca coinciden en la misma persona?
 
El bueno que se vuelve fuerte impone a la fuerza la bondad y al hacerlo no tiene en cuenta que lo bueno no es igual para todo el mundo... lo que es bueno para unos no lo es para otros. Y punto. En elación con esto, y aunque no rezo, siempre recito un pedacito de una comedia de Lope de Vea que habla de cómo somos de distintos los seres humanos. El bueno, cuando es francamente bueno, no puede imponer el paraíso, esa es la tragedia de la izquierda, que su fin, la solidaridad, la fraternidad, etc., es imponer esos valores tan bonitos a la fuerza y resulta que mucha gente no quiere ser generosa, ni solidaria, y por eso la de la izquierda se convierte en una lucha imposible, y se impone, además, a gente común y corriente, porque la mayoría de la gente no es muy buena, la gente se enfurece. Y si tiene plata se la lleva. 
 
Este argumento de la izquierda y su imposición de bondad me resulta un tanto tramposo...
 
No lo creo, pero puede que tengas razón.
 
La gente, de por sí, entonces, ¿no es buena?
 
Héctor Abad Faciolince, escritor
Es... regular, tiene corazón, pero chiquito.
 
Por cierto, Jon, la pareja de Toño, es un artista estafador. ¿Uno puede vivir de una farsa, de una impostura? 
 
Jon se ha vuelto cínico, es consciente de la farsa. Para mí es horrible, pero creo que sí hay artistas que se vuelven cínicos porque viven de eso y lo que quieren es sacarle algún partido (generalmente económico) durante un tiempo para después hacer lo que da la gana. El riesgo es que uno acaba siendo lo que finge ser. El que finge queda atrapado en que los demás creen que es eso que está fingiendo, y recibe siempre un espejo de eso mismo y llega un momento en que es muy difícil cambiar. El que finge se jode. Hay que tener mucho cuidado de no tener un papel en la vida, porque te hace esclavo. Cuando uno es escritor tiene el papel de escritor todo el tiempo, en vez de ser quien uno es en cada momento, ha de decir cosas interesante todo el rato, y eso produce una cansancio horrible. Se tiene que poner un casete en la lengua para repetir las mismas cosas que se sabe de memoria. Por eso intento improvisar. No obstante, creo que en el mundo del arte hay una farsa muy grande a partir de no sé, algo que pasó, cuando voy a los museos siento que... creo en el progreso de la ciencia, de la medicina, de la aeronáutica, pero no en el progreso de las artes. 
 
Es que en las artes (especialmente en literatura) el tiempo no es progresivo, sino circular, no es mejor una novela del XX que una del XI...
 
Pero algo pasó en el mundo del arte, se enloquecieron, no supieron cómo competir con la fotografía, lo más reciente siempre tiene un aire de retórica, de basura verbal para explicar cosas muy sencillas, no digo que no haya arte contemporáneo auténtico y bonito, pero es muy fácil colar bobadas y mentiras y farsas.
 
¿Y el poema de Lope?
 
Es de ‘La hermosa fea’, y dice así: “Hombres hay que un día escuro/ para salir apetecen,/y el sol hermoso aborrecen/ cuando sale claro y puro./ Hombres que no pueden ver/ cosa dulce, y comerán/ una cebolla sin pan,/ que no hay más que encarecer./ Hombres en Indias casados/ con blanquísimas mujeres/ de extremados pareceres,/ y a sus negras inclinados. /Unos que mueren por dar/cuanto en su vida tuvieron;/ y otros que en su vida dieron/ si no es enojo y pesar./ Muchos duermen todo el día, /y toda la noche velan;/ muchos hay que se desvelan/ en una eterna porfía/ de amar sólo a una mujer./ Y otros que como haya tocas/ dos mil les parecen pocas/ para empezar a querer”.
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