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viernes, 02 de febrero de 2018cermi.es semanal Nº 288

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Cuarto de invitados

Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de instituto

“La gente siempre ha soñado con prisiones, con prisiones que le salven del mundo”

Por Esther Peñas

02/02/2018

Fotos: Jorge Villa

Construye el diálogo como quien levanta su casa con rasillas de adobe. Cimienta, pero deja espacio para lo inesperado. Ignacio Castro tiene vocación de asombro, como su último texto, ‘Ética del desorden’ (Pre-textos), una invitación, una incitación, una provocación a ser (uno mismo, pero sin los grilletes de esa solidez-espejismo llamada ‘yo’) en la que presida lo poético. Hay un muro. Existe un muro. Pero detrás alumbran estrellas. Así que en su código ético desordenado nos interpela al encuentro de lo que haya detrás de esa muralla: la vida, no sus sucedáneos.

Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de instituto¿Qué ha visto hoy que no haya visto nadie?
 
La clase de esta mañana, uno de los peores escenarios posibles, el cielo de mi sala de estar, la tristeza infinita que provocaba un programa de animales en el que los guionistas conseguían que se parecieran tanto a nosotros montando el psicodrama de la madre que quiere a sus hijos, el psicodrama del pobre búfalo… podría escribir cinco folios sobre ti y diez más sobre lo que he visto hoy que nadie más que yo ha visto.
 
¿Por qué el aula es uno de los peores escenarios posibles?
 
Cuando la palabra funciona y te das cuenta de que sabías cosas que no sabías es el más seguro del mundo, incluso tú desapareces, pero por lo general allí se cumple el fascismo cotidiano. Pueden ocurrir cosas, pero lo normal es que no ocurran. Yo allí descubro cómo estoy, porque uno nunca sabe qué personaje le toca. Como decía Lola Flores, nos debemos a nuestro público. El público saca de ti capas que no imaginas. Pero lo que sueles ver en el aula es que no tienen una sola de gota de sangre en las venas, asistes a una simulación de la mutación de la especie que promete lo peor, así que provoca tu irritabilidad, tu ironía, tu dulzura a veces, tu temor… Yo les digo a mis alumnos que si fuera tímido estaría muerto. Les puse a algunos de ellos la película ‘La caza’, y se mostraron en contra de la violencia clásica, pero ellos practican una violencia terrible, la de la indiferencia.
 
“Vivir es algo tan difícil, tan difícilmente descriptible”, lo dijo Martín Gaite, ‘lo raro es vivir’. ¿Qué hace falta para que una existencia se cumpla?
 
No tenerle miedo a la muerte, ésa es la gran tarea… para mujeres, hombres, niños, para viejos... conseguir que la muerte no sea nada, que no tenga nada que llevarse porque has agotado la vida…
 
¿Hasta la muerte es un final abierto?
 
Sí, aplicable a creyentes y no. El contacto con la muerte diluye todas las certezas, las canónicas sobre todo, el temor… el contacto con la muerte a través de los mil caminos que existen para vivir la muerte en vida. Sí, la muerte es un final abierto, nunca acaba de llegar, es la cosa más cierta del mundo y la más indeterminada, no sabes cómo, cuándo llegará. Ocurre con ella como con el sueño, que no hay tránsito, estás o no soñando, con la muerte igual, si estás no está ella y si está la muerte, está para los otros. Jamás se piensa tanto en los vivos como cuando han muerto ya.
 
Pero, salvo que se sea un estoico contumaz, ¿es posible aceptar del todo la propia muerte, aunque suena a sinsentido, no es algo antinatura?
 
Es inhumano, pero la inhumanidad y la antinaturaleza es el colmo de la naturaleza, el colmo de la paradoja; cómo voy a asumir yo, que no he elegido nacer ni puedo escoger mi final. Esto es, sin embargo, lo que nos enseñan nuestros héroes, a aceptar esa paradoja, Jesucristo, Silvia Plath, Lispector, Winehouse, Simon Weill… quizás son lo mismo, todos tienen este punto de mirarle a la muerte a los ojos, de invitarla a la mesa a que se tome algo. 
 
¿No conviene acercarse más al Eros que al Tánatos?
 
El Eros no es nada sin la muerte, la vitalidad, sea alegre o necia, se manifiesta porque hay un Tánatos, la vitalidad viene, de alguna manera, de la muerte, la muerte es la madre de la belleza. Cuando uno muere se le perdonan muchas cosas, se le comprende más… 
 
“El resultado es casi siempre asimétrico y por eso mismo regala un aro de libertad y belleza”. El desorden permanece al campo semántico del caos, ¿nada creativo, nada estimulante puede salir del orden?
 
Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de institutoDel orden agrietado sí, de ese orden de nuestro día de hoy, ese orden de vivir que no es ninguno en particular porque carece de desorden frente al que situarse; hay un orden y un desorden en el valor de vivir, en quienes vivimos no de prestado sino que tratamos de vivir nuestra vida, aceptando las influencias ajenas, obedeciendo a lo no elegido. ¿Por qué estamos aquí tú y yo? Esta cosa tremenda de asumir la muerte se parece un poco a tener que asumir que estoy aquí.
 
“Cada hombre crece con un coro de voces dentro, con los que tiene que dialogar”. ¿Cómo sabe cuál de nuestros yo es el que debe tomar las riendas en un determinado momento? ¿Cuándo permitir que el colérico o el bondadoso sea el auriga?
 
Toda mi vida me he limitado a obedecer, soy muy sirviente, aunque tengo fama de macho alfa, de díscolo, obedezco los signos; te vengo a ver, y con cuatro o siete detalles tuyos me sitúo. Lo mismo en todos los escenarios, se trata de tener una buena relación con el mundo de los muertos para que el registro espectral más o menos oculto de la situación te hable al oído, dejar que hable tu daimon bajo tu personaje inevitable. Estar atento a los registros subliminales, escuchar y obedecer a los espectros de los escenarios, lo cual no excluye el más patético de los errores, pero de eso se trata, de escuchar a la vida como si pudiera pasar algo todavía. Y, después, la gente te agradece, a veces, más en la mirada que en otras cosas, que hables fuera de la convención. 
 
“No hay individuos desgajados, cada ser es carne viva tejiendo la carne del mundo”. “Abandonar la fijeza paranoica de los puntos aislados”… la red, las nuevas tecnologías, ofrecen ese simulacro de conexión, pero secuestra el tacto…
 
Es la religión más idiota que he conocido en mi vida, la más inquisitorial, la más gilipollas, la más creadora de adeptos… digo esto consciente de tener móvil y ordenador, pero esta secta masiva con ambos hemisferios cerebrales en las redes no lo entiendo. Lo importante siempre es analógico, análogo a una escena tributiva ya vista; lo otro está bien como algo instrumental, pero no como forma de vida, porque se convierte en una forma de suicidio imbécil, en el que se tienen cada vez más ‘amigos’ y menos contacto, y al final tendrán que operarte para poderte morir como si fueras otro.
 
A mí me gustan los relojes de cuerda porque visualmente recuerdan que hubo algo antes de la hora marcada, y habrá algo después, pero lo digital pulveriza cualquier cosa que no sea el nano instante…
 
Es la ‘superstición de la cronología’, de la que hablaba Simon Weill, y nos lo hemos tragado sin vaselina y lo hemos convertido en dogma, tan flexible como inamovible. No tengo noticia de una religión más fundamentalista e imbécil. Hay fundamentalismo cuáqueros, judíos, cristianos… pero puedes decidir no verlos nunca más, pero en este otro sentido, no sabes con quien estás.
 
Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de institutoQuizás una de las consecuencias demoledoras de esta religión, como la llama, sea que nos ha usurpado el pudor, el derecho a preservar lo que cada cual considera sagrado, obligando a exponer todo en lo público…
 
La gente siempre ha soñado con prisiones, con prisiones que le salven del mundo, y nuestra humanidad actual ha encontrado en la ingravidez con teclado de lo tecnológico una realización bastarda de la idea de salvación.
 
¿Salvarse de qué?
 
Salvarse de lo irremediable. Yo puedo cometer un error contigo, me disculpo y aceptas o no esas disculpas. Salvarse del cara a cara, de lo real. Todo es pueril porque no es una opción instrumental, laboral, militar, sino una opción vital, una réplica patética del viejo ímpetu de salvación. En todas las religiones, incluidas las herejías, especialmente en los giros místicos de las religiones de Libro, siempre la salvación era escuchar el momento de la perdición, ése era su signo. Aquí no, aquí tenemos las Torres Gemelas, peor, porque las originales tuvieron su 11-S, donde se nos promete no un final épico o memorable, sino la muerte por sobreabundancia de conexiones. Vivimos en una conectividad mórbida, en una extinción de la especie que a los nazis quizás les asustaría. Al menos entre ellos, eso se observa en los congresos de Núremberg, había posiciones distintas, aquí ni eso. Por eso casi toda la violencia que se pueda emplear contra esto me parece legítima.
 
Hasta el Vaticano II justificó cierto tipo de violencia pero, ¿cuándo ejercerla?
 
Sin violencia no hay nada, Esther. Hasta la dulzura es violencia, la violencia que pasa la página de los periódicos es un triste efecto de rebote de toda la violencia reprimida para amar, para no amar, para no pensar lo que has sentido, para no sentir, para no hablar si aún no has pensado… buena parte de la violencia que pasa a los medios cada día nos desactiva un poco más. Hay que apostar por la violencia del querer, de que no te importa decirle a alguien que te gusta. La única vez que actué como juez instructor en un caso de violencia escolar, que al principio me tomé a broma, fue terrorífico, aluciné, era un caso en el que una chica fundió a otra, pero no hubo contacto físico ni agresiones verbales. Esto mismo es lo que nos está matando, evitar la humanidad del contacto, incluso violento, al fin y al cabo es siempre una forma de afecto, creo yo. Me da pavor la inexpresión casi constante de la gente cuando está en presencia real, porque no acaba de entrar en la presencia real, no coge el móvil por educación pero lo tiene en la cabeza, me da pavor esas vidas sin ver, la cara de los alumnos es pavorosa, de una violencia infinita, no sabes si le das pena, respeto, miedo, vaga simpatía… 
 
El texto se abre con una reivindicación de la alegría. La alegría, ¿es un don o un acto volitivo?
 
Ambas cosas, imagino, como la inteligencia, mi alegría puede no ser la tuya, mi alegría no tiene que hablar tu lenguaje. Es su don que hay que trabajarlo, exige una jornada completa de dedicación; si eres amable te implicas, tu cólera te exige, todo lo natal requiere un constante aprendizaje. Además, no creo en la construcción de la personalidad, tú vienes de muchas cosas, algunas de las cuales aún no sabes, tienes atavismos, parálisis psíquicas, a las que tienes que escuchar y darles forma. La alegría es una especie en vías de extinción, y todo don o adherencia exige hacerse responsable de ella. Yo no sé de dónde la saqué, mi alegría, aunque mi hija, ayer mismo, me dijo que era un melancólico.
 
¿Y tenía razón?
 
Es que mi alegría no es incompatible con la tristeza, con la cólera, es una manera muscular de estar en el mundo. 
 
Un murmullo interior…
 
Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de institutoAlgo así, ese qué contento estoy de estar jodido. 
 
¿Qué convierte a un instante en esa región sin tiempo de la que usted habla, de esa tercera aguja incandescente del reloj, que decía Celan?
 
La cuestión que gravita sobre estas preguntas tuyas y nuestra conversación es la necesidad de tener registros antiguos; no se puede ser moderno de cabo a rabo, hay que mantener un registro de feliz atraso que te haga receptivo, un sexto sentido que detecten esos gestos clandestinos que te caen bien o mal, es obligatorio ser subdesarrollado en algunos aspectos fundamentales para entender algo; si no, estás de escena en escena, de programa en programa, de franja horaria en franja horaria.
 
¿Y por qué tengo la sensación de que la mayoría de la gente, sabiendo que yo también soy la gente, vive de escena en escena, de programa en programa..?
 
Por lo que hablábamos antes, porque la mayoría de la gente cree en la salvación, aunque en última instancia sabe que no, pero querría creer en todas las franjas del día que existe la salvación en el sentido elevación, de escaparse de lo que ha sido, de su origen, del atraso de la especie, de lo mortal. Por eso Lacan decía que la religión siempre triunfa. La gente ha de creer, en la ciencia, en las figura que las épocas brindan como imágenes pueriles de la salvación, adultas y adúlteras. Por eso la gente quiere creer, cree creer… y por eso es necesario que el mundo y algunos no elegidos ejerzan una ironía socrática constante para que el parto sea posible, que realicen una incisión, una pequeña herida, a ser posible sin sangre, para que todo esto continúe.
 
“Salvo heroicas excepciones, un ciudadano desarrollado apenas puede dar su vida por nada”. ¿Qué cosas merecen la pena hasta el punto de entregar la vida? Antes, un ideal, el honor, la amada, pero, ¿hoy?
 
Alguien que no da la vida por nadie tiene razones para quitarse de en medio. ¿Ni siquiera darías la vida por ti, por la imagen que tienes de ti? Esa gente, ¿cómo vive? ¿Por asistencia clínica? Una madre me decía un día, que en la vida no sólo hay que saber vivir, también matar. Me emocionó la frase de esta mujer leonesa que mató a una mujer que estaba torturando a su hija. El juez,  moralmente atormentado, la preguntó si no se arrepentía, y ella le dijo que volvería a hacer lo mismo. Al margen de las razones jurídicas y morales del caso, que alguien fuera capaz de pensar, sentir y decidir a solas en este mundo hiperconectado, me emociona.
 
¿Sólo un Apocalipsis puede liberarnos?
 
Este libro está lleno de robos, y esa frase, de ‘The hunt’ (‘La caza’), es uno de ellos. La frase mía sería: “Solo el trauma puede salvarnos”. El trauma es lo único que impide que seamos abominables, lo traumático que está desde el origen.
 
Pero no es fácil no ya entender el trauma, sino detectarlo…
 
En una entrevista brutal que me hicieron mis alumnos me preguntaron eso mismo, cuál era mi trauma. Había que responder a bocajarro, y yo dije: “Los mimos”. Los mimos, la protección, mi trauma originario. Mi madre y mi padre eran figuras amantísimas que dejaban en pañales cualquier imagen idílica sobre padres ideales, jamás te ponían el límite del no, eran tradicionales e infinitamente liberales. Y eso me marcó en la infancia, los mimos, porque el maltrato está incrustado en los mimos. El amor exige una cierta dosis de pequeña crueldad. Y de la patología nunca escapamos, por eso hay que buscar el trauma, duplicarlo para compensar. Te aconsejo ser madre.
 
Se me ha pasado el arroz, que diría mi abuela…
 
Ignacio Castro, doctor en Filosofía y profesor de instituto Aunque seas soltera empedernida serás madre, adoptarás a seres, mascotas, un alumno, un amigo, alguien, porque no hay quien se libre de la descendencia… no te libras de la responsabilidad de intentar cuidar y a la vez marcar límites a seres que te rodean. Qué más da, estamos perdidos, pero hay que hacerlo. E intentar hacerlo bien. Mi hija me ayudó muchísimo a entender muchas cosas, a bajar de la nube en la que estamos los varones, a deconstruir mi narcisismo, a aceptar que soy un imbécil. No hace falta un ayuda de cámara para demostrarme que no soy grandioso, como decía Hegel. Insisto, te recomiendo la maternidad, si no la has ejercido o no las están practicando ya.
 
Cierta dosis de narcisismo, ¿es necesaria en cualquier caso?
 
De narcisismo, de vanidad, claro, si nadie te quiere, que menos que te quieras tú un poquito, pero al nivel al que llegan el vuelo de algunos egos… y no te hablo de gente de 45 o 60, que las hay, y muy narcisistas, también por razones comprensibles, porque casi nadie les escucha, porque son unos incomprendidos… sino que hay chavales de 12 años con un ego enorme, y eso les hace sordos a lo elemental que les podía ayudar… el nivel de narcisismo es igual al nivel de maltrato, y todos somos esclavos.
 
Si sentir es peligroso y no sentir es el fin del mundo, ¿dónde coloca el justo medio aristotélico?
 
En cada escena hay que inventar el término medio, para escapar, además, de ese régimen binario que nos impone la sociedad, hay que buscar la magia del  término medio. Lo dice el refrán: “Cada hora tiene su afán”. 
 
¿A quién admira Ignacio Castro?
 
A mucha gente…
 
Los agradecimientos explícitos en el libro son extensos…
 
Y se me quedaron muchos, como Mariano Jiménez. Hoy admiré la sonrisa de Andrea, una alumna que se sienta en la última fila de la clase. Sonrió cuando dije un disparate. Admiro a mucha gente. Me conmovió mucho la biografía de Amy Winehouse, me sentí culpable de no haberla adorado en vida. Admiro a  Patricia Izquierdo, que murió y que aparece en el libro, a un dúo maravilloso,  ‘Eyeless in Gaza’, a mis hermanas, a algún cuñado, incomprendidos, a alumnos que jamás sabrán que les admiro. De alguna manera, este libro ha nacido de la amistad, de amistades muy distintas a las que no siempre tienes tiempo de sentar a la mesa.
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