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viernes, 05 de septiembre de 2014cermi.es semanal Nº 134

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Cuarto de invitados

Vicky Peña y Mario Gas, actores

“No hay que dar la categoría de fracaso a algo que se puede contemplar bajo otras luces”

Por Esther Peñas

01/09/2014

Fotografías: Jorge Villa

Este cuarto de invitados (ya saben, con mesa camilla y brasero, a pesar del mercurio) acomoda por vez primera a dos huéspedes a la vez. Son pareja, en esta ocasión no sólo fuera de ellas sino también sobre las tablas: María Victoria Peña, Vicky Peña (Barcelona, 1954) y Mario Gas (Montevideo, Uruguay, 1947). Ella, una cariátide un tanto enflaquecida, elegante y con una sencilla majestuosidad; él, imponente (su voz, su porte, sus formas). Criaturas teatrales ambas. Encarnan a Mary y James Tyrone, protagonistas de ese drama biográfico que habla del dolor contemplado desde la compasión escrito por Eugenio O’Neill, ‘El largo viaje del día hacia la noche’, que se acaba de estrenar en el madrileño Teatro Marquina.

Vicky Peña y Mario Gas, actoresLa frontera siempre es un espacio ambivalente. ¿Qué sucede en esa zona limítrofe entre la noche y el día?
 
Vicky Peña (VP): Entre la noche y el día... suena la sirena del faro, crece la niebla, el insomnio ataca... y O’Neill plantea el principio de la función.
Mario Gas (MG): Como el propio día, y metafóricamente, la potencia de un día soleado, y unas personas que aparentemente también están soleadas van entrando en las profundidades de la oscuridad, con niebla, con sonidos extraños y con extinción, por un lado, de las cosas que aparentemente son y con el afloramiento, por otro, de los fantasmas y de esas otras cosas que están por debajo de lo que disimulan de algún modo. 
VP: Yo he apuntado lo que sucede de la noche al día, y tú te has referido al cambio del día a la noche, que conste... 
MG: Así es... en definitiva, la correspondencia metafórica de lo que ocurre de la noche al día y del día a la noche es lo que ocurre en esta familia. 
 
La falta de comunicación, como tantas otras veces, va llenando fardos en nuestro interior que finalmente se desatan en forma de ira, rencor, tiranía... ¿por qué nos cuesta tanto hablar las cosas, y hacerlo desde un cierto sosiego?
 
VP: Tengo la sensación de que no es falta de comunicación lo que aflora en esta obra, hablan mucho, y se dicen muchas cosas continuamente; el problema es que cosas que las intentan decir con cariño hieren más allá de las palabras pronunciadas porque detrás hay un sentido o un pasado que todos conocen y que adquiere una nueva lectura al oído de quien recibe. Son cuatro seres que se quieren mucho pero que se quieren mal, no saben encontrar el justo punto para favorecer que las relaciones sean fluidas y constructivas. Están intentando cuidarse mucho los unos a los otros, resaltar los defectos para ayudar aunque, en realidad, hunden. Pero no hay incomunicación; si la hay, desde luego es una incomunicación existencial, porque se habla, y se habla mucho.
Mario Gas, actorMG: Esa manera de hablar mucho es rozarse unos a otros, con lo que la comunicación total tampoco acaba de producirse; de cualquier manera, si la incomunicación en el ser humano estuviera superada no habría tantas novelas, películas, autores diferentes (del realismo, surrealismo, el non sense, etc.) que hablaran de que los seres humanos no acabamos de comunicarnos; ellos intentan comunicarse, pero la comunicación profunda no la tienen, tienen incapacidad de entenderse y de poder superar lo que ellos son a pesar de lo que ellos hubieran querido haber sido, y el instrumento y mecanismo desde el que intentan aproximarse al otro no acaba de funcionar. Eso produce dolor, Es muy real y está visto por el autor con una  piedad, amor y dolor descomunal. Es decir, estoy de acuerdo con Vicky y estoy de acuerdo contigo.
 
Ellos se quieren, de acuerdo, pero ¿el amor no es suficiente?
 
VP: Probablemente, hay veces en las que amor no es suficiente, el amor siempre es lo único, lo que más, lo que guía e ilumina y da vía a la gente. Quererse es lo mejor que puede pasar en el mundo. Ahora, ¿qué entiende cada cual por amor? Eso es otra cantar... o cómo se quiere... el amor tendría que ser suficiente, pero hablamos de un tipo de amor que cada cual puede concebir de un modo distinto o estaríamos hablando de un amor platónico en el sentido de que no puede concretarse o describirse. El amor debería bastar, y está bien que así sea, pero frecuentemente no ocurre... ¿No te parece, Gas?
MG: En esta obra de O’Neill, como en cualquier otro gran texto dramático, todo son preguntas y no hay respuestas, pero son preguntas tan reconocibles... si esta familia, tan aparentemente estructurada como tan íntimamente desestructurada, no se quisiera, no tuviera amor, sería una cosa de esquemática; lo terrible, lo duro, es que, queriéndose mucho, no consiguen ni satisfacerse a sí mismos ni ayudar al otro. Es la gran tragedia que vuela en el hombre enfrentado a sus estructuras más íntimas, la familia en este caso. Hay dos grandes temas en el teatro, el hombre enfrentado a sí mismo, su finitud, sus fantasmas, su núcleo personal, y el hombre metido en sociedad, con lo que condiciona, el poder, etc. El teatro siempre ha de ser poético y metafórico, y está muy bien que la obra transcurra en 1912 y que no la confundamos con un telediario...Vicky Peña, actriz
VP: Respecto del amor, O’Neill, al cabo de muchos años, seguramente después de darle muchas vueltas al asunto, reelaboró y reescribió este día que sucedió en su familia, con amor, pero también con tiempo, con dolor, con compasión, con ganas de intentar entender a esos personajes que le hicieron vivir momentos tan duros, tan arduos, tan dolorosos. Eso es amor también, un acto de amor es esta obra, poder hablar de cosas que te han marcado, de tus seres más queridos...de qué mal lo hicimos... Si basta o no el amor, no lo sé, pero a unas cuantas generaciones de actores y espectadores nos ha ofrecido un buen tema sobre el que reflexionar. Otro acto de amor.
 
¿Qué es lo que más le fascina y le perturba de Mary, esa madre enganchada a la morfina?
 
VP: La complejidad, como persona, me sobrecoge, el terrible perfil y momento que atraviesa, los años que tuvo que vivir con el problema que tuvo y las pocas armas que le dio su tiempo, la sociedad o la educación recibida para afrontar determinadas cuestiones que tampoco quiero desvelar. Me impresiona como ser humano la lucha que debió ser para ella convivir con una cierta distancia en la que no sabía desenvolverse nada bien, me sorprende que siendo una mujer que tuvo por época un vecindaje de mujeres que optaron por otro tipo de actividad, de acción, de actitud, no supiera encontrar una vía... Como actriz, con mi personaje siento una fascinación porque es muy complejo, es complicado de resolver escénicamente, dar todo eso que está en la letra, incorporarlo y mostrarlo, resulta un reto atractivo, bonito y también peligroso. 
 
¿Qué sentimientos despierta en usted James, ese hombre que arrastra su fracaso como actor como una sombra en el alma?
 
MG: Muchos, como la palabra indica somos intérpretes, hay que interpretar el personaje y la obra, así que te reporta un cúmulo de sensaciones... tengo simpatía por él, antipatía por él, le quiero, le odio, pero tengo obligación de apropiarme de esas cosas y darlas, no quiero captar solamente el aspecto positivo para quedar bien, sino que hay que estar atento a la mezquindad que tiene, al profundo desengaño y desencuentro que tiene consigo mismo, por tanto, si está desencontrado consigo mismo no puede encontrarse con los demás. Es un personaje con ganas de hacer las cosas bien pero con imposibilidad para ello, marcado por un pasado y una infancia tremenda... esta obra, si solo fuera una puesta a punto de O’Neill con su familia, ya sería magnífica, porque es brutal, pero, además, se eleva por encima de lo personal de alguien que quiere quedar en paz y se convierte en universal. Habla de todas las frustraciones y cómo las proyectamos sobre los demás, y cómo tratamos de ayudar a los demás desde nosotros y no desde lo que le ocurre al otro y cómo queriéndose no pueden comunicarse. Como todo personaje bien escrito, tiene una gran dificultad por su complejidad, pero también todo lo necesario para interpretarle, basta escucharle, leerle y proyectarte dentro de él, te llevará por buen camino porque todas las líneas sinuosas te ayudan. 
 
El fracaso, ¿tiene demasiada mala prensa o una porción de él es necesaria en la vida?
 
Vicky Peña y Mario Gas, actoresVP: Sí, el fracaso... no sé si es uno de los acentos de la obra o si ellos lo viven como tal. Pero aquello a lo que llamamos fracaso es un yerro en la dirección, un yerro en la vida, en aquello por lo que se ha apostado... cuando te das cuenta de esto al final del trayecto puede hablarse de fracaso, pero no cuando nos referimos a las pequeñas derrotas profesionales o personales, llamar a eso fracaso es ser maximalista. Las monedas tienen cara y cruz. Eso significa que la gente apuesta nada más al éxito. ¿Y qué demonios es el éxito? La vida es una carretera llena de altos y bajos, socavones, hay luces, sombras, y hay que saber componerse con todo esto y no darle la categoría definitiva de fracaso a algo que se puede contemplar a otras luces y que cambiaría su naturaleza. Ellos no sé si se ven fracasados a sí mismos, hay un sustrato de tiro mal disparado, es cierto, de intentar salvarse y sin embargo hundirse... esa sensación de que se intentan desahogar los unos a los otros...
 
¿Por qué buscar siempre un culpable? ¿Para indultarnos a nosotros mismos?
 
MG: Es mucho más fácil culpar a los demás y hacer excedencia de nuestra propia responsabilidad... Y respecto del fracaso, por cierto, en nuestra profesión se dice mucho aquello de que solo hay una cosa peor que el éxito, el fracaso. El fracaso personal, no transferible, apenas aflora, sólo lo hace  cuando la noche se suelta y los espíritus y los ánimos también. Todo el mundo busca afanosamente la felicidad y se pierde en esa búsqueda cuando se tiene un sentido de la ambición que marca unos derroteros que, si no se ven cumplidos, causan sufrimiento, desesperación. Por otro lado, todos los personajes intentan hablar de lo que son por lo que han sido, reflexionan de por qué los otros les han hecho tal cosa, pero se olvidan de por qué uno mismo ha escogido el camino que ha escogido y no otro. Es un rasgo humano culpar al otro en vez de reflexionar por qué ante una disyuntiva escogiste un camino y no otro. Más allá. Si se pudiera volver atrás, ¿escogeríamos de veras la otra alternativa, esa por la que nos lamentamos tanto? Todos son preguntas, en cualquier caso, porque estos personajes, como el ser humano, son contradictorios, lacerantes, vivos, llenos de pasión y compasión. El ser humano, como esta obra de O’Neill, es  teatro puro.
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