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viernes, 23 de octubre de 2020cermi.es semanal Nº 410

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Cuarto de invitados

Olvido García Valdés, poeta

“Intuyo la gracia como lo que deseamos que ocurriera cuando estamos cayendo a un pozo”

Por Esther Peñas

23/10/2020

Fotos: Jorge Villa

Tiene la poesía de Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950) el contorno impreciso de una alegría en voz baja, la esencia de la ráfaga, el calor de la ternura. En su último poemario, confía en la gracia (Tusquets), la poeta vuelve a enfundarse el anillo de Giges para que sea el lenguaje quien hable, frente a un sutilísimo desasimiento de quien escribe: “confía en ti, se dijo, y sintió que volvía/ la frase, confía en la gracia, eso que está/ en ti, la nada y el miedo que hay/ en ti te ayudarán, y la fatiga, que la energía/ vaya a menos, que para quienes quieres/ sea leve, la gracia te ayudará”. A este diván se añade la consagración –no es metáfora- de la asturiana como clásica, en el sentido más bello de todos, con la publicación de dentro del animal la voz, en la colección Letras Hispánicas, de Cátedra.

Olvido García Valdés, poetaHablamos con quien fuera catedrática de Lengua Española y Literatura en institutos de Valladolid y Toledo, directora del Instituto Cervantes de Toulouse (Francia) y Directora General del Libro y Fomento de la Lectura.

¿Por qué hemos de confiar en la gracia?
 
Empieza por lo difícil… no lo sé… no sé si tenemos que confiar en la gracia, en realidad este título en cierto modo me pareció absurdo; esa expresión, confía en la gracia, aparece en varios poemas en el libro y siempre como una especie de deseo o exhortación. En ese sentido no sé si tenemos que hacerlo, pero se desearía confiar en ella.
 
¿Qué es la gracia?
 
Es algo de lo que no sé… tal y como la percibo en los poemas y como se contextualiza en el conjunto, es algo de lo que no sabemos, algo físico, corporal, orgánico, es decir viene de la parte de nuestro organismo que no conocemos; el cuerpo es lo que conocemos y no conocemos, y la gracia viene de la parte del organismo que no conocemos tanto. La intuyo como lo que deseamos que ocurriera cuando estamos cayendo a un pozo. Es decir, cuando todo va mal, en ese momento en que la precariedad o vulnerabilidad es absoluta, que la gracia se convierta en una nueva respiración, en una manera de respirar posible, así es como la veo.
 
Edmond Jabès, al que menciona en algún verso del poemario, escribió que “todo libro será solo confusa semejanza con el libro perdido”. Partiendo de toda escritura es un fracaso a la postre, fracaso como don o condena, ¿cómo se conjuga ese fracaso con el fulgor de que la distancia entre la palabra y lo que se nombra es la misma que hay entre un vencejo y el aire, ninguna?
 
Se conjuga así, tal y como lo acaba de describir, de una manera muy directa, por contacto. En el libro aparece una expresión que dice “mi nada nunca no”, una sucesión de negaciones en la que esa nada tiene que ver con el pozo al que me refería hace un momento y desde ahí es desde donde se escribe. Si eso funciona después o no, es otro problema, esto lo conocemos como lectores. Jabès es un extraordinario mago de este mundo de la palabra. Es, usted lo ha dicho, lanzarse como el vencejo al aire; ese ejemplo me parece muy acertado porque no se posan nunca los vencejos, solo para anidar y muy poco tiempo, ni siquiera para dormir, duermen por las capas más altas de la atmósfera, por tanto el vencejo y el aire son lo mismo y eso es el riesgo en el que la escritura se zambulle.
 
“¿Qué sabe de las formas /de la violencia que se ejerce/ contra uno mismo?”. Me gustaría que me dijera cuánta violencia hace posible que se sostenga el poema.
 
Olvido García Valdés, poetaLa violencia para mí es algo muy importante, no es algo negativo solamente. Recuerdo cuando apareció Y todos estábamos vivos, en 2006, que me hicieron una entrevista en la que me preguntaron por tres rasgos o características necesarios para la escritura de poesía, y yo respondí: la atención, la paciencia (cité el verso de Cernuda “la hermosura es paciencia”) y la violencia. La violencia nos constituye, nos conforma desde niños, crecemos inmersos en ella, esto no hay que explicarlo mucho, es algo muy evidente y por tanto forma parte de nosotros de manera poderosa. Hay que saber manejarla, pero hay que conocerla y potenciarla cuando es necesaria. En la escritura ese rasgo está, eso inasumible que tiene la vida, que hace que la violencia salga en ti sola, está en el poema, evidentemente, naturalmente, inevitablemente, y forma parte de él. Y me gusta eso que apuntaba en su pregunta porque en cierto modo, en efecto, puede que lo sostenga.
 
¿Es posible construir espacio de resistencia, de debate y de reflexión en o a través del lenguaje?
 
Sí, es lo que hacemos todo el rato. El mundo se hace en el lenguaje, esto es algo muy claro que a veces cuesta entender porque creemos que el lenguaje es una herramienta que utilizamos, pero no es así, la lengua nos constituye, nos conforma desde niños, aprendemos el mundo con la lengua de una manera maravillosa, sin maestros, como ese texto de Ranciere de El maestro ignorante, a los maestros los necesitamos más tarde, pero lo más difícil, que es aprender una lengua y el mundo en ella, lo hacemos solos en el entorno que nos ha tocado. La lengua hace el mundo y nos hace; sin embargo, hay mucha gente a la que le cuesta verlo y entenderlo con claridad. Lo contrario es evidente para todos, el que la lengua destruye el mundo; estamos viviendo un momento en que el uso que se está haciendo de la lengua está destruyendo el mundo (a través de la postverdad, de los “hechos alternativos”…), no sólo en nuestro país, pensemos en Estados Unidos o en cualquier otro lugar del planeta. Ese mundo que conocimos, con sentido, con raíz, en el que uno tenía responsabilidad de lo que decía y de por qué lo decía, ya no existe… ahora la verdad es irrelevante. Por eso hay que trabajar para preservar y potenciar el mundo y la vida en la que creemos.
 
A raíz de… bueno, ahora que lo ha mencionado, la poesía ha de ser radical, que etimológicamente remite a la raíz. Partiendo de esa premisa, en un momento en el que la verdad (sea lo que sea) no importa, en el que las palabras –como parte de esta España- están vacías y vaciadas (libertad, dignidad, amor…), en un momento en el que hasta la poesía trata de ser dinamitada –son muy recientes los premios que reconocen los seguidores de un autor en vez de la calidad de sus versos-, ¿cómo puede combatir la poesía, defenderse, resistir?
 
Cada persona que escriba le dará una respuesta, y tal vez todas podrían confluir en distintos modos de percibir. Hay que recordar que esto de escribir poemas es raro… durante la adolescencia, bien lo sé por mí misma pero también porque he sido profesora de secundaria, se escribe, pero un tiempo corto, después esa necesidad de escribir desaparece. Es un hecho raro el de escribir poesía. Desde mi posición, escribo porque sí, podemos formularlo como por necesidad, pero en realidad responde a algo previo, hablábamos de la raíz, de qué hacemos en el mundo, al que vienes sin que nadie te haya preguntado, y tienes que responderte qué hacemos aquí, y personalmente creo que hacemos un trabajo con nosotros mismos, eso es lo que hacemos en el mundo, y a medida que pasa la vida me doy cuenta de que lo que he sido se materializa en la escritura del poema; mi responsabilidad es para conmigo misma y para con el poema, lo que ocurra después es otra cosa. Pero pensamos incluso en alguien como César Vallejo, un poeta extraordinario, en el que lo colectivo y lo social están en su piel, en cada verso, incluso en ese caso la responsabilidad de Vallejo es consigo y con el poema; después, el poema llega o no, y su poesía es lacerante, extraordinaria. En mi caso, ese trabajo sobre mí se plasma en la escritura del poema, y es lo que soporta la vida.
 
Olvido García Valdés, poeta¿Por qué, salvo excepciones de rigor (usted misma, el Juan Ramón Jiménez de Diario de un poeta recién casado, el Salinas de La voz a ti debida) se presta más atención al dolor, a la grieta, que a la luminosidad, la alegría?
 
No sé si estoy de acuerdo con esto que plantea, la alegría importa muchísimo, es lo que más me interesa, el mismo título, confía en la gracia, está claramente adscrito a ese deseo de levedad, de ligereza, de luz, de sentido. También otro, Y todos estábamos vivos, como un móvil que baila, un título raro, tiene mucho de esta ligereza y de esa gracia. La hermosura del mundo está ahí y se percibe mucho más desde abajo. A veces la vida, sobre todo contemplada a través de la enfermedad, puede ser irreal. Cuando sales de un cáncer, por ejemplo, si sales, miras las gentes y la vida y tienes una sensación rarísima de irrealidad, porque es raro que estemos aquí, ahora, usted y yo, hablando de esto, pero resulta que esa irrealidad de la vida se conjugaba -y hablo con conciencia en pasado- con una presencia maravillosa del mundo. Los poemas hablan de eso.
 
Martín Gaite lo resumió en el título de una de sus novelas, Lo raro es vivir
 
Así es, comparto esa percepción, y viniendo de ella y de las situaciones vitales tan complicadas que pasó.
 
¿Nos da miedo vivir?
 
No… Yo miedo paso mucho, es lo que más paso; pero al mismo tiempo hay una inconsciencia o audacia que permite hacer cosas, y en realidad vas haciéndolas porque es necesario, pero las haces con muchísimo susto, en mi caso. Es raro eso también, y me pasa mucho.
 
En poesía, como en casi todos los órdenes vitales, no todo vale. Pero ¿quién, quiénes, qué estipula, prescribe qué sí y qué no, qué es poesía y qué sucedáneo?
 
Ese es un terreno muy resbaladizo y complicado porque hay dos perspectivas… vivimos en un mundo que cada vez tiende más a primar el entretenimiento. Entretenimiento es todo, series, poemas, encuentros, películas, libros… la industria es la industria del entretenimiento, esto es el mundo del capital, aquí estamos, y no hay afuera. Y esto de la prescripción… es que, para mí, la única prescripción es la facultativa, es la del médico que te dice así se muera usted ha de ponerse estas inyecciones. Y te las pones. Por prescripción. Pero cómo prescribir la lectura… Una librería es el terreno de lo maravillo, en sentido literal, cuando era joven llegaba a una y miraba y miraba, y había días que salía con algunos libros imprescindibles en mi vida, sin que nadie te hubiera orientado, y otros días que salías con las manos vacías. Una librería es un lugar en el que te pasan cosas y te pasan a ti. Los libreros, que son personas, por cierto, especiales, porque hay que ser especial para vivir entre libros y de ellos, que aman los libros, pueden sugerirte, y tú hacerles o no caso, pero en realidad uno llega a los libros que necesita porque se le vienen a las manos. Esa es mi experiencia, así que me cuesta entender una función que sea la de prescriptor. Creo que se prescribe aquello que conviene, lo que interesa, lo que crees que le gusta a la gente… prescribir alimenta esa cosa del gustar exterior, mientras que la lectura es una experiencia fundamental. A mí, como a todos los que leemos, se me caen algunos libros de las manos, pero dejo que se caigan, si no hay un trabajo personal con ellos no merece la pena leerlos, hagamos otra cosa, pasear por el campo. 
 
Jugando con uno de los frontispicios o capítulos de su poemario: la risa que uno fue ¿es capaz de hacer reír al que somos?
 
Sí, hay que echarle humor a la vida, si no, es tremenda. A ese título, qué risa fui (laico sacramental), se le da una gravedad en el paréntesis, una gravedad laica, esto hay que resaltarlo porque pienso, como Nietzsche, que los ateos somos los únicos que podemos hablar desde nosotros mismos sin testigos, ese título se refiere a cualquier vida humana: qué risa fui. Y desde otra perspectiva, cualquier vida humana: qué maravillosa, qué misteriosa.
 
¿Qué nos hace pertenecer siendo otros? Y el verso es suyo…
 
¿Que nos hace o qué nos hace…?
 
Olvido García Valdés, poetaEl suyo, el verso, no está acentuado, pero para la pregunta cambio el sentido, con permiso…
 
Diría que la atención, volvemos a ella, básicamente la atención. Cuando estaba escribiendo un ensayo sobre Teresa de Jesús, apunté en un diario una conversación referida a un pintor mexicano, Juan Soriano, extraordinario, hablando de un gran personaje, Lupe Marín, de la que decía que cuando la conoció, a pesar de que medio México se había rendido ante ella, no le dijo gran cosa, al contrario, le pareció casi vulgar, y sin embargo fueron tratándose y acabó haciéndole alrededor de doscientos retratos. El problema es la dedicación. Cuando prestamos atención a los demás, cuando les dedicamos tiempo, todo el mundo es extraordinario. De ahí la necesidad de la atención.
 
Así como Lupe Marín dejó honda huella en Juan Soriano, de las personas que usted ha conocido, como persona, como cargo público, como poeta… ¿de quién es la huella más honda?
 
Es muy difícil dar nombres… estas preguntas hacen brotar determinados nombres y muchas veces son los más evidentes, pero hay muchas maneras de dejar huella, de marcar. Ya que así lo ha planteado, le daré un nombre: José-Miguel Ullán, un gran poeta que murió en 2009, editor, que editó mis libros antes de Tusquets, en la colección ‘Es un decir’, del sello Ave del Paraíso, que eran unos libros hermosísimos. Además de gran poeta, era una gran persona capaz de dedicar muchísima atención. Basta recordar las portadas de la revista en la que yo participaba, El signo del gorrión, son todas suyas. Él me enseñó, junto a Pasolini y a Lorenzo García Vega, un poeta y prosista cubano extraordinario, que murió en 2012, me enseñaron digo, que en un poema cabe todo. Eso aprendí de ellos. De ellos tres aprendí esa libertad absoluta.
 
Pasolini decía aquello que sólo un botarate podía pensar que un fascista es solo un fascista, recuerdo al referirnos a lo complejo de la vida y de la escritura, y de lo que cabe –todo- en un poema. Usted dice en el pórtico al libro eso mismo, que en un poema cabe todo, pero no todo queda. ¿Qué es lo que no queda?
 
No queda lo que sobra. La respuesta es muy sencilla. En un poema cabe todo porque es capaz de contener aperturas a muchos mundos. Cuando trabajas un poema tiene que sostenerse, hay muchas cosas diversas en él, pero tienen que funcionar a la vez; en mi caso el poema no se resuelve como una cuestión arquitectónica sino química, tiene que cuajar, como la mayonesa. Si no, se corta.
 
¿Cuáles son las últimas lecturas que le han emocionado?
 
En el confinamiento me puse a leer a un señor, todo el tiempo, todos los meses, y no he acabado, voy a seguir. Jean François Billeter, un hombre extraordinario. En castellano, lo único que hay publicado es Cuatro lecturas sobre Zhuangzi, en Siruela, traducido por Anne-Hélène Suárez Girard. Es un sinólogo que montó la especialidad de chino en la Universidad de Ginebra, donde fue profesor hasta que cumplió 60 años, en 1999, que deja la universidad y decide dedicarse a lo suyo, y lo suyo resulta que llegó a la conclusión de que era ser filósofo. La idea que he utilizado antes de lo que se sabe y no del cuerpo es de Billeter, que dice que el cuerpo es un conjunto de recursos conocidos y desconocidos. En realidad, lo hace todo el cuerpo, el alma es el cuerpo, decía yo en un poema temprano. Así que a los 60 años comienza a escribir libritos, la mayoría sobre Zhuangzi, y a partir de él va elaborando una serie de conceptos sobre el cuerpo o la hipnosis (que no tiene que ver con que alguien duerme a otro alguien, sino que en la hipnosis uno está despierto). Sí, me puse a leer a Billeter y ahí estuve todo el tiempo.
 
Acaba de publicarse una antología de su poesía, dentro del animal la voz, en Cátedra. Es decir, usted ya es una clásica…
 
Es muy raro… el libro me llegó estos días, es precioso y para mí especialmente emocionante, voy a utilizar esta palabra, emocionante, porque estos libros de Letras Hispánicas de Cátedra son los que he usado como profesora toda la vida. Sí, es muy raro, señal de lo viejos que somos.
 
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