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viernes, 20 de octubre de 2017cermi.es semanal Nº 275

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Cuarto de invitados

Pablo d’Ors, sacerdote y escritor

“El oficio del novelista es rescatar la belleza profunda dentro de la podredumbre”

Por Esther Peñas

20/10/2017

Fotos: Javier Lorente

Encontrar la vocación (esa voz interior que nos invita a ser nosotros mismos, a ser quien estamos llamados a ser) es un regalo. Que uno tenga dos vocaciones y las habite y entre ellas se produzca una eufonía que invite a abrir la propia identidad, la maravilla. Esto mismo le sucede a Pablo d’Ors (Madrid, 1963), sacerdote y escritor. Su última propuesta literaria, ‘Entusiasmo’ (Galaxia Gutenberg), no puede resumir mejor su manera de estar en la vida. Con un sospechoso parecido con el protagonista de esta historia, d’Ors nos habla del entusiasmo como fuente de vida. Como corazón mismo de la vida.

Pablo d'Ors, sacerdote y escritorConfiesa, estás entusiasmado…
 
Estoy muy contento, y de manera diferente a otras veces, con este libro; más satisfecho, como si fuera un nuevo inicio o comienzo de algo que aún no sé qué es. Este libro nace, sobre todo, de la lectura de otro libro; leyendo ‘Lolita’ nació ‘Las ideas puras’; de ‘Maestros antiguos’, ‘El estupor y la maravilla’. ‘Entusiasmo’ nació de la lectura de ‘Tentación’. Y, como mis anteriores, mantiene la triple obsesión de la vivacidad, de la claridad, y de la  plasticidad.
 
Pedro Pablo Ros, protagonista de la novela, se define a sí mismo como “un hombre de extremos”: Marisela es la niña más hermosa del mundo, los paisajes de Honduras, los más bellos del mundo, Blanca, la mujer más bonita del mundo… Pablo, ¿también es un hombre de extremos?
 
Siempre he aspirado a la moderación. Más que los extremos, me interesa la intensidad y, desde luego, la literatura tiene que serlo. Si no es muy intensa, incluso caricaturesca, exagerada, no funciona. Pienso en Murakami, todo en sus textos es muy radical. En la narración ha de estar todo muy exagerado para que funcione; lo que hace el escritor es llevar al extremo a sus personajes, a la propia acción, para que revele lo que tiene que decir del ser humano. En definitiva, no sé si soy exactamente tan de extremos, tiendo al entusiasmo y la melancolía, pero no me emborracho de euforia ni me hundo en la tristeza.
 
¿Cómo saber qué parte de la biografía es materia literaria?
 
Creo que escribir ficción es un asunto de imaginación y, por tanto, lo que envuelve son las imágenes, que son lo que alimenta el alma; los conceptos alimentan la mente, y por eso soy narrador y no ensayista, me interesa el alma más que la cabeza. La imaginación es memoria y fantasía, recuerdas necesariamente lo que has vivido, lo que has oído, lo que has visto, lo que te han contado, y lo elaboras como la fantasía. Nunca negaré que este texto, sospechosamente afín, habla de mí, pero también puedo afirmar que nada de lo que se cuenta lo he vivido yo tal cual. Todo está elaborado con fantasía. Lo maravilloso, y lo afirmo sin vanagloria, es que lo que está escrito es más verdad que lo que realmente sucedió; lo que realmente sucedió es lo que quedó en tu alma, y tenemos el derecho y el deber de elaborar nuestro pasado. Para mí, la novela es la épica del individuo y por tanto no se puede entender sin biografía, porque no se escribe para contar cosas, sino para contarse a sí mismo. El gran desafío como narrador es cómo hacer esto de manera no egocéntrica, como decir ‘yo’, al igual que supo hacer santa Teresa, de manera humilde, es decir, sabia, no para autoafirmarse sino para regalarse a los otros.
 
¿La mayor parte de lo que nos pasa sucede en el plano de la imaginación?
 
Pablo d'Ors, sacerdote y escritorClaro que sí. Ahora mismo estamos teniendo una conversación, pero mucho más interesante es lo que no decimos, lo que estamos sintiendo el uno ante el otro, nuestros deseos, nuestros temores… todo esto es infinitamente más interesante, y eso es lo que quiere contar el narrador, porque si no hay interioridad no hay arte.
 
Entre otros muchos asuntos, el libro habla de la cuestión de la ‘gracia’, que es dinámica y al tiempo pasiva, uno no hace nada para merecerla pero tiene que tratar de merecer…
 
Los grandes tesoros de esta vida, el amor, la alegría, la fe… no son conquistas, no son cosas que tú hayas ganado, son regalos, y cuando a alguien le regalan muchas cosas será por algo. Esto no quiere decir que la gracia (o el amor, o la fe) sea fruto del esfuerzo personal, pero sin una cierta entrega no se produce ese milagro de la gracia. Y el entusiasmo es como la gracia en acción, la iluminación en movimiento.
 
Hablas de “perseguir la luz sin desatender los derechos de la oscuridad”. ¿Cuáles son esos derechos?
 
La vida es penumbra. Hablar de penumbra significa que hay luz y sombra; si miras la sombra parece que el mundo está o es negro y si miras a la luz te das cuentas de que se puede esperar, se puede confiar. Hoy más que nunca, me parece, es necesaria una literatura de la luz que no haga oídos sordos a las sombras, porque solo la luz no hace justicia a la vida, que también contiene sombra. Lo potente, desde el prisma cristiano, es el Resucitado, que es el mismo que el Crucificado; lo potente es que hay luz desde la sombra, hay luz sin negar la sombra, y que, cambiándola de signo, esa sombra se convierte en luz. Este libro, todos los míos, habla de eso, de cómo la luz va sobreviviendo e imponiéndose y resistiendo y saliendo a flote en medio de las trampas del mundo, de sus oscuridades, de las pifias que te hace la vida. Solo así podríamos identificarnos con lo que leemos.  La oscuridad es una invitación al abrazo. Cuando hay algo oscuro, del tipo que sea, una enfermedad, un dolor, un enfado, lo que la vida te está diciendo es “abrázalo, abraza eso”, porque solamente así no solo lo vas a desarticular sino que lo convertirás en algo que te dará fuerzas. En última instancia, la oscuridad es una buena noticia, porque es el camino hacia la luz. Toda mi novelística va encaminada hacia ese abrazo final.
 
Para vivir, ¿es más importante la voluntad o el dejarse hacer, escuchar lo que la vida nos dice? 
 
La voluntad de escuchar. Me colocas en la dialéctica de escoger, pero es que hay que disponerse de manera activa a recibir pasionalmente.
 
Luz y oscuridad, palabra y silencio, dolor y amor… En tu libro, los personajes de Aureliano y Emiliano, como Narciso y Goldmundo, de Hesse, como tu anterior libro, ‘Contra la juventud’ y ‘Entusiasmo’, son dos momentos distintos de la misma cosa…
 
Pablo d'Ors, sacerdote y escritorMi próximo libro tendría que titularse ‘La contradicción armónica’, porque ése es el verdadero desafío, no la coherencia, ser de una sola pieza, ni siquiera la armonía sin más, pero sí la contradicción armónica. No es que seamos muchos dentro de cada uno de nosotros, es que somos contradictorios, tenemos impulsos, instintos, deseos y anhelos de todo tipo y no siempre compatibles. Lo interesante es cómo vivir esa contradicción del ser humano de manera armónica, que es tanto como decir no vivir dramáticamente. El existencialismo, tanto en filosofía como en la narrativa, es una exaltación del drama, pero el drama no hace feliz a las personas. Lo que nos hace felices es la armonía, pero no la armonía chicha, sino aquella que tenga una historia de entrega detrás.
 
Estoy convencida de que este título, entusiasmo, te define como persona y escritor (si es que resulta pertinente la distinción), casi tanto como otras dos palabras, frontera (creo que eres un ser fronterizo) y el binomio silencio/palabra.
 
¿Has visto ‘Un lugar en el mundo’? Hay un momento en que Federico Luppi le dice a José Sacristán: “Eres un frontera”. Las tres cosas que me dices me gustan mucho, y sí, tienen que ver conmigo. El binomio silencio/palabra desde luego es mi vocación, mi oficio y mi estilo de vida. Procuro dedicar un tiempo diario a la escritura y a la meditación, que para mí son las dos caras de la misma moneda. Silenciarse para llenarse, dar y recibir, esto por un lado. Como fruto de eso, el entusiasmo. A mi modo de ver, el entusiasmo nace de una triple cepa: fracaso, ilusión y silencio. Primero hay que fracasar, tocar la tierra; luego ilusionarse, empezar a construir y, por último, silenciar todo eso. El silenciamiento te lleva a la verdadera realidad, y eso te conduce al entusiasmo. No es que la ilusión no sea bonita, es bonito construir un mundo mejor, pero el entusiasmo es mucho mejor, porque no trata de construir un mundo alternativo, sino de recrearse en este mundo, descubrir que este lo tiene todo, participar de la danza general que ya hay en este. Y solo se llega a ese punto desde la muerte mística que permite el silencio. Cuando estás ahí, en ese punto, estás en la frontera, tienes algo que transmitir y que comunicar y que vivir para los otros y al tiempo eres de los otros, no eres distinto. Estar en el mundo pero sin ser de él. Por eso todas las fronteras son interesantes, porque te obligan a hacer un ejercicio de equilibrio para no desplazarte a un lado u otro, hablar de equilibrio es hablar de tensión, de atención y de presencia.
 
¿Es más difícil prestar atención ahora que antes?
 
Sí, sobre todo por los teléfonos móviles. Es muy difícil estar presente, para todos sin excepción. Alejarse del teléfono móvil, que es el símbolo por excelencia de la dispersión, es casi un acto heroico. 
 
El corazón entregado y abierto sin expectativas. ¿Esa es la clave para la buena vida?
 
Pablo d'Ors, sacerdote y escritorSi por corazón entendemos el centro del ser humano, no solo como sede de los sentimientos, sí; corazón en sentido bíblico, en tanto que hombre en su totalidad. El tema de las expectativas es muy importante en la vida, hay que  desprenderse del afán de rendimiento, de tener la mirada demasiado puesta en la meta que se pretende conseguir. Esa expectativa dinamita tu trabajo y te impide disfrutar del camino. Hay que mirar el horizonte, pero no sólo, fundamentalmente mirando el camino. Lo esencial para un escritor no es el libro sino la escritura, cuando uno entiende esto empieza a ser escritor de verdad; con la meditación pasa igual: si piensas solo en la iluminación estarás frustrado porque la práctica de la meditación y de la escritura suelen ser muy humildes, es decir, que lo que escribes o meditas suelen ser chorradas. ¿Quién es escritor? Aquel que soporta mejor sus propias chorradas. La imagen que te devuelve lo que escribes es la imagen de que eres un estúpido, y soportar esa imagen uno y otro día es duro. Pero hay que mantenerse ahí, en la sombra, trabajando amorosamente en ello. Y eso se convierte en fecundo. Huimos de nuestra imagen de estúpidos, y por tanto nunca la afrontamos ni la redimimos. Esta novela habla de eso, de la redención del camino, cómo el camino nos va purificando, pero hay que estar en él.
 
Un sacerdote, acaso tú, imbuido del marxismo y el psicoanálisis (que nos explican las estructuras de poder y el patriarcado). ¿Qué ha quedado en ti de ambas corrientes?
 
En el seminario donde estudié había tres popes: Nietzsche, Freud y Marx. ‘El anticristo’, después del Evangelio, era nuestro libro de cabecera. Éramos fruto de una generación post Vaticano II, y manteníamos una obsesión por el diálogo, por la actitud de abrirnos al mundo. El gran desafío para la formación seminarista era que el cristianismo no tenía que ser necesariamente algo medieval sino que tenía su lugar en la modernidad. Salimos del seminario muy modernos, pero quizás no tan cristianos. No se puede ser moderno sin conocer a Freud y a Marx y, junto a Nietzsche, sigo pensando que son tres pensadores de la sospecha determinantes para el XXI y el tipo de teología y pastoral que se ha realizado; no es lo mismo que el punto de partida sea la sospecha, que es algo negativo, a que lo sea el asombro, o el estupor, como yo propongo. Estos tres autores no ven símbolos en el mundo, que sería lo cristiano, sino síntomas. Para ellos, el sujeto y la sociedad están enfermos. Para el cristiano, el mundo está bien hecho y transparenta a Dios y, por tanto, es una invitación a descubrir en eso lo que está más allá de eso. 
 
Quizás el pecado sea, pensado desde Freud, la brecha entre la expectativas y la realidad. Pienso en la reacción de tus padres, de Pilar, de Merceditas, de otros personajes ante la decisión del protagonista de convertirse en sacerdote. Cuando uno es uno mismo, ¿siempre defrauda a alguien?
 
Ángel Gabilondo, que presentó conmigo la quinta edición de mi libro  ‘Biografía del silencio’, me dio un consejo: “Pablo, decepciona pronto”. Siempre decepcionamos, necesariamente, y ¡ay si no lo hacemos! Ser tú mismo comporta que vas a tener gente que cree en ti y se cree lo que tú eres y lo aplaude porque eres tú, y otra gente que lo que tú eres les pone nervioso porque resquebraja su propio planteamiento vital, sus convicciones. En el caso del sacerdocio es muy fácil decepcionar, va implícito en el carisma. El sacerdocio, junto al carisma de la prostitución, es el que tiene la impronta más fuerte, todo el mundo cree que sabe lo que es un cura y lo que es una prostituta y, por eso, esperan de ellos un determinado comportamiento; si no respondes a las expectativas del rol, necesariamente decepcionas. 
 
Ahora que lo mencionas, recuerdo que Gabilondo me dijo que él, cuando acababa de conocer a alguien y le resultaba insoportable, trataba de entender qué tenía ese tipo de sí mismo.
 
Pablo d'Ors, sacerdote y escritorPor desgracia, es así; siempre que me he encontrado a alguien con el que me he llevado mal me he preguntado qué tiene en común ese tipo con mi padre y, después, qué tiene en común conmigo. Esto ya lo dijo Freud, nuestros conflictos sociales, personales, son, en la mayoría de los casos, proyección de los problemas no resueltos con nuestros padres; esa primera relación que tenemos con nuestros padres es prototipo o arquetipo de las futuras relaciones que mantenemos. El trabajo espiritual o literario profundo es aquel que permite al dedo que apunta dar la vuelta y señalarse a sí mismo. No hay trabajo novelístico que no sea identidad, exploración en el territorio de la identidad. Por lo tanto, lo que responde la narración es quién soy yo, y una vez que lo sepamos, sabremos qué hacer.
 
¿Qué importancia tiene el ritual en la vida?
 
Para mí, muchísima, el rito no es otra cosa que el gesto repetido conscientemente. El ser humano es silencio, palabra y acción; la acción, para que sea constructiva y humanizadora, debe ser ritual, repetida y consciente. Tenemos dos alternativas: el rito y la rutina, hacer las cosas de una manera consciente y ordenada o mecánica y de cualquier forma. Rutinariamente no nos construimos sino que nos ensombrecemos, pero si haces de tu jornada una sucesión de pequeños ritos (besar a tu hijo, despedirte de tu pareja, lavarte…) posibilitas que la jornada sea una obra de arte en la que has estado presente. La meditación no es un ratito en el que estás en silencio, sino que es lo que permite que el resto de la jornada esté presente. Y si estás presente todo te recarga, te devuelve energía, y como todo te devuelve estás en esa dinámica y de esa dinámica nace el entusiasmo.
 
La rutina, ¿tiene que ver con ese fantasma blanco del que hablas, que te desgasta y consume, que te hace languidecer?
 
Es como el diablo, esa atmósfera o corriente oscura plomiza que te apaga y de la que todos somos víctimas. En el cristianismo tradicional es el diablo, pero podemos llamarlo como quieras; hay fuerzas negativas, tú entras en un lugar y puedes sentir buen rollo o malo. Personas que te encuentras en el camino y que, nada más conocerlas, sientes ganas de abrazarlas y otras, en cambio, de las que tienes la necesidad de alejarte de inmediato…  hay muchos misterios invisibles, muchas cosas que no tienen materialidad a nuestros ojos y escapan a nuestros sentidos. Hay que lidiar también con eso. Cuando uno es joven tiende a flirtear con ello, con ese fantasma blanco. Mi libro ‘Contra la juventud’ habla de eso, del flirteo con el mal, porque nuestro problema no es que exista el mal, sino la fascinación que nos provoca, que sucumbimos a él. Esa es la trampa. Al mal, ni agua. Porque si le das de beber empieza a robarte fuerza.
 
Háblame de otra trampa, la trampa de la piedad, que también aparece en tu libro, y que ya trató Zweig en ‘La impaciencia del corazón’…
 
Es una gran pregunta… y no admite una respuesta fácil. Amar a otro no es someterse a su dictadura; uno, dentro de la entrega, no debe perder su soberanía ni su libertad, y la piedad mal entendida, en el sentido de Zweig, es una dependencia, y por tanto no genera personas libres sino esclavas de ese salvar al otro, de ese querer a ayudar. El criterio para verificar si un afecto es bueno o desordenado es ver si nos hace libres o dependientes. Lo que pasa es que la vecindad entre amor y dependencia es muy sutil, pero si se desplaza hacia la dependencia deja de ser amor. 
 
Una de las ideas más intensas del libro es el binomio pobreza y belleza.
 
La belleza no es una realidad simplemente estética, es una realidad ontológica, no se juzga por la apariencia, por la forma. La belleza se encuentra cuando uno va al fondo de la cuestión. Una persona podrá ser muy bella por fuera pero si por dentro está podrida no será hermosa. La hermosura nace… me estoy acordando de una cita de Brad Pitt: ‘lo bello está en el interior’… 
 
Esta cita, ¿es sacrilegio?
 
Pablo d'Ors, sacerdote y escritorJajaja, como dice Brad Pitt… cuando las personas entrenan la mirada, el oído y el corazón espiritualmente saben ver el interior aunque la forma exterior no se corresponda; bajo una apariencia pobre, mísera, fea, descubren la belleza. Ésa es la belleza que propone el cristianismo: la plenitud de la gloria está en ese varón de dolores crucificado, en un despojo humano, en un harapo que rompe nuestros esquemas. Del mismo modo, el oficio del novelista es rescatar la belleza profunda dentro de la podredumbre. El secreto de la fealdad es la pobreza, y el secreto de la pobreza es la riqueza, esa es la cuestión.
 
Al protagonista le cuesta encontrar un confesor adecuado. ¿Cómo saber en quién depositar nuestra confianza?
 
Con un criterio de oro: siempre, de alguna manera, te devuelve a ti mismo, no te soluciona los problemas sino que te abre un horizonte interior para que tú los soluciones. Te enseña a convivir con el conflicto, con las preguntas. En el caso del confesor o del terapeuta o del maestro ése es el criterio, que despierta tu maestro interior, que te pone a trabajar en ti mismo.
 
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