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viernes, 03 de febrero de 2017cermi.es semanal Nº 244

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Cuarto de invitados

Santiago Alba Rico, escritor y filósofo

“El cuerpo es la chatarra de la humanidad”

Por Esther Peñas

03/02/2017

Fotos: Carles Bellsolà

En un mundo conquistado (al modo más ferozmente imperialista) por la imagen, parece que el resto de sentidos han perdido su importancia. En especial el tacto, un camino cada vez más despoblado. Pero la corporeidad, lo corpóreo, nuestro propio cuerpo nos ubica en una espacio concreto, en nuestro lugar de referencia, no hay otro más próximo ni más íntimo. Y, sin embargo, huimos de él. De esto habla el último ensayo de Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), ‘Ser o no ser (un cuerpo)’, publicado en Seix Barral, un texto que reflexiona sobre la condición del hombre en la sociedad a través de la relación con el cuerpo, un texto que analiza la importancia del cuerpo desde diferentes ángulos y en distinto contextos.

Santiago Alba Rico, escritor y filósofoRico, escritor, ensayista y filósofo, es una de las voces más notable del terreno del pensamiento. Desde que comenzara escribiendo los subversivos guiones de ‘Los Electroduendes’, para el mítico programa de TVE ‘La bola de Cristal’ sus textos no dejan indiferente. Vive en Túnez desde 1998..
 
Lo primero que se me vino a la cabeza al ver el título de su ensayo fueron unos versos de José Antonio González Iglesias: “Esto es mi cuerpo. Aquí coinciden el lenguaje y el amor”. ¿Está de acuerdo con ellos, sintetizan, de alguna manera, su ‘Ser o no ser (un cuerpo)?
 
El cuerpo es, sí, una coincidencia. Coinciden en él muchas cosas. Es, por así decirlo, un lugar de citas. Lo que no hay nunca en el cuerpo es silencio. Por eso huimos. Pero huimos hablando -o pensando. El amor es una de sus trampas y de sus salidas.
 
Uno de los asuntos que aborda en el libro es cómo uno, frente a la pantalla del ordenador, hace ‘desaparecer’ su cuerpo. Usted apunta, incluso, que “al apagar el ordenador nos suicidamos”. ¿No es un poco exagerado? ¿No es mejor la vida al margen del ordenador o, por lo menos, no es una vida otra, con más cuerpo?
 
Es sin duda una vida “otra”. Una vida que te para, que te retiene, que te vuelve lento, antiguo, denso y opaco. El cuerpo es la chatarra de la humanidad. El espacio es la chatarra de la humanidad. Hace falta una fuerza humana que hemos perdido para soportar un árbol. Se requiere un gran heroísmo para salir del ordenador y medirse con una hormiga. O con una calabaza. 
 
Nos olvidamos (eso se pretende en esta sociedad, según su tesis) del cuerpo, e insiste en que se ha desplazado el cuerpo como eje de experiencia, necesitamos menos el cuerpo para ‘sentir’. ¿Esto es un intento quimérico de apartar la muerte de nuestra presencia?
 
Sin duda. La sed de inmortalidad se ha convertido en una industria. Antes, los Imperios aspiraban a la inmortalidad y acababan cayendo estrepitosamente. El capitalismo hoy promete la inmortalidad a cada ser humano individual y al final nos traiciona. La verdad es la misma de siempre: “Pensamos que caminamos cuando en realidad caemos”, como decía Kafka. Pero esta promesa socializada y escamoteada, trasladada a nuestros hábitos cotidianos y a nuestras relaciones con los otros, nos debilita y nos deja solos en el vientre de la bestia.
 
“El cuerpo es una habitación oscura”,  concluye. “Lobo es todo lo que no tiene nombre”, propone. Pero, ¿cómo iluminar esa estancia? ¿Cómo darle nombre exacto –diría Juan Ramón Jiménez- a este nuestro cuerpo?
 
Felizmente no hay nombres exactos. Ese es un gran aprendizaje de la poesía, la única antorcha que existe en esa habitación oscura. Si los hubiera, sólo habría uno y ya lo habría descubierto Lorca o Char o Erri de Luca. Una de las cosas contra las que advierte mi libro es contra las utopías de transparencia. No hay luz eléctrica en el cuerpo. Sólo chispazos de piedras de sílex.
 
Santiago Alba Rico, escritor y filósofo‘Los que tienen cuerpo’ (enfermos, personas con discapacidad, etc.) ¿Son más ellos que quienes huimos del nuestro?
 
No es una cuestión de autenticidad. Es preferible no estar enfermo y la salud es tan real como la enfermedad. Lo que no es real es querer huir de la enfermedad. O del aburrimiento. Son “recaídas” irremediables que la humanidad ha utilizado siempre para introducir mejores medios de fuga. Por ejemplo, la belleza.
 
Habla de ello en este ensayo, en esa debilidad nuestra por la clasificación, las etiquetas, los clichés pero, ¿no facilita la vida cierto orden, algunos ‘membretes’?
 
En eso consistimos. Y de la misma forma que el silencio es la victoria total del lenguaje en nuestro interior, las rebeliones taxonómicas adoptan siempre la forma de una clasificación. Eso es la “condición humana”. Pero en la historia, esa “condición humana” puede operar de muy distintas maneras. El Derecho, por ejemplo, es una forma de clasificación y al mismo tiempo una rebelión contra la clasificación del racismo. Necesitamos “orden” pero no cualquier orden. El mercado es más bien un desorden clasificatorio con resultados muy destructivos.
 
“La identidad es contrariedad”. Siempre uno es contra otro. ¿Por qué nos cuesta tanto incorporar al otro como algo distinto pero, a la vez, parte de nosotros?
 
Y sin embargo esa posibilidad es lo más original. Es lo primero. El otro día me preguntaban en una charla si se me ocurría alguna metáfora de integración que oponer a las metáforas de recaídas negativas -muros, campos de refugiados, etc.- que pongo en mi libro. Son los niños: intrusos que aparecen de pronto en nuestra casa -de un día para otro- y a los que, sin embargo, acogemos con amor, y cuyo placer -y dolor- nos importan tanto como si fueran propios. Es, además, la relación más desigual que existe -un gigante contra un guisante- y está presidida por la confianza.
 
Habla de los judíos y de los cristianos a propósitos de las normas. Me llama la atención especialmente que los cristianos no tengan una relación más gozosa con su cuerpo al haberse encarnado su Dios en uno…
 
Dios se encarna para ser crucificado y a partir de ese momento el dolor es el centro de la doctrina cristiana. Pero el dolor está en el mismo sitio que el placer y por eso el cristianismo es al mismo tiempo tan sensual. En  Florencia hay un Cristo crucificado de Miguel Ángel que está más desnudo que ningún cuerpo que se haya quitado la ropa. Y las vírgenes de Caravaggio -que utilizaba putas como modelos- pisan el pecado al mismo tiempo que lo evocan.
 
Santiago Alba Rico, escritor y filósofoHuimos de nuestro cuerpo y, sin embargo, lo necesitamos para vendernos, porque asistimos a la sociedad en la que uno es también su propio productor, emprendedor de sí mismo, de alguna manera. Así que, a pesar de esa huida corporal,  decoramos el cuerpo con moda, tatuajes, manteniendo un peso adecuado… ¿habrá vuelta atrás o ya siempre importará más el espectáculo, el simulacro, la imagen que lo auténtico?
 
La vuelta atrás será en todo caso dolorosa. Tirarán de nosotros -ya están tirando- los condenados de la tierra, por citar un título famoso de Frantz Fanon. Y de cómo nos defendamos dependerá el destino de la humanidad. 
 
¿Puede un simulacro ser auténtico?
 
Si sólo hay relaciones entre simulacros y los simulacros resumen nuestra vida -sin ninguna referencia exterior- los simulacros acaban por delimitar la realidad misma. Si la realidad la define el tiempo -y el tiempo decisivo- nuestro tiempo decisivo no está ya entre los árboles. Ni siquiera en los bares.
 
¿Es la imagen la que ha sustituido a nuestro cuerpo?
 
Lo ha desterrado. O enterrado. Lo ha absorbido hasta adelgazarlo tanto que de él sólo queda un residuo molesto, como una mota de polvo en el ojo. La imagen es el anti-vampiro: no tiene cuerpo de este lado del espejo.
 
Cortázar decía que nada está perdido si uno tiene el valor de reconocer que todo está perdido y que hay que comenzar de nuevo. Pero ante la perspectiva del comienzo, pesa más el terror que la posibilidad de reconstruir algo… ¿tenemos remedio?
 
Tenemos finalmente cuerpo y está volviendo. Con él vuelve la necesidad de los cuidados recíprocos y, si no permitimos las promesas imposibles, tendremos que ocuparnos los unos de los otros y construir las instituciones que garanticen, como dice el juez Scarpinato, “nuestro derecho a la fragilidad”.
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