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CERMI.ES semanal el periódico de la discapacidad.

viernes, 05 de julio de 2013cermi.es semanal Nº 86

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Cuarto de invitados

Santiago Muñoz Machado, jurista y académico

“En la rebaja del Estado del bienestar hay un mínimo: la dignidad”

Por Esther Peñas

01/07/2013

Imágenes: Jorge Villa

Todo en él resulta atractivo: su cadencia al hablar, la rigurosidad con la que conjura las palabras, la claridad de exposición... también lo físico: la mirada inquisitiva y la sonrisa a medio hacer. Generosas son las credenciales de Santiago Muñoz Machado (Córdoba, 1949), basten algunas de ellas: presidente del Comité de disciplina Deportiva; miembro del Consejo Ejecutivo de la Asociación Española de Fundaciones; vicepresidente de Gestevisión Telecinco; presidente de la editorial Iustel... a ello se añade dirigir su propio bufete de abogados en Madrid y ocupar el sillón ‘r’ de la real Academia Española de la Lengua.

¿Qué emociona más, haber sido propuesto por García de Enterría, Luis Mateo Díez y Sánchez Ron u ocupar el asiento de Mingote?

Me lo pone difícil... todo es bueno, tanto la calidad de los proponentes como la importancia de la herencia. Los proponentes para mí son personas de mucho afecto: Enterría es mi maestro, hemos hecho juntos muchísimas cosas; Sánchez Ron es uno de mis mejores amigos, aparte de admirado historiador, y Luis Mateo desprende calidad no sólo en lo literario sino en lo humano. La Academia está llena de personalidades, por eso te asombra, cuando ocurre, que se hayan fijado en ti. Y Mingote... Mingote fue un hombre bueno. Todos los académicos son listos y han hechos cosas muy grandes para sus disciplinas, para el país, como creadores... pero Mingote, de todos ellos, es el más querido, el que ha trascendido la capa de lo intelectual para manifestarse muy próximo al pueblo.

"Los juristas ofrecemos técnicas, instrumentos, instituciones que sirven para facilitar y arreglar la convivencia entre los hombres, que no es poca cosa"

¿Tiene guasa el derecho?

No, es una ciencia muy seria. Siempre ha habido gente, juristas importantes como Ihering, que escribió ‘Bromas íberas en el Derecho’, que han buscado la parte divertida de una ciencia compleja y seria. Es seria porque sirve para organizar la convivencia; no se trata de que los juristas tengamos en la cabeza las grandes concepciones del mundo, ni que resolvamos el origen de la naturaleza, pero ofrecemos técnicas, instrumentos, instituciones que sirven para facilitar y arreglar la convivencia entre los hombres, que no es poca cosa.

"Hay muchísimas palabras con una acepción jurídica y quisiera pasarlas por mis ojos"

¿Tiene previsto presentar alguna palabra para incorporarla al DRAE?

No, pero tengo todo un programa preparado para tratar de revisar aquella parte del diccionario que tiene que ver con mi oficio, con mi especialización. Hay muchísimas palabras con una acepción jurídica y quisiera pasarlas por mis ojos; el vocabulario cambia, por tanto el sentido de la palabra en ocasiones, y nos invita, quizás nos obliga, a incorporar otras nuevas.

¿Qué es más fácil de respetar, la norma lingüística o la ley?

La norma lingüística no pasa nada si se incumple, la Academia es muy permisiva con su cumplimiento, con las incorrecciones, acepta que el lenguaje es una criatura viva, que se transforma, que no se tiene que atener constantemente a un canon. De hecho, el DRAE nunca ha intentado recoger la totalidad del vocabulario, va un poco por detrás e incorpora palabras y acepciones a medida que se hacen usuales en el lenguaje ordinario; también tenemos la posibilidad de inventar palabras, una apasionante materia novelística, algo divertido. Pero infringir el derecho es más serio, sobre todo porque hay un sistema represivo para evitarlo y para reprobarlo y condenar la vulneración.

"La práctica burocrática es la oscuridad, pero no es más que una manera de escribir siguiendo una cierta tradición de escribir oscuro, con palabras poco accesibles. Pero los buenos jueces escriben bien, y las buenas salas hacen sentencia con valor incluso literario"

Salvo el peruano César Vallejo, que fue capaz de incorporar los resultando y considerando en un par de poemas, ¿el lenguaje jurídico sigue siendo tan oscuro como calcula su fama?

Todos los lenguajes técnicos tienen su sonido, su manera de componer, de explicar sus verdades, todos emplean palabras que no están en el uso normal, lo que les hace parecer obtusos y oscuros. Es natural que así sea, el del derecho es un lenguaje especializado, como el de las matemáticas o la física cuántica, aunque en nuestro caso más, porque nos hacemos más visibles que otras disciplinas. Al fin y al cabo, la gente lee constantemente asuntos jurídicos, sentencias, juicios, etc. No obstante, existe otra fama añadida que es la que usted expone, que el Derecho se expresa siempre con oscuridad, como si quisiera ocultar algo de lo que maneja, como si quisiera esconder sus ideas, rodearse con oscuridad, provocar el misterio. Lo cierto es que la manera de componer las sentencias, el pie forzado que suponían aquellos gerundios que menciona, los resultando y considerando... eso ha desaparecido. Ahora se habla de antecedentes y fundamentos jurídicos, que da más libertad. La práctica burocrática es la oscuridad, pero no es más que una manera de escribir siguiendo una cierta tradición de escribir oscuro, con palabras poco accesibles. Pero los buenos jueces escriben bien, y las buenas salas hacen sentencia con valor incluso literario.

¿Se han dado tales casos?

Sí, se dan casos de sensibilidad literaria en jueces: algunos, incluso, escriben en periódicos y lo hacen bien, y los que no son jueces, como uno mismo, tratamos de escribir, si no con la virtud de la razón, al menos sí de la claridad. Delibes decía que había aprendido a escribir con el Manual de Derecho Mercantil de Garrigues, un manual con fama de estar muy bien escrito.

"La verdad nunca es redonda, siempre tiene perfiles, bordes dudosos... si alcanzar la verdad absoluta a quien se le exige es a un informador se agotaría la libertad de expresión y palabra, porque no hay verdad absoluta"

Su discurso de entrada en la Academia versaba sobre la relación entre la libertad de la palabra y la libertad de conciencia, de Europa a América y viceversa. Ambas caminan, de uno u otro modo, hacia la verdad pero ¿cómo la reconoce uno?

También en esto los juristas han afinado mucho. La verdad nunca es redonda, siempre tiene perfiles, bordes dudosos... si alcanzar la verdad absoluta a quien se le exige es a un informador se agotaría la libertad de expresión y palabra, porque no hay verdad absoluta. En esto, el derecho ha resuelto, siguiendo la experiencia norteamericana, que lo que se exige no es la publicación exacta de la verdad sino una verdad razonablemente hallada en la que lo importante es que el informador se haya aproximado honesta y seriamente a ella, con un trabajo de verificación suficiente y completo, manejando diversidad de fuentes, y dando oportunidad a que el resultado sea esclarecedor.

Algo así como los versos de Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

Digamos que no basta decir “esto es, para mí, la verdad”, no se trata de hablar de la verdad de uno como de la aproximación a la verdad que hace uno.

Uno de los jalones en su discurso es la ‘Areopagítica’, de Milton, alegato feroz contra la censura. Pienso, por ejemplo, en Wikileaks. ¿Dónde queda la linde que separa la responsabilidad de no publicar una información sensible, que ponga en riesgo la seguridad nacional,  y el derecho a informar?

La ‘Aeropagítica’ es un panfleto contra la censura al que no se puede poner ningún pero a su texto, porque Milton no tenía en la cabeza cosas que suceden hoy en día. Internet, por ejemplo, un mundo libre al que será difícil poner trabas de este género.

"Los límites de la libertad que existen en el mundo físico deben aplicarse al mundo virtual"

Sería difícil pero, ¿sería deseable?

No deberían de establecerse impedimentos a la libre circulación de ideas u opiniones, éstas no tienen fronteras ni debería haberlas, salvo aquellas informaciones que puedan ofender derechos. El anonimato de Internet no puede justificar en ningún caso dañar la intimidad de las personas, su honor. Los límites de la libertad que existen en el mundo físico deben aplicarse al mundo virtual. No hay censura pero sí represión, sobre todo en el derecho anglosajón, muy severo contra los excesos. La censura es distinta. Para empezar, no ha llegado a extinguirse del todo nunca.

El ser y el deber ser kantiano... lo oficial y lo oficioso...

El caso más reciente en el que se debatía la censura fue el de los papeles del Pentágono, el caso ‘New York Times versus EEUU’, en el que el Gobierno de Nixon, al principio tolerante con la publicación de este tipo de informaciones, determinó pararlas. La sentencia dice algo parecido a lo que usted propone, que es muy ilustrativo. La censura es una cosa prohibida, y así se recoge en los tratados internacionales y las diferentes constituciones, pero si está en juego la seguridad del país se puede aplicar, se permite censurar la publicación de algunos documentos. ¿Cuál es el problema? Que hay que demostrar ese riesgo nacional, no basta con invocarlo. Ni siquiera, tal y como explica la sentencia, en un supuesto de guerra estaría claro que la publicación de documentos afectara a los intereses de un país.

Por cierto, ¿todas las opiniones son respetables?

No. Hay opiniones que son odiosas, que opinan desde posiciones intolerantes, de odio, opiniones que son racistas, antisemitas, contrarias a los musulmanes... no, no son respetables todas las opiniones, pero si se vehiculan de un modo no ofensivo todas deben ser respetadas. La frontera está en el lenguaje, en el uso de las palabras combativas, las ‘fighting words’, los términos insultantes. Ahora bien, la flexibilidad es muy amplia para determinar si una palabra es o no insultante.

A su juicio, ¿cuáles son las fighting words más letales?

Las que se refieren a la dignidad, las que insultan por razón de origen, sexo, credo...

El humanismo cristiano, el de Luis Vives, Tomás Moro, Francisco de Vitoria, es el primero que apuesta, al menos desde la teoría, por el pacifismo y la tolerancia. ¿No es curioso que la religión, que es, por antonomasia, el instrumento de la concordia, sea fuente inagotable, no ya de derecho, sino de discordia?

Siempre lo ha sido, ha sido un foco de conflicto sobre todo desde la Reforma protestante hasta aquí; hoy en día lo que sucede es que ha cambiado el escenario. Por ejemplo, nunca ha habido tantos musulmanes asentados en Europa como ahora, y eso genera otro tipo de conflictos. Localidades como Marsella, por ejemplo, son mayoritariamente musulmanas.

"La ignorancia es uno de los grandes problemas de orden colectivo, no saber  resolver las cosas con inteligencia y debate"

La confrontación, esa confrontación que amenaza a la paz, ¿proviene del miedo al otro o de la ignorancia?

De la ignorancia, en primer lugar; la ignorancia es uno de los grandes problemas de orden colectivo, no saber  resolver las cosas con inteligencia y debate. A ello se suman aquellos credos religiosos en los que forma parte del dogma no ser tolerante con los demás, con lo distinto.

Retomo su discurso de ingreso, en el que repara en la condena a Servet y la terrorífica reprobación pública que soportó Spinoza... ¿Hoy se puede hablar de chivos expiatorios?

Sí. Casi todos somos infractores de algún modo, en lo pequeño o en lo grande. ¿Quién no ha cometido una infracción de tráfico, quién no ha hurtado algo de su trabajo? Al fin y cabo, por pequeñas que parezcan son infracciones no cívicas y están sancionadas. Hay gente que defrauda o que comete crímenes, que son delitos mayores, pero siempre hay más infractores que gente sancionada, por eso en un momento determinado se coge a un infractor y se le usa como ejemplo de lo que uno no debe hacer. Como lo que está ocurriendo ahora con Messi. La sociedad siempre usa chivos expiatorios y el derecho de vez en cuando también porque no condena a todos los infractores, opera selectivamente, elige a uno, por necesidades operativas, ya que no existe ningún estado con herramientas suficientes como para meter en vereda a todos los que infringen las normas existentes.

 "Hay que transformar algunos derechos sociales en fundamentales de tal manera que sean exigibles, que se pueda imponer una legítima exigencia" 

En algún artículo suyo, creo que en ‘El País’, aseguraba que el estado del bienestar, tal y como lo hemos conocido, será irrepetible. Ahora bien, ¿dónde colocamos la frontera entre aquellos que debemos ceder y lo irrenunciable?

El Estado de bienestar está condicionado con los recursos del Estado, y esos recursos dependen de las políticas de solidaridad que se desarrollen, de cómo hay que ajustar el Estado de bienestar, a su vez sujeto a la evolución de la economía y a la recaudación tributaria. Pero dentro de ese ámbito, hay un criterio claro para establecer los mínimos: todo lo que concierne a la dignidad humana. Si ésta se ve mermada al reducir derechos, algo estamos haciendo mal. La dignidad se recoge en el artículo 10.2 de nuestra Constitución. Nada puede pasar por encima de ella. No puede no haber derechos o prestaciones cuando la gente no puede conseguir un mínimo de desenvolvimiento social cuyo no disfrute es indigno. Tal vez por ello sea necesario cambiar la concepción de derechos sociales existente en la actualidad. Ahora mismo, los derechos sociales que consagran las cartas internacionales, Constituciones, etc. son de segundo nivel, de segunda clase. Hay derechos fundamentales, como el derecho a la huelga o a la manifestación, sobre los que hay garantías sobre su ejercicio y otros, los sociales, cuya vigencia efectiva depende de que el legislador en la coyuntura económica del momento regule las prestaciones en que consiste cada uno de esos derechos.  Hay que transformar algunos derechos sociales en fundamentales de tal manera que sean exigibles, que se pueda imponer una legítima exigencia; dentro de un orden, por supuesto, porque no se puede exigir al Estado algo que excede de él, pero con criterios de razonabilidad.

¿Por ejemplo?

Es cuestión de mantener ciertas prestaciones con preferencia a otras, que sea más importante la atención a la discapacidad que mantener embajadas. Por ejemplo.

¿Es justa la Justicia?

Sí, en términos generales, sí; siempre la defiendo, olvidamos que un juez no hace el oficio, ni un juez es expresivo del comportamiento de los demás, no se puede trasladar algo de un juez a la totalidad de los órganos judiciales. El servicio público de la Justicia tiene muchos defectos, debido en gran medida a la falta de medios, entre ellos la tardanza en resolver, pero no acepto que se ponga en duda la honestidad de los jueces; los habrá más o menos sabios, más o menso estudiosos, pero todos conocen su oficio, operan con independencia, no son corruptos.

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