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viernes, 19 de enero de 2018cermi.es semanal Nº 286

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Cuarto de invitados

José María Guelbenzu, escritor

“La gente está convirtiendo las cosas importantes en banales y eso es más peligroso que una guerra nuclear”

Por Esther Peñas - Fotos: Jorge Villa

19/01/2018

‘Los poderosos lo quieren todo’ (Siruela). Con este título, el escritor José María Guelbenzu (Madrid, 1944) nos regala una desopilante historia (con tintes mefistofélicos incluidos) presidida por una lúcida y esperpéntica crítica social en la que, además, propone una reflexión sobre el papel del narrador literario. Pocos estilos tan aquilatados, tan limpios y exactos como el suyo. No dejen de caer en la tentación de leer esta novela trufada de música, de aspiraciones, de amor fou, de cohechos, de proposiciones deshonestas, de tráfico de influencias, de (chusca) maldad escrita con la pericia de los artesanos.

José María Guelbenzu, escritorEsta historia tiene mucho del humor de Valle-Inclán, de Jardiel Poncela, un punto de Berlanga…
 
Sí, es una novela esperpéntica, y para hacer esperpento no queda otra que pasar por Valle. Había dos posibilidades, o hacerlo como lo hacía él, de manera tan exagerada y tan hispánica, o hacerlo como lo hacía Musil en ‘El hombre sin atributos’, con un humor centroeuropeo, también muy irónico, intelectual e inteligente. Pero ya que estamos en España me puse en plan mediterráneo, para qué entrar en otras tradiciones que no son la tuya teniendo una propia y fantástica.
 
¿Conviene perder la cabeza por un sueño? ¿Puede ser la pasión objeto de la prudencia?
 
No, la pasión no puede ser objeto de prudencia de ninguna de las maneras; lo que se puede es tratarla prudentemente después. En un principio, una pasión es algo a lo que uno se entrega y luego, vistos los resultados, si tiene suficiente cabeza puede empezar a mandar sobre su pasión. En cuanto a lo primero, no. Lo que les ocurre a estos pobres desdichados es que no entienden la vida para nada, son unos pardillos, cada uno a su manera, aunque uno de ellos es consciente de haber perdido la cabeza. Estas cosas de perder la cabeza por un sueño, salvo que seas Martin Luther King, mejor no incurrir en ellas. Ahora, soñar, tener esperanza, eso por supuesto, es lo que nos mantiene vivos. 
 
Julie London, ¿es capaz de reparar el vértigo de la pérdida?
 
Sí, totalmente… la música, en general, cualquier maestro o maestra en música es una compañía en todo orden para sobrevivir en un mundo, como el nuestro, cada vez más absurdo.
 
Acaso lo más decepcionante es que la maldad actual que usted retrata (estulticia, el delito, el saqueo, el chanchullo, el abuso) es chusca, porque hay villanos admirables en su maldad, pero no estos que nos toca soportar…
 
Tiene razón, todo degenera y la maldad también; ahora los malos son bastante idiotas. Ha habido malos muy dignos, malos capaces de despertar tu admiración, de producirte miedo y de estimular la curiosidad de indagar en el mal, pero en estos momentos el mal es una especie de banalidad. La gente está convirtiendo las cosas que son importantes, a fuerza de hablar de ellas tontamente, en banales y eso me parece más peligroso que una guerra nuclear, eso sí que es terrorífico.
 
Tentar o no tentar, como dice el personaje de Forcas. ¿A eso se resume hoy en día la cosa?
 
En todo caso, tentar es algo que conviene que nos ocurra a todos, muchas veces a ser posible; cada uno tiene que aprender a sacar las conclusiones, a defenderse de ello si es negativo. Cuando te pasas una vida en la que nadie ni nada te tienta es una vida de una pobreza infinita.
 
¿Qué se aprende de la tentación?
 
La tentación es el mejor acicate de la voluntad, gracias a ella uno la ejerce, y la voluntad es exactamente lo que necesitamos para salir adelante. Además,  habría que hacer caso a Wilde cuando dijo aquello de que la única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella.
 
Es difícil a veces saber cuándo caer o resistirse…
 
Sí, claro, Wilde era un cínico y como buen dandi cínico tenía que decir eso. La cuestión es si decides resistirte a la tentación por sensatez o por puritanismo, porque si no la sigues porque eres un puritano lo mejor que puedes hacer es perder la cabeza, por lo menos una vez, para saber lo que es eso. 
 
Ser un sentimental, como Tomás, ¿es el peor de los defectos posibles, tal y como él cree?
 
No, lo que pasa es que los sentimentales saben lo débiles que son. A una persona sentimental en seguida cualquier listo la engancha y la seduce, la conmueve, la pone de su lado, y paga las consecuencias.
 
José María Guelbenzu, escritorHace una reivindicación de la figura del narrador en un momento en el que el yo del escritor la invade peligrosamente, en esto que se ha llamado la literatura del yo…
 
En el mundo actual, la clave que explica el nudo de las relaciones es el individualismo, por lo tanto que exista la ‘literatura del yo’ es de una lógica aplastante, corresponde al tiempo que estamos viviendo. Pero el narrador no habla desde el yo, por eso he querido colocar un narrador que tiene un yo, ya que el narrador es una invención al servicio del autor que le permite enmascararse (bien detrás del narrador, bien de un personaje, si hablamos de la literatura del XX), pero está a la orden del que manda.
 
Me interesaba mucho hacer reflexionar sobre el hecho de que un narrador no es inocente, y si es una figura distinta a la del autor hay que jugarla con todas sus consecuencias. Aposté por dar vida al narrador ya que, en última instancia, el sistema de escritura que se conoce como estilo libre indirecto es justo el que ha permitido que narrador y autor se acerquen mucho sin quedar este último en evidencia, pero es un estilo ese que no dará mucho juego. Sin embargo, convertir al narrador en un personaje más puede abrir posibilidades muy interesantes en el mundo de la novela.
 
¿Qué es exactamente esa ‘realidad novelesca’ de la que se habla tanto?
 
Lo que cualquier autor te cuenta en una novela es mentira, es ficción, no es la realidad, la realidad es otra cosa, así que la realidad novelesca es un cuento chino que no lleva a ninguna parte; para que una novela funcione ha de producirse lo que se conoce como la suspensión de la incredulidad en el lector, que acepte la ‘verdad’ de lo que le cuentan, y ahí entra la fuerza del narrador, que se encarga de convencer al lector de que lo que le están contando es cierto.
 
Salimos del narrador omnisciente, que preside toda la literatura del XVIII y del XIX, y pasamos al XX con la disgregación, con la atomización de la conciencia del hombre moderno, y empieza a desaparecer  el narrador como figura dominante, comienza a ser ambiguo, porque es un personaje enmascarado. Da lo mismo que un autor utilice un narrador o un personaje para contar algo, sigue siendo una persona interpuesta. En el caso del personaje es persona interpuesta pero con vida propia, en cambio el narrador no la tendrá nunca, es un mandado. Por eso quise, con esta novela, abrir las posibilidades de la narrativa.
 
¿Como hizo Unamuno en ‘Niebla’?
 
Lo que hizo Unamuno es distinto, él se ponía a hablar con el narrador, aunque es un claro antecedente, no he inventado nada. El ser humano no puede dar forma a algo que no ha visto, no puede hablar de algo que no ha visto, de ahí las películas de marcianos: siempre se parecen a algo, a una zanahoria, a una seta, a un moco, a algo que ya hemos visto. Pero sí tiene capacidad para repetir infinitas variaciones de algo y todas ellas igual de interesantes. 
 
¿Merecería la pena la vida sin el placer de imaginar? 
 
No, imposible. De hecho, Forcas se encuentra a sí mismo cuando descubre el placer de imaginar, ése es el gran momento de su vida, lo que le convierte en un ser con un proyecto de vida; a pesar de ser un jeta, un caradura, gracias a la imaginación entra el territorio de lo humano.
 
¿Hay poca audacia en la imaginación literaria hoy en día?
 
Sí, muy poca, estamos pasando por un momento que nos llevará a otro lado, aún no se sabe a cuál, así que en estos momentos asistimos de nuevo al triunfo del realismo; el esfuerzo hecho a lo largo de los últimos dos siglos para hacer avanzar la narración parece agotado hoy en día, porque no se vislumbra nada nuevo. En el XIX hubo una enorme renovación de los temas a tratar, y en el XX se renuevan las voces, capaces de hacer hablar a la mente, como el caso de Virginia Woolf o Joyce... En estos momentos no hay nada nuevo, y como no hay camino todo el mundo se ha replegado hacia el realismo. Esto se ve claramente en la narrativa norteamericana, que sigue siendo la más activa. Esos relatos son intercambiables, a pesar de ser muy buenos, de ser, incluso, magníficos, pero no dejan de ser más de lo mismo.
 
Fracasar con fruición, como el personaje del mendigo Martínez, ¿es menos fracaso?
 
Es fracasar muy bien, hacer algo muy bien es la aspiración que tenemos todos; hay gente que se da cuenta de que muy bien solo puede hacer cosas muy malas… Recuerdo haber leído en el libro de Luis Carandel ‘Celtiberia Show’ el texto de una lápida: “Aquí yace don fulano de tal, en su vida hizo el bien y el mal, el bien lo hizo muy mal, y el mal lo hizo muy bien”. Quería salirme de esa literatura de perdedores facilona, aburrida, porque entiendo que un perdedor no es un pobre desgraciado sino alguien que tiene algo que perder y lo pierde, y trata de mantener la dignidad. Si toda tu vida has hecho el imbécil, ¿qué clase de perdedor eres? Lo que eres es un tontainas… 
 
José María Guelbenzu, escritor¿Cuáles son los peligros de frecuentar esos círculos gongorinos?
 
Pues que mueren en sí mismos; son, en general, círculos que sirven para que la gente que tiene intereses comunes se conozca, pero que empiezan a ser repetitivos cuando de ahí no sale nada estimulante. Está bien para quienes quieren ser escritores, se reúnen, se sobreexcitan unos a otros, intercambian esperanzas, pero llega un momento en que o hacen algo o se convierten en estériles.
 
¿Por qué a los artistas en general les fascinan los cenáculos de poder?
 
Para escribir hay que tener un ego de caballo, si no es muy difícil mantener el empeño, hay que aguantar a tu familia diciéndote que no vas a ninguna parte, a los amigos, que sospechan de que salga algo productivo de tu escritura… Tienes que creer en ti con orgullo satánico, con tal esfuerzo que llega un momento en que qué menos que pedir un poco de reconocimiento. Los reconocimientos se agradecen, pero no hay que acostumbrarse a ellos.
 
Siempre he sostenido que es envidiable el caso de Torrente Ballester, que fue reconocido al final de su carrera, cuando ya había hecho el grueso de su obra; cuando te has dejado el alma sin esperanza de recibir, por pura vocación, entonces pueden llegar sin problemas los reconocimientos. Conviene que el éxito venga tarde, lo más tarde posible, de hecho, yo no tengo casi premios, y siempre que me he presentado a alguno ha sido por dinero. Me resulta distinguido no tener premios.
 
¿Cómo detecta, usted que es crítico literario también, una obra maestra?
 
Me tengo que fiar de mi gusto y de mi formación; puede ocurrir que en un determinado  momento no descubras el verdadero valor o fondo de un libro, que se te pase, que leas ‘por el ojo izquierdo’, perdiéndote lo que ves con el derecho. Pero, en general, hay tan pocas obras maestras que se distinguen con cierta facilidad.
 
¿Cuál fue la última que leyó?
 
Hago dos críticas mensuales, y he leído en los últimos años novelas extraordinarias, muy importantes, pero obras maestras… Me siento muy satisfecho de haber contribuido a la difusión en nuestro país de alguna, como ‘Llámalo sueño’, de Henry Roth. Y las últimas que he leído son dos reediciones con nueva traducción, ‘Las alas de la paloma’, de Henry James, y ‘Tess, la de los d’Urberville’, de Thomas Hardy.
 
Pero para encontrar una obra maestra necesitas que pase el tiempo, detectarla en tu tiempo es difícil, estás condicionado por el mundo que estás viviendo y no tienes capacidad para advertir qué autor está penetrando mucho más adentro de la apariencia del mundo, y qué autor se está quedando en la superficie aunque se quede tan bien que te fascina.
 
Salvo el Lazarillo, los siglos de Oro, el 98 y el 27, ¿la literatura española es provinciana?
 
Sí, totalmente, provinciana y dependiente de otras. Hablo de narrativa, la poesía no. No hay tradición de novela en España, aunque sí algunos novelistas, y algunos muy buenos: Max Aub, Ramón J. Sender, Ferlosio, Benet, que es muy denso y difícil, pero tiene un mundo extraordinario. Aquí siempre hemos estado a expensas de lo que hacían otros para imitarlo, lo cual es gracioso que ocurra en un país que tiene al fundador de la novela moderna, me refiero a Cervantes, y que en lugar de ponérselo como ejemplo prefiere a los realista franceses, a Balzac y Zola. En cambio los ingleses, listísimos, cogen a Cervantes para que empape toda la tradición inglesa, hasta el Ulises es cervantino.
 
Jardiel Poncela, de haber sido inglés, quizás también tuviera más reconocimiento…
 
Con Jardiel pasa lo que en cierto modo está sucediendo con esta novela, que como es de risa se considera menor. Jardiel ha sido uno de los más ingeniosos escritores de este país, aun con todas sus exageraciones, a pesar de pertenecer a un mundo tan pacato como el de la España más religiosa y reaccionaria. Como Edgar Neville, podía haber sido mucho más con otro ambiente y otros estímulos.
 
José María Guelbenzu, escritorOtro ‘olvidado’, García Hortelano, que usted reivindica de alguna manera en la novela…
 
Me gustaba mucho, nadie ha contado el Madrid de los años 60 y 70, como él, nadie. 
 
Ni el dinero, ni la poesía, ni el saber, ni la pobreza, ni la política procura la felicidad. Entonces, ¿qué la depara?
 
Es que se piensa en la felicidad como un estado, así que lo consigues o no, pero la felicidad es volátil. La definición perfecta de la felicidad la dio Fernando Savater cuando dijo que la felicidad consiste en merecérsela, eso es la felicidad, quien se la merece. No es ningún estado ni situación. La felicidad para el que la trabaja. Y con la cabeza bien alta.
 
Eso de la cabeza alta cuando todo el mundo la agacha para consultar su pequeña pantalla…
 
Estamos asistiendo a un cambio de paradigma muy fuerte, cuyo resultado final no veré, porque voy a cumplir 74 años, así que no tendré, afortunadamente, que acostumbrarme a leer en plasma. Siempre preferiré un safari a un zoo o a un documental, la realidad a una virtualidad. Es cierto que una novela no es más que vida virtual, pero con una gran diferencia: la novela da imaginación y la imagen procura un impacto, no mueve la imaginación; una novela te obliga a imaginar lo que estás leyendo, por eso da tanta felicidad. A mí esto de la compra on line, salvo cuestiones de utilidad concreta, me resulta un absurdo. Un día nos olvidaremos de cómo es un filete y Amazon nos dará algo que dirá que es un filete y nos lo creeremos.
 
Aparte de los artistas de la adulación, ¿por qué esa enemistad del poder con la cultura?
 
Para el poder la cultura es un enemigo, por la formación católica en todos los ámbitos, al menos en nuestro caso; la Iglesia es dogmática y el dogmático no acepta contradicción, así que opinar fuera de la normativa te convierte en enemigo. Tiene que ver con una incapacidad crónica para aceptar la crítica.
 
¿Por eso se grita tanto en los debates?
 
La gente no quiere entender, quiere hablar, quiere imponer. Es lo que le acaba de decir Artur Mas a Puigdemont (que, pobrecito mío, se ha vuelto loco, se cree De Gaulle dirigiendo desde fuera la lucha contra el invasor). Mas le recuerda que primero es Cataluña, después el partido y, por último, la persona. Pero Puigdemont ha invertido el orden, y se coloca por delante de todo lo demás. El individualismo te lleva a esto. Fíjese en los debates televisivos, la gente no escucha, alguien dice algo y el otro le interrumpe para contestarlo sin ni siquiera querer escuchar lo que iba a decir. En una conversación hay que escuchar, pero el español es básicamente impaciente en la discusión y nunca espera a oír lo que él dice, ni a pensar lo que le han dicho para dar la respuesta adecuada. 
 
¿Por qué en cuanto el oprimido se libera, lo primero que hace es imitar al opresor?
 
Siempre ha sido así, mira Cataluña… a todo el que no es catalanista les da duro. Es una verdad histórica.
 
Lo de Cataluña, ¿es más bien una astracanada, un vodevil, una comedia ligera…?
 
Si no fuera por las consecuencias te diría que una comedia, pero no, es un esperpento… hay un género, lo grotesco, que es una manera de hacer crítica resaltando excesivamente las cosas, pero cuando no hay intención de hacer crítica lo grotesco deriva en un disparate total y en una absoluta pérdida de la realidad.
 
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