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viernes, 01 de febrero de 2013cermi.es semanal Nº 65

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Cultura

El lado bueno de las cosas

La salvedad de lo distinto

Por Esther Peñas

29/01/2013

No es una película portentosa, redonda, de impecable factura en su conjunto, pero sí honesta. Lo cual, en estos tiempos de superproducciones cargadas de alharacas sin apenas fundamento, de largometrajes que retan la paciencia del espectador (se me disculpe, pero una película que no se pueda contar en hora y media me resulta, cuando menos, sospechosa), y de filmes mediocres basados en libros triviales, es suficiente.

Equivoqué el paso. Mi intención era sentarme ante ‘Amor’, de Hanecke, un director que no es sino la personificación del bisturí de las conciencias, abriendo por la herida y dejando al descubierto las miserias que otros tratan de atemperar, ocultar o dulcificar. Pero no pudo ser. Así que, por un azar que no busco comprender –como dejara escrito Cortázar - me acomodé en la sala en la que proyectaban ‘El lado bueno de la cosas’, de David Ribet.

Siete nominaciones a los Óscar (sus señorías se sentían generosos aquella mañana) y una menos a los Globos de Oro (aunque posiblemente acaso sólo consiga reconocimientos menores, dada la fuerza de sus competidoras de edición).

La historia es sencilla. Pat (Bradley Cooper) proporciona una descomunal paliza al amante de su mujer, tras sorprenderles en una indecorosa e inequívoca situación. Ese episodio desvela una enfermedad hasta entonces latente, trastorno bipolar. Después de ocho meses en una institución mental, su madre (Jacki Weever, fantástica en su interpretación. ¿Recuerdan a la cuñada de Paul Newman en ‘La gata sobre el tejado de zinc? Sí, la que cantaba la patriótica canción con los niños, mientras agitaban las banderitas) pone fin a su internamiento.

La convivencia con su padre (Robert de Niro, delicioso en su faceta patológica) no es fácil, pero menos la reacción de vecinos, compañeros de trabajo y amigos, que lo tildan de perturbado y temen por sus vidas cada vez que lo tienen cerca. Él, al principio, tampoco pone mucho de su parte, al negarse a aceptar que ha de estar medicado de por vida, lo que desencadena algunos episodios de cierta violencia.

Pat está obsesionado con la idea de recuperar a su mujer, pero no puede acercarse a ella por la orden de alejamiento que tiene. Entonces, lo inesperado, una chica se cruza en su camino, Tiffany (Jennifer Lawrence). No se especifica qué, pero también tiene un pequeño desajuste de salud mental. Y quién no cuando se muere tu marido.

Con una intencionalidad dispar se va tejiendo entre ellos una relación no exenta de tensión, incomodidades, rudezas y humor del que provoca que uno no filtre lo que dice y lo que dice sea tan espontáneo y natural que raye en lo impertinente.

De no haber entrado en juego por un lado la enfermedad mental de los protagonistas, en uno u otro grado, y, por otro, el peso de los padres, esta película hubiera sido la clásica (por plomiza) comedia romántica al uso. Pero no. La salvedad introduce en la trama una perspectiva de lo distinto, y nos reconocemos en algunas reacciones que suscita la ignorancia, y nos sugiere –la sonrisa amable- un pequeño acto de contrición porque nos devuelve más comprensivos. Todos podemos convertirnos en raros. Depende de ajustar el enfoque que nos retrata.

El uso del humor está medido a la perfección. El humor, al fin y al cabo, no es sino el saber que las cosas pueden ser de otro modo. Y así las van configurando unos y otros, transformando lo que se tiene en lo que se desea, adentrándose por el luminoso lado bueno de las cosas.

El ritmo fílmico resulta perfectamente imbricado con el tempo que requiere una historia así, y aunque pueda parece que la segunda parte pierde pulso, no podemos olvidar que la excentricidad del inicio va encajándose en un idóneo equilibrio mental, que invita al sosiego en todos los órdenes.

 ‘El lado bueno de las cosas’ supone una reflexión sobre la actitud con la que hay que encarar las vicisitudes  vitales, tanto las que dependen de nosotros (fracasemos o no en su intento) como las que vienen impuestas sin explicación posible (¿por qué a mi?). La actitud, nada inconsciente sino meditada y convencida, de que todo sucede gobernado por una sutil supervisión que nos trasciende, y que no siempre remite a Dios, pero se le parece.

También, la película, invita al análisis de las terapias que lo son y no lo parecen (el baile, pero también cualquiera, basta con que nos libere y ensanche nuestros parámetros de libertad) y, sobre todo, acerca del distinto. Porque, como dice el protagonista de ‘La vida del Lazarillo de Tormes’,  “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”.

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