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viernes, 23 de noviembre de 2012cermi.es semanal Nº 56

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Los raros

Borges o el acicate metafísico

Por Esther Peñas

08/11/2012

Sea Borges quizás el más facundo de los escritores que ha leído el hombre. El más elaborado, el más suculento, el más sorprendente, el más infinito. Todo él, desde sus inicios ultraístas e impregnados de latir audaz y novísimo, hasta el de corte más metafísico, más filosófico, cargado de estupor y densidad.

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) tradujo ‘El príncipe feliz’, la obrita de Wilde, con tan sólo nueve años, y aquel trabajo –que para él supuso un confite intelectual- se publicó en un periódico local. Eso ya dice mucho de alguien.

En el colegio lo pasó mal. Imagínense a un ser diminuto, apocado, con una tartamudez que lo ahogaba,  gafas gruesas, vestido de niño bien, y sabihondo hasta las trancas. Luego ya, trasladada su familia a Ginebra, todo cambió. La escuela ya debió de presentársele como una asamblea más que un cuadrilátero, que era a lo que estaba acostumbrado.

Su hermana Norah hacía las veces de báculo. Una delicada y entrañable relación los mantenía unidos. Hasta que llegó Guillermo de la Torre –vanguardista, español y creador de ‘La gaceta literaria’– y se la llevó. Lo cuenta muy bien –pespuntando por la ladera de las vísceras pero sin que uno se manche de sangre ni violente intimidad alguna– Santiago Rocangliolo en su último libro, ‘El amante uruguayo’. A Norah la mentaba sobre todo en sus conferencias, en las que el Borges era más sencillo, acaso cansado de ser Borges (tanto, que haciéndose pasar por otro, Borges dudó de sí mismo en un periódico, colocando en entredicho su propia existencia, y esparciendo la sospecha de que Borges, en realidad no era Borges sino alguien que se parapetaba tras él. Raro, ¿verdad? Al menos divertido, porque en Borges el humor resultaba consustancial).

Después tuvo otro cayado, Bioy Casares, al que gustaba introducir en sus relatos (‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, de Ficciones, se me ocurre). Juntos embarazaron las tardes de palabras, reflexiones, desafíos, ingenio. Y escribieron varios libros al alimón: ‘Un modelo para la muerte’, ‘Dos fantasías memorables’ o  ‘Cuentos breves  extraordinarios’.

Su primera mujer, Elsa Astete, resultó ser más un beso en la frente que una frente enfebrecida por la pasión. La asexualidad del bonaerense le llevó a dormir en su cuarto de soltero en la noche de bodas. Por cierto que contaba con 67 años. A María Kodama la conoció en 1975, y la tomó, primero como secretaria, después como mujer, aunque por poderes, que él estaba a lo que importaba.

Aguantó con cierta nobleza de ánimo las ironías políticas de que fue objeto, por ejemplo cuando fue obligado por el gobierno de Perón a abandonar su ocupación de bibliotecario para ejercer como inspector de mercados de aves de corral. Tiene guasa. Por ejemplo, cuando perdió la vista, a los 55 años, como su padre, Milton, y Homero, y Tiresias. Él, el hombre del que se tiene constancia que más haya leído, ciego. Por ejemplo, que se le resistiese el Nobel de Literatura, por sus desaconsejables encuentros (recibió de manos de Pinochet el doctorado honoris causa en la Universidad de Chile, dedicando al dictador amables palabras de las que, en efecto, se arrepintió más tarde) y por una infausta casualidad (parece ser, el hallazgo es más novedoso, que Borges criticó la calidad literaria de un miembro de la Academia sueca, Lundkvist). Por ejemplo.

Dicen que el Nobel a Vargas Llosa enmienda el desaire al argentino. Imposible. De todo punto. La justicia poética es más sutil que todo eso. Acaso la venganza, la chanza, la charada de Borges sea cimentar el futuro, que el hombre no se reconozca, no sepa hacerlo, sino a la luz de Borges. “Tenemos la idea de que la inmortalidad es el privilegio de algunos pocos, de los grandes. Pero cada uno se juzga grande, cada uno tiende a pensar que su inmortalidad es necesaria”.

La literatura de Borges es un contumaz veneno contra el que no hay antídoto alguno: uno se pierde –a voluntad- entre sus laberintos, sus interminables escaleras imposibles –que recuerdan a los dibujos de Echer-, sus espejos reflejados en más espejos, hasta formar una cadena de reflejos infinitos, sus bibliotecas inexistentes (con artículos únicos en determinados volúmenes de las enciclopedias), sus mitos recreados y traídos a la luz...

Sus temas, como corte en la piel que hace al organismo reaccionar y reajustarse, siembran incertidumbre, porque Borges es de los escritores menos dogmáticos que conoce el territorio literario: ¿Puede dar sentido el hombre a su existencia? ¿El dios que nos contempla –de haber dios, de suponer que nos contemple- se asombra cual espectador o nos coloca y nos mueve sobre los escaques de un tablero? ¿Tiene substancia objetiva la verdad? ¿El lenguaje es vehículo de espíritu? ¿Nos explica, el mito? ¿Nos rige el caos o un armónico y discreto orden superior? ¿Descifrará el hombre quién es? ¿Es más real la ilusión o lo ilusorio de la realidad? ¿Nos sueñan, soñamos..?

La ceguera real de Borges se plasma en sus textos como una certera metáfora de la naturaleza del hombre, tan dispuesto a reincidir en el error, tan dependiente de estímulos erróneos, tan desconocido de sí mismo.

Por eso Borges es necesario. Hay lecturas y escritores. Borges es, en sí mismo, el mejor de los personajes posibles y, a la vez, su literatura, tan concéntrica, nos justifica. Nos salva. Son sus palabras, acicate metafísico y alimento intelectual. Por eso nos justifica. Nos salva.

De Borges resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.

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