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Los raros
Doten o la voz de los muertos
Por Esther Peñas
08/12/2017
Hay poca información disponible de Doten. Más o menos, nació en Plymouth, Massachusetts, y su vida comprendió la franja cronológica que va de 1829 a 1913. Pero es orientativo. Aproximado. Sospechoso.
Más que poeta, médium. Pero no en el sentido metafórico en el que todo poeta resulta, a la postre, un vaso comunicante entre lo que está velado y la palabra que desnuda, o que destapa, sino en el sentido estricto del término: del latín medium, persona que se comunica con el espíritu de un muerto. Eso sí, Doten hablaba con los grandes. Poe, especialmente con él, Robert Burns (el poeta canónico de la literatura escocesa) y Shakespeare. Ellos, y otros, la dictaban versos. No de un modo fulminante: “Estas conexiones no ocurrían como un relámpago, que surge sin previo aviso y se desvanece sin dejar rastro. Varios días antes de que ocurrieran, yo recibía indicios de sus llegadas. A menudo, y en particular bajo la influencia de Poe, me despertaba en la noche de un profundo sueño, y los fragmentos desprendidos de los poemas flotaban en mi mente”, nos cuenta la propia poeta en su prólogo.
Se decía que era mucho más escuchada que leída, aunque sus libros se reeditaron varias veces, pero es que su capacidad de oratoria, capaz de convocar a una multitud y mantener encendido su interés, debió ser portentosa. En esas arengas compartía su concepto de la religiosidad, convirtiéndola en una especie de sacerdotisa del verso. Era, también, una militante feminista. Hablaba del amor como una compañía mutua, en plano idéntico, y le importaba más que el matrimonio, las relaciones igualitarias, la mujer emancipada, libre, capaz de construir su identidad, y de narrarse. Como ella.
Como Jung, en su ‘Libro Rojo’, que recoge sus visiones durante el periodo comprendido entre 1913 y 1936, algunos poemas de Doten también son ciertamente proféticos, como ‘La canción del norte’, en el que anticipa la tragedia que asistió a la expedición perdida al Ártico, encabezada por sir John Franklin.
Sus versos son “como el sonido de un telégrafo, como una ráfaga fantasmal en forma de balada e himno o un conjuro hipnótico y desigual”, explican en el estudio preliminar los traductores. Esta edición, que respeta la original, de 1864, se divide en tres partes, una primera que contiene poemas más íntimos, firmados por la propia Doten; una segunda, en la que la autoría de los versos tiene un autor más o menos definido; y una tercera en la que se incluye la firma notoria. De cualquier manera, impresiones post mortem, influencias, o admiraciones aparte, la intensidad de los poemas de Doten la convierten en una autora en la que merece la pena perderse.
“Después mis párpados no conocieron el descanso:/ y una vez a medianoche,/ despierta en la vigilia,/ lloré más allá de todo llanto./ Y de repente fue como si cayeran/ desde mi propia existencia espiritual,/ desde mis ojos interiores,/ las escamas, al igual que ocurrió con los ojos de San Pablo./Vientos celestiales me envolvieron,/manos angelicales mi alma sostuvieron,/y escuché una voz firme que decía:/“Levántate, vamos… ven y mira./Tú, madre asolada por la pena,/hasta ti, y a ningún otro,/el Cielo despliega sus misterios.”
De Doten resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.