Lamento de veras no estar ahí contigo y con los muchos amigos y compañeros que se han reunido en San Sebastián, en tu ciudad, esta mañana de junio para hacer algo debido y sentido: darte las gracias. Obligaciones propias de la militancia en el movimiento asociativo  de la discapacidad -estos días se celebra la Asamblea anual de COCEMFE, entidad que presido- me retienen en Madrid y me impiden acompañarte en este acto colectivo de reconocimiento de la discapacidad española y europea.

 

No estoy en persona, pero estoy en pensamiento y sobre todo en sentimiento. Sé, te conozco de muchos años, que durante este homenaje no estarás cómodo; tu modestia constitutiva, tu convicción de que en tu vida solo has hecho lo que debías, lo que te era exigible y se esperaba de ti, te inducen a pensar que, en tu caso, los reconocimientos, aparte de desbordar la sentimentalidad y ponernos en situaciones humanas comprometidas, están de más. Te educaste en la severa escuela que ensañaba que quien hace lo que debe, no ha de esperar premios.

 

Pero la fría justicia no puede ahogar las manifestaciones del corazón. Fuiste el primer presidente del CERMI, la gran entidad española de la discapacidad, que justo este año celebra su 15º aniversario. Contribuiste decisivamente, desde tu FEAPS originaria, en un alarde de sentido y generosidad, a armar un proyecto, en esos inicios turbulentos, arduos, intrincados, sometido a enormes riegos, que quince años después es un ejemplo de éxito colectivo. Poniendo lo que nos une como personas con discapacidad y sus familias, las afinidades, por delante que lo que nos separa, que no son más que matices, al fin y al cabo, dotaste de contenido a palabras a veces huecas como unidad, cohesión, comunidad. Hiciste efectivo el lema del CERMI, el valor de la unidad.  

     

Ayudaste a forjar un CERMI cuya vocación no era mirar hacia dentro; un CERMI que una vez logró una arquitectura interna mínima, se volcó hacia fuera, hacia su horizonte natural: la extensión de los derechos, la inclusión, el bienestar y la ciudadanía de las personas con discapacidad y sus familias. Suave en las formas, firme en los principios, tu aportación al proceso de emancipación de las personas con discapacidad ha sido particularmente notable.     

 

Inquieto por naturaleza cuando se trata de la discapacidad, no limitaste tu perímetro de actuación como activista a tu país, lo ampliaste a Europa, donde también estaba casi todo por hacer. Desde el primer momento y durante muchos años -hasta que la salud decidió por ti-, fuiste el representante español en el Foro Europeo de la Discapacidad, que nació a la par que el CERMI, y asumiste y promoviste una agenda extensa de la discapacidad: la de que las personas con discapacidad son también Europa, y la de que Europa se traicionaría a sí misma, a su nota de más valor de productora de civilización y vida decente, si las negaba y las apartaba, condenándolas al extrarradio social.

 

Pero en tu caso, para hacerte justicia, no basta con evocar y hacer balance de tu gestión en el mundo asociativo, llena de aciertos y logros, hay que aludir a la persona, al ser humano. Has hecho muchas y excelentes cosas, en tu vida pública, pero las has hecho de un modo personal, con esos rasgos de elegancia, cordialidad, exquisitez y bondad que son tu sello propio. Las formas han realzado un fondo ya muy valioso, y hoy los premiados somos nosotros -tus compañeros de la discapacidad- por poder llamarte, lisa y llanamente, amigo. Amigo, Alberto.

 

(*) Texto leído en el homenaje tributado por el CERMI y el EDF a Alberto Arbide, el 15 de junio de 2012, en el Acqurium de San Sebastián