
"3,8 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"
Opinión
Triste herencia
Francisco Olavarría, licenciado en comunicación con formación en discapacidad y personas mayores
Durante estos años y al albor de estas teorías, Joaquin Sorolla, el pintor de la luz, presentaba en la Exposición Universal de París, “Triste Herencia” (1989); consiguiendo el máximo galardón. Fue su último cuadro de la serie de denuncia social y por lo tanto, de los cuadros más oscuros de su producción junto con “Otra Margarita” (1892), “¡Aún dicen que el pescado es caro!“ (1894) y “Trata de Blancas” (1895). La escena transcurre en la playa y en ella se ve un grupo de niños que presentan varios tipos de discapacidad que se disponen a tomar un baño en el mar, bajo la supervisión de un religioso, como medida terapéutica para combatir sus problemas de salud.
”Estaba ocupado una mañana en hacer un boceto de pescadores valencianos, cuando distinguí a lo lejos, cerca del mar, un grupo de niños desnudos, a corta distancia de ellos, la figura de un sacerdote solitario. Eran los Niños del Hospital de San Juan de Dios, resaca de la sociedad, ciegos, locos, enclenques o leprosos. Inútil decir que la presencia de aquellos desgraciados me produjo una penosa impresión”, escribió el artista valenciano en sus diarios, refieréndose al cuadro que hoy nos interpela.
Contar con estos testimonios no sólo son de gran utilidad para los historiadores sino también, para conocer de dónde venimos. Pensamientos en blanco y negro que evidencian la incultura de la época en materia de discapacidad y los derechos que estarían por exigir. Como el que recoge el artículo 27.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Adoptada y proclamada por la Resolución de la Asamblea General del 10 de diciembre de 1948 nos recuerda lo siguiente:
“Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de el resulten”
Tres años antes de su muerte, Sorolla sufrió un infarto cerebral mientras pintaba el retrato de la mujer de Pérez de Ayala. Forzosamente, abandonó su vocación por la pintura y se mudó a la sierra norte de Madrid, a respirar aire puro. Quizá con la misma esperanza de mejorar su salud con la que aquellos niños se bañaban en el Mediterráneo.
Visto lo visto, si no hacemos nada ahora por la accesibilidad universal, esa sí será, la triste herencia que dejaremos a las generaciones venideras. La cultura y el arte para todos será, sin duda el mejor legado.