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viernes, 26 de abril de 2019cermi.es semanal Nº 343

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Opinión

Educación para todas las personas, sin más

Por Marta Medina, doctora en Pedagogía por la Universidad de Jaén

26/04/2019

Marta Medina, doctora en Pedagogía por la Universidad de JaénDesde hace semanas, el debate se encuentra presente por todos lados. En las redes sociales, en los dispositivos móviles, en distintos foros educativos o en lugares tan inesperados como tiendas o incluso en pajarerías o acuarios, parodiando en muchos casos un tema de especial relevancia como es la educación. Y es que, todo el mundo creyéndose saber de educación se posiciona fervientemente en sus argumentos como si de un experto en la materia se tratase.
 
Pero ¿por qué hablar de educación inclusiva? ¿Cuáles son las razones que dan respaldo a esta propuesta educativa? ¿Por qué me posiciono como una defensora vehemente de la educación inclusiva?
 
En primer lugar, por actuar con coherencia. Una coherencia que se debe mantener en relación a una serie de aspectos que a continuación iré detallando:
 
Coherencia con las normas: Nos regimos por una serie de normas, que debemos cumplir. Y enseñamos y educamos a nuestros hijos e hijas a actuar conforme a las mismas, haciéndoles ver que su cumplimiento es necesario para el desarrollo adecuado de la sociedad. Por tanto, actuar conforme a los planteamientos que nos marcan las normas nacionales e internacionales, y de las que somos parte, sobre el derecho a la educación inclusiva supone un acto de coherencia.
 
Coherencia con el desarrollo social de futuro: No debemos olvidar uno de los objetivos fundamentales que persigue la educación, orientado sobre los elementos más básicos de la socialización y el desarrollo social. En este sentido, de todos es sabido, las nuevas perspectivas y retos sociales que nos marcan los ODS (objetivos de desarrollo sostenible) sobre los que la educación y nuestro sistema educativo debe afrontar y asumir sus planteamientos, estructura e ideario.
 
Coherencia con la profesión, la vocación y la ética: Los profesionales educativos nos debemos a todos los estudiantes, con independencia de su raza, sexo, religión, discapacidad o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. El desarrollo profesional docente implica trabajar con TODAS las personas, no sólo con las que a priori hacen “fácil” nuestro trabajo. Por tanto, trabajar con todos los estudiantes, sin excusas, supone adoptar una postura coherente a nuestra profesión.
 
En segundo lugar, porque debemos combatir el miedo.  Un miedo a la implementación de la inclusión, que se ha convertido en denominador común y cuya reacción natural provoca el ataque, la lucha o la paralización fruto de la conmoción. A pesar de todo, se trata de unos estados que debemos afrontar y superar para garantizar la equidad, la justicia, el cumplimiento de un derecho y experimentar lo que supone realmente educar en la diversidad y la inclusión. Pero ¿a qué tenemos miedo?
 
Está el miedo de las familias a lo desconocido, a salir de la archiconocida zona de confort, a la incertidumbre de cómo estará mi hijo/a. Este no es asunto baladí, y los padres deben tener todas las garantías para asegurar el aprendizaje y bienestar de sus hijos/as, con y sin discapacidad. Por tanto, los poderes públicos deben cumplir sus obligaciones en este sentido.
 
También nos encontramos con el miedo a la sostenibilidad económica, qué pasará con las subvenciones, cómo se gestionarán los recursos, cuánto me costará cambiar de centro …
 
Existe el miedo al cambio estructural, pues reconvertir los centros de educación especial puede suponer el paso previo a reconfigurar todo un sistema de institucionalización previsto en torno a las personas con discapacidad. Y ese panorama, asusta a las administraciones implicadas.
 
Y cómo no, aparece el miedo del profesional a modificar su práctica, a someterse a una “evaluación indirecta” al compartir docencia, lo que supone entre otras cosas, un desarrollo profesional al que no estamos acostumbrados y que provoca recelos y reticencias entre los profesionales educativos.
 
Me considero una defensora de la educación inclusiva porque no podemos seguir viendo como natural, como razonable, que a una parte de la infancia, juventud y en definitiva de la sociedad, se la aparte del resto por un criterio como es el de la diferencia.
 
Porque la educación inclusiva también habla de todos los hijos e hijas y es un derecho de todos los niños y niñas que conlleva un proceso en el que se les permitirá crecer, educarse, compartir y, en definitiva, enriquecerse mutuamente. Los niños y niñas deben criarse en un entorno educativo que sea representativo de la realidad, del mundo en el que van a vivir. Privarle de eso, es quitarles oportunidades, sesgar la realidad, empobrecer su entorno y privarles también de sus derechos. Y es que la educación inclusiva es una lucha que se inicia y abandera por los niños y niñas con discapacidad, pero de la que se van a beneficiar todos los niños y las niñas y la sociedad en general.
 
En definitiva, me posiciono como una defensora vehemente de la educación inclusiva, porque creo en la educación, creo en la escuela y en su valor. Y por coherencia con estos principios, creo en la inclusión por lo que supone modificar una institución educativa como la que tenemos en la actualidad, para transformarla en una institución donde el principio rector fuese la educación para todas las personas, sin más.
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