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viernes, 20 de marzo de 2020cermi.es semanal Nº 383

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Los raros

Amalia Domingo, la mujer que hablaba con los muertos

Por Esther Peñas

20/03/2020

A mediados del siglo XIX, además del comunismo, otro fantasma comenzaba a recorrer Europa: el del espiritismo, una doctrina nacida en Francia cuyo pater familias fue Allan Kardec (1804-1869). Su principio activo: que existen los espíritus y que es posible comunicarse con ellos. Se construía un puente entre El Más Allá y el Más Acá: el médium. Del furor que desató esta doctrina da buena muestra el hecho de que el mismísimo Víctor Hugo tuviera conversaciones mediúmnicas con Jesucristo, Shakespeare, Mozart, Molière… que recogió en su fascinante libro Lo que dicen las mesas parlantes (Wunderkammer). Dickens, Conan Doyle o Valle- Inclán son otros cráneos privilegiados adeptos a esta corriente.
 
 
Amalia Domingo, la mujer que hablaba con los muertosEn suelo patrio, en concreto en el número 4 de la madrileña calle de La Ballesta, se ubicó en ciernes la Asociación del Centro Espiritista, que después derivó a ser Sociedad Espiritista Española. 
 
En 1888 se celebró en Barcelona el I Congreso Internacional de Espiritismo. Su vicepresidenta fue Amalia Domingo (Sevilla, 1835, Barcelona, 1909). De carácter anticlerical y científico, ideó un plan social bastante avanzado para la época: igualdad de sexos y liberación de la mujer, laicismo, reforma penitenciaria para la integración social de los presos, abolición de la esclavitud, supresión gradual de las fronteras políticas, desarme gradual de los ejércitos, secularización de cementerios, matrimonio civil, prohibición de la pena de muerte y cadenas perpetuas…
 
Pero Amalia Domingo, esta sevillana, súbdita de Isabel II (a quien escribió –sin respuesta conocida- en su juventud para solicitarle ayuda), nació con una afección ocular que estuvo a punto de dejarla ciega de no ser por los remedios de un modesto farmacéutico. Las secuelas, no obstante, le acompañaron de por vida. Este hecho, y el abandono paterno antes de su alumbramiento, hicieron que la relación con su madre fuera tremendamente estrecha. Tanto que, al fallecer aquella, contando Amalia 25 años, perdió la memoria durante tres meses por la conmoción.
 
Su condición de huérfana la colocó en una situación de desamparo, no solo en lo afectivo sino también en lo material. Su familia paterna le propone contraer matrimonio con un hombre bastante mayor que ella o bien ingresar en un convento. “Mi alma no siente la necesidad de entregarse al ayuno ni a las penitencias; ni encuentro a Dios en los altares de los templos; los conventos me han parecido siempre las mazmorras de la inteligencia. Mi Dios lo encuentro en el Sol, en el aire, en las flores, en las aves, en las montañas, en los ríos, en los mares, en todas partes donde se manifiesta la vida”, escribió, desistiendo también del salvoconducto de la vicaría.
 
La familia la contrató como costurera durante seis meses, desentendiéndose de ella después. 
 
imagen de una sesión de espiritismoSe instaló en Madrid, donde desempeñó diferentes trabajos. Desesperada, sola, con fuertes dolores y una vista mermada, sus ideas suicidas se exiliaron para siempre la noche en la que se le apareció su madre y habló con ella. Esa visión recuperó su fe y comenzó a frecuentar las iglesias. En una de ellas conoció a una mujer que le habló de un médico homeópata, Joaquín Hyrsen, devoto del espiritismo. 
 
Comenzó a leer sobre esa nueva corriente y a hacer sus aportaciones en artículos que publicaba la Revista de Estudios Psicológicos de Barcelona. Se traslada a la ciudad condal, donde dirigió el periódico La luz del porvenir, publicación espiritista dedicada a la mujer. El artículo que firmó Amalia,  “La idea de Dios”, fue denunciado y la cabecera condenada a 42 semanas de suspensión. “La idea de Dios ha sido hasta ahora muy mal desarrollada por aquellos que estaban encargados de instruir al pueblo. Se le elevaba demasiado alto y se le humillaba enseguida hasta la servidumbre. Se exaltaba su bondad y después, sin piedad, se le colocaba en el rango de los hombres más bárbaros, más crueles, más injustos”. Así comenzaba el texto. 
 
Sigue escribiendo en periódicos como El Criterio y El Espiritismo, en la Revista Espírita de Montevideo, La Ilustración en México… su nombre era canónico entre la feligresía del asunto. Empieza a redactar sus memorias, que quedarán interrumpidas por su muerte. Interrumpidas solo, porque dictó a otra médium amiga suya el final de las mismas. 
 
“Se convirtió en la máxima autoridad femenina del espiritismo hispánico”, apunta Begoña Sáez, filóloga y autora de una biografía sobre la espiritista (Amalia Domingo, colección Mujeres en la Historia, Prisanoticias ediciones).
 
De entre las controversias más virulentas que tuvo con la curia católica, cabe destacar la que sostuvo con el canónigo Vicente Manterola, quien hizo de las invectivas contra el espiritismo la base de sus sermones. Domingo publica en la Gaceta de Cataluña una serie de artículos desmontando los argumentos de  Manterola, concentrando sus esfuerzos intelectuales en negar la intervención diabólica en las prácticas espiritistas, tal y como presuponía el clérigo.
 
Manterola publicaría sus sermones bajo el título El Satanismo, o sea la Cátedra de Satanás, combatido desde la Cátedra del Espíritu Santo. Refutación de los errores de la escuela espiritista, a lo que respondió la sevillana con otro volumen cuyo título, eso sí, es más escueto: El Espiritismo refutando los errores del Catolicismo romano.
 
Pese a sus fuertes polémicas, defendió siempre el valor del cristianismo primitivo, y mantuvo una estrecha relación con la masonería. Perteneció a la logia “La Humanidad” y mantuvo contacto con la “Orden del Gran Arquitecto del Universo”.
 
Su libro más celebrado fue Memorias del Padre Germán, dictado por su mentor espiritual. Arrasó en Latinoamérica, España y Portugal con títulos como Cuentos espiritistas, Las grandes virtudes o Consejos de ultratumba
 
“Fue tan popular y caritativa que desde los presidios y los hospitales le llegaban incontables cartas de agradecimiento. En los tranvías y en las calles leía el gran libro de la humanidad. En el mar de Alicante hallaba el espejo de Dios y en el faro de San Sebastián de las Costa Brava, el sol de la ciencia. En un pequeño jardín de su casa de Gracia, se le iban las horas enteras entre lecturas, escritos y visitas. Abría y entraban las obreras que volvían de la fábrica a saludar a su amada consejera. Y, a continuación, contestaba con un gracioso ceceo. Pero Amalia es un mucho más. Una mujer en el siglo XIX, pobre y comprometida, una espiritista y, ante todo, una escritora”, remata Sáez.
 
De Domingo resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.
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