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viernes, 11 de junio de 2021cermi.es semanal Nº 440

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Los raros

Max Blecher o la insufrible jaula de yeso

Por Esther Peñas

11/06/2021

Hubo un hombre enyesado, un poeta con coraza de yeso, un escritor rumano que apenas podía mover su cuerpo, manantial de dolores espantosos producidos por una tuberculosis ósea. Se llamaba Max Blecher, y firmó versos tan bellos como estos: «Tu mirada interior lleva una barca y me la envía/ cargada de terciopelo de ojos negros y diamantes/ menudos de tantos sueños y tantos abismos ayer al anochecer/ se ahorcó un ángel en un momento de felicidad/ y sus alas caídas chirrían bajo tus pies en/ la nieve cuántas flores cuántas ramas cuántos dedos».
 
Max Blecher, poetaMax Blecher (Botoșani 1909-Roman, 1938) y sus credenciales de vida luctuosa, ferozmente doliente, breve, angustiosa. De la estirpe de Quiroga, Panero, Bierce, Levi, Shelley o Poe, Blecher vivió buena parte de su exigua existencia en condiciones infrahumanas, resistiendo a una tortura física que melló su ánimo y quebró su escritura. Dejó un poemario, Corazones cicatrizados, y dos novelas, Acontecimientos de la irrealidad inmediata y La guarida iluminada. También relatos. 
 
Observación neurótica de sí, instalación en lo inconsciente, entrega al sueño, cierta irracionalidad y rastro del aroma de cuanto es bello fueron sus credenciales. Acaso por esto mismo Paul Valéry, tan reticente a lo espontáneo como al exceso, le resulta insufrible. Blecher se sitúa en el surco surrealista, entre lo absurdo y lo grotesco, entre el expresionismo y la arcada existencial, a pie del método paranoico-crítico* de Dalí.
 
Aunque en los países con economías asentadas la tuberculosis resulta una enfermedad caducada, más propia de la literatura que de los dispensarios, lo cierto es que, a día de hoy, aún sigue siendo la segunda enfermedad infecciosa más letal en el mundo. Cuando ataca a los huesos provoca un dolor insostenible. Se conoce como mal de Pott.
 
Antes del diagnóstico, Blecher supo del paludismo y de episodios de pérdida de identidad, hasta que recala en el sanatorio de Berck y fue presa de su cuerpo, al que se le aplicó una coraza de yeso en un intento desesperado por calmarlo. Como Frida Kahlo, como el historiador Tony Judt, como Johnny después de empuñar su fusil. 
 
Comienza escribiendo relatos breves en los que conjuga el deseo de vivir con el acíbar de su salud. «Cada hueso crece como un diente», dice. Corazones cicatrizados en una de las grandes novelas de todos los tiempos sobre el dolor y la enfermedad, y precursora exacta de las fases que los especialistas en ánimo detallaron respecto del duelo: negación, ira, negociación, dolor, aceptación. Blecher se apoya en sus compañeros de sufrimiento para descubrir una democratización del dolor que lo sorprende y lo saca de su solipsismo. 
 
De pronto, algo tan íntimo e intransferible como la enfermedad, algo tan inefable como dolor, pierde la cualidad de singularizar a quien la padece.
 
«Yo me pasaba la mayor parte de las tardes fuera del sanatorio, de paseo con el cochecito. Me daba mucha pena no poder levantarme de la camilla para acariciar al caballo. Me ligaba a él una amistad indirecta gracias a un amigo que le daba el azúcar que yo llevaba para él en el carrito. En cierta ocasión, mi caballo comió tanto azúcar que durante unos días se quedó en la cuadra malo del estómago.»
 
Reflexiona, en sus cuentos también, sobre la paradoja de no estar vivo plenamente, le pesa el yeso sobre su cuerpo, y eso lastra su palabra. Habla de sí en tercera persona, en parte por ganar objetividad, en parte acaso por instinto lírico de supervivencia. Es y no, él.
 
Se enamoró (conoció en el sanatorio a Marie Ghiolu, una mujer casada), y cambió de dispensarios (conoció el de Leysin, en Suiza, y los de Braçov y Techirghiol, ambos rumanos). Tuvo problemas con la censura en Rumanía (los valores estéticos de su obra no armonizaban con los del nuevo régimen comunista) y murió muy joven. Demasiado pronto. 
 
Hermida Editores acaba de publicar su poesía completa, en una edición bilingüe de Joaquín Garrigós, que incluye dibujos y fotografías del poeta que promulgó que «Hay un cielo sin color sin olor sin carne/ Sobre mis pasos sin importancia/ Con los ojos cerrados ando en una caja negra/ con los ojos abiertos ando en una caja blanca/ Y por más que me esfuerzo por entender algo/ Enormes martillos me parten en la cabeza todos los pensamientos». 
 
De Max resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.
 
* El método paranoico-crítico parte de imágenes reales (desde una mancha a un objeto), sobre las que proyectar el inconsciente de forma crítica y reflexiva. Es decir, permite aflorar las fobias, obsesiones o influencias del artista de manera que surjan composiciones caóticas, delirantes y enigmáticas.
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