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viernes, 28 de noviembre de 2014cermi.es semanal Nº 146

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Los raros

Juan Ramón o el hombre que desnudó a la poesía

Por Esther Peñas

28/11/2014

Juan Ramón Jiménez, poetaSer poesía de vez en cuando; no tanto poético, que hace burbujas en lo que se mira, sino ser burbuja misma sin formas ni contornos. La poesía siempre es un suceso extraordinario. De eso supo, bastante, Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881- San Juan de Puerto Rico, 1958). Fue Premio Nobel en 1956, mentor de clásicos, maniático, grandísimo forjador de imágenes (“sólo lo hiciste un momento, mas quedaste, como en piedra, haciéndolo para siempre”), esposo de una mujer con la personalidad cincelada desde el nombre (Zenobia), padre del jumento mayor del reino (Platero), depresivo y perfeccionista. Fue mucho más. Fue cualquiera de sus versos, incontestables. La intensidad de leer virgen a Juan Ramón resulta impagable (por desgracia, irrepetible).
 
Estudia, por insistencia paterna, Derecho en Sevilla, pero abandona la carrera y se traslada a Madrid, en 1900, donde publica ‘Ninfeas’ y ‘Almas de violeta’. Su delicadeza se trasluce en los títulos. Al poco de instalarse en la capital, su familia pierde todo el patrimonio, que estaba embargado por el Banco de Bilbao. Esto le causa una desazón que se convierte en un pase con pernocta en un sanatorio de Burdeos. 
 
Con el alta en el bolsillo interior de su americana, ahí donde le recuerdan, Juan Ramón se convierte en un exquisito don Juan: mujeres casadas, solteras, gollescas, descaradas, tímidas con alma de novicia, desnortadas, generosamente entradas en años... toda experiencia es poca. Acumula. Marca muescas (Jardiel, que era otro tipo de poeta, de los que no sobreviven del todo –mucho menos indemne- al abandono de la amada, patético si apuran, se burlaba de este comportamiento en ‘Usted tiene ojos de mujer fatal’). Todas fruncidas en sus 104 poemas de ‘Libros de amor’. Atrás quedó el rastro de “la novia blanca”, su primer gran amor, Blanca Hernández Pizón.
 
‘Arias tristes’ la pespunta estando a cargo del doctor Luis Simarro, un tanto más centrado, un tanto menos volátil en lo sentimental (“Yo no volveré. Y la noche tibia, serena y callada, dormirá el mundo, a los rayos de su luna solitaria. 
Mi cuerpo no estará allí, y por la abierta ventana entrará una brisa fresca, preguntando por mi alma. No sé si habrá quien me aguarde de mi doble ausencia larga, o quien bese mi recuerdo, entre caricias y lágrimas”). Es un Juan Ramón afectado por la liviandad del devenir. Bécquer gravita sobre el de Moguer. 
 
Los problemas económicos le obligan a regresar a su pueblo natal, donde inicia un periodo de pasmosa fecundidad (‘Soledad sonora’, ‘Olvidanzas’, ‘El corazón en la mano’...) todos recrean la belleza, el fulgor del instante, lo que transforma, lo que traspasa el alma (“Teníamos los dos desangradas las flores del corazón, y acaso llorábamos sin vernos... Cada nota encendía una herida de amores... -el dulce piano intentaba comprendernos-”).
 
Esto seguro lo recuerdan: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. Platero como vaso comunicante entre el hombre –su raíz- y la naturaleza –su vientre materno-. Como otras obras, toscamente se clasificó como literatura infantil, y sólo los incautos se acercaban a él con sed de misterio. Nunca fueron los mismos. Algunos, incluso, lo contaron. Hoy todavía sucede. Juan Ramón Jiménez y su mujer
 
En cuanto puede, vuelve a Madrid donde, a través de Gregorio Martínez Sierra (a quien su mujer, María Lejárraga, que por cierto le escribió la mayor parte de su obra, lo llamaba ‘muñeco’), conoce a Luisa Grimm, también amante de la poesía de la que se enamora. Pero ella siente sólo curiosidad impertinente hacia él. Nueva recaída de sus nervios. Entretanto, Zenobia Campubrí se cruza a su paso –el de Juan Ramón es un paso inquieto, incierto, diríase que malhumorado-. No fue fácil la relación. Tensiones, dificultades, terceras personas, amor en exceso, amor dado la vuelta, amor poético. Hace falta que dos unten adobe a los versos, que uno ponga fe para que la palabra tome cuerpo. Finalmente, ambos fueron poesía misma, creada por sus alma nuevamente –el verso es juanramoniano, claro-.
 
Se casan. Él publica ‘Diario de un poeta recién casado’, que es un diván de esos que dejan henchido por la felicidad que supura. Escrito en papel, transpira el olor de la dicha. Y se atisba el horizonte más intelectual. Juan ramón deja de abandonarse a lo sensitivo para dedicarse a una alambicada concepción de lo poético (“intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas”).  A la minoría siempre. El mar toma el poder. El mar como símbolo de plenitud, de unicidad, de esfericidad. Vida y soledad. El poeta ya se sabe en soledad. A pesar de Zenobia. A pesar de sus mujeres. Y sus amigos. 
 
Después, ‘Eternidades’, una fiesta de entronización poética. Por más veces que se declamen, hay poemas que siguen acelerando el corazón, de otra manera: “Vino, primero, pura, vestida de inocencia; y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes; y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros… ¡Qué iracundia de yel y sin sentido; …Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía”.
 
Juan Ramón ya es mucho más que aquel que permutaba tozudo la ‘g’ por la ‘j’, más que el hacedor de Platero, más que el recién casado, más que el que entraba y salía de sanatorios, más que el causante de que aquella joven escultora (Marga Gil) se suicidara por él... Juan Ramón ya es inmortal en sus palabras. La pérdida, la tristeza enquistada y la melancolía por una infancia que no podrá revivirse lo sustentan. Y siempre la belleza. La gran belleza. Cada vez más en piel, desvestida de sí misma. Cada vez más en la esencia de su ser. 
 
Juan Ramón Jiménez, poetaLa tacha que se le presupone a Juan Ramón es la falta de compromiso, pero basta acercarse a su obra, cuando tiene que exiliarse de España (esa condición de desterrado que tanto indagó Zambrano) para ver al Juan Ramón más comprometido, tan leal a la República como único sistema solidario. 
 
‘Animal de fondo’ es la esquena de la poesía, reducida a lo indispensable. En la síntesis, el corazón. Corazón de arena. Un ansia de eternidad, de dios en la boca y en los labios. Zenobia muere. Dos años sobrevive el poeta, ya con los nervios en puro desorden rizomático. 
 
De Juan ramón resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.
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