Rocío Molpeceres habla de “un sueño cumplido”, y explica que “llevaba años pensando en algo así, pero no le ponía nombre”. Desde 2016 cuenta con el servicio de asistencia personal, “una figura perfecta, es tus manos y tus pies, pero tú eres la dueña de tu tiempo y tus decisiones”, afirma. 

 

“Mi discapacidad es de nacimiento y tengo grandes necesidades de apoyo, pero quería salir un poco de lo que es el entorno familiar y tener cierta autonomía, aunque viviera con mis padres”, afirma Rocío. Gracias a Predif ha podido cumplir ese sueño, quiere contarlo, de hecho colabora con esta organización en charlas y encuentros en los que relata su experiencia: “Hay algo muy importante que quiero destacar, es el acompañamiento de Predif en ese cambio de chip y el trabajo del equipo multidisciplinar de trabajadores y educadores sociales que aconsejan, nunca imponen, el que hagas el cambio hacia una vida independiente y, cuando tienes miedo, te acompañan y te enseñan poco a poco cómo tú puedes ir llevando tu vida independiente”. 

 

 

 

 

María Carrasco también tiene una discapacidad de nacimiento y necesita asistencia personal a diario. Tiene 31 años y ha recorrido ya un largo camino, porque desde los 11 ha tenido que tomar decisiones valientes y demasiado a menudo combatir prejuicios: “Soy consciente de mis limitaciones, por otro lado, la parálisis me ha permitido tener una vida lo más normal posible a nivel cognitivo, de hecho tengo estudios universitarios”. 

 

“En todas las etapas educativas he tenido que ir demostrando que podía seguir estudiando”, relata. Los principales obstáculos venían del profesorado, incluso todo un equipo pedagógico se puso en contra de que estudiase bachillerato. Tras muchas luchas y el apoyo de las personas que en cada etapa impone la ley, más la asistencia de sus padres, María logró acceder a un ciclo formativo de grado superior de integración social; entonces, sus asistentes personales fueron sus propios compañeros de clase. “Esos años me demostraron que podía ir a la universidad”, asegura. “Tuve que remover cielo y tierra y conseguí que una compañera de clase fuera mi asistente personal”.

 

Logró terminar la carrera como educadora social en 2020. Señala, eso sí, que en las etapas escolares y en el instituto el asistente personal se lo impusieron, pero en la universidad pudo elegir ella. “La asistencia personal se concibe así, es el usuario quien elige su asistente”, afirma María Carrasco.

 

Antes de terminar sus estudios, en septiembre de 2019, consiguió que se le reconociera el derecho a la asistencia personal por la Ley de Autonomía Personal y Atención a la Dependencia. “Fui la primera persona en Asturias en conseguirlo por esta vía”, afirma. Fue en Predif donde le informaron por primera vez de este servicio, pero cuando comenzó los trámites, le dijeron que pedía una cosa que no existía... Finalmente, la prestación económica otorgada atendiendo a la Ley de Autonomía Personal, le permite pagar el servicio de asistencia personal durante tres horas diarias, que ella destina al aseo y otros detalles del día a día.

 

 

María Carrasco y Rocío Molpeceres han podido elegir su asistente personal tras varias entrevistas entre los candidatos que Predif ofrece de su bolsa de empleo. En dicha bolsa también cuentan con mujeres que entran en este proyecto como una vía de inclusión laboral. 

 

“Elegí mujer porque me tienen que asear y dedicar una cierta atención personal y eso es mejor con una mujer”, explica Molpeceres. Sin embargo, destaca que se trata de una relación profesional, “ella es un apoyo físico para mí y si estableces una relación o vínculo emocional, la figura pierde su esencia porque te dejas influir por sus decisiones y la toma de decisiones tiene que ser mía”. Entiende que cuesta adaptarse por ambas partes “porque todavía estamos muy acostumbrados en la sociedad a cuidar, y cuidar no es lo mismo que asistir, mis decisiones son mías, ella solo es mis manos y mis pies; tiene que haber una confianza porque es una relación muy estrecha, pero hay que tener claro hasta dónde, porque es una línea muy fina”. 

 

El perfil del profesional de la asistencia personal puede mejorar todavía algo más, a juicio de María Carrasco, que busca personas más jóvenes y con habilidades comunicativas y sociales. Se muestra también exigente en la necesidad de este servicio, asegura que algunas personas pueden vivir con un asistente personal durante 13 horas semanales, pero en su caso, y muchos otros con grandes necesidades de apoyo, “necesitaríamos 8x3=24, o sea tres asistentes personales, uno cada 8 horas”. “Como educadora social creo que este servicio debe darse más a conocer y la asistencia personal ideal podrá algún día ver la luz”, afirma. 

 

También explica, como Rocío Molpeceres, que la relación es meramente profesional, “nos llevamos bien, pero no queremos entrar más allá porque es una relación profesional; la asistencia personal ideal debe establecer muy claramente los límites entre la relación personal y la profesional”. Cree que para llegar a la asistencia personal ideal queda bastante por hacer, “pero no por parte de las asociaciones, todos como sociedad tenemos que luchar por lograr que sea una realidad”. 

 

Recuerda ahora aquellos años de lucha, en su infancia y adolescencia, cuando “era impensable ser tan independiente como o soy ahora”, y valora esa nueva realidad, pero al mismo tiempo, “gracias a la asistencia personal no solo usuarios con discapacidad, en este caso física, podemos llegar a ser independientes, sino también las familias, ya que pueden disfrutar de un tiempo libre, cuando nosotros tenemos asistencia personal”. 

 

La asistencia personal ha ayudado a Rocío Molpeceres a tener más autonomía, “disponer de mi propio tiempo sin tener que depender tanto de mi familia”, pero también ha contribuido a “subir mi autoestima, porque te ves capaz de ser una más, de participar de la sociedad en las mismas condiciones que el resto de personas”. 

 

 

Explican ambas mujeres que la formación de 50 horas que reciben los profesionales que luego serán asistentes personales es suficiente para trasladarles el concepto de vida independiente y la filosofía de la asistencia personal, que al final se aprende trabajando. “La mayor parte de la formación se la da el usuario, porque somos un mundo; recuerdo que la primera persona que tuve le costaba mucho no establecer el vínculo y tendía a la sobreprotección, y yo que venía de mi familia le decía que quería desvincularme de mi entorno familiar y no podía venir ella como otra madre”, relata Molpeceres.

 

Así lo entiende también María Carrasco, que “después de tres años y medio he pasado por ocho asistentes personales y por fin tengo un asistente personal fijo, que me gusta”. Explica que el proceso más largo abarca un tiempo de enseñanza, la asistente personal tiene que aprender su trabajo, y relata su creciente interés en desarrollarse profesionalmente en este ámbito. María estudia por su cuenta el servicio de asistencia personal y también colabora con Predif en las ocasiones que se lo piden, en charlas, conferencias, encuentros... Sueña con un futuro en el que este servicio se ajuste a las necesidades de cada uno. 

 

Mientras, en Predif siguen trabajando para alcanzar ese sueño de tantas personas y al mismo tiempo, con este proyecto, lograr la ayuda mutua de mujeres en situación y/o en riesgo de exclusión social y mujeres con discapacidad física. El proyecto se basa en tres ejes de actuación; el primero de sensibilización; el segundo es el curso de formación de asistentes personales, y el tercero la prestación del servicio a mujeres con discapacidad por mujeres en situación y/o en riesgo de exclusión social. La fase de sensibilización, tan necesaria todavía, se dirige también a la opinión pública y a las administraciones.