
"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"
Los raros
Battiato, druida de lo bello
Por Esther Peñas
18/05/2021
Ha muerto Franco Battiato. Con él se nos va un símbolo: el del intelectual capaz de ramificarse de tal modo que servía de vaso comunicante entre lo popular y lo culto. La demostración (había tantas, antes) de que las canciones podían servir para solazar (se) al tiempo que se convertían en dinamita existencial, política, filosófica.
Ha muerto Franco Battiato, el músico que nos hizo bailar «como los zíngaros del desierto, con candelabros encima, como los balineses en días de fiesta». Difícil embridarlo en un estilo. Compuso canciones pop, de autor, música étnica, atravesó nebulosas de experimentación y vanguardia, tentó la electrónica, compuso óperas, y de todo ello no solo salió indemne. Nos fascinó en cada uno de sus transcursos. Fue capaz de emocionarnos.
Ha muerto Franco Battiato, el hombre que abrochaba el último botón de su camisa, sin usar corbata. El hombre de traje que trababa un único botón de su chaqueta. Un hombre de aspecto entre campesino venido de visita a la capital y profesor de provincias. De elegancia nativa y movimientos casi torpes.
Dirigió varias películas, una de ellas dedicadas a Beethoven. Y ahora ha muerto. Franco Battiato. El músico poeta. El músico existencial. Estaba enfermo. Nadie sabe muy bien de qué. Qué más da. Respetemos su recato. El funeral, claro, íntimo. Se retiró hace tiempo a la falda del Etna. «Devuélveme a las zonas más altas, a uno de tus reinos de calma. Es tiempo de escapar de este ciclo de vida. Y no me dejes nunca más. No me dejes nunca más», cantaba en La sombra de la luz.
Nació en Riposto, una localidad de Catania. Siciliano. Se mudó a Milán, epicentro de la música industrial, y actuó en el Festival de San Remo, en 1965, con la canción L’amore é partito (El amor se ha terminado). Pronto encuentra una discográfica, Philips, con la que armoniza texturas pop, pero su encuentro con Juri Camisasca cambiará su manera de estar en el mundo, su forma de componer. A él le produce La finestra dentro (la ventana interior), un disco de rock progresivo y experimental, y con él colabora en la banda Osage Tribe.
En solitario, sorprende con un fabuloso trabajo de rock progresivo, Convenzione / Paranoia (1971), a partir del cual trabaja con la intensidad vocal y fractal para centrarse, paulatinamente, en desvestir melodías hasta zonas minimalistas: Fetus (1971), censurado por llevar a la portada la imagen de un feto, Pollution (1972), Sulle corde di Aries (1973)…
Fue cambiando de discográficas y convirtiéndose en zahorí de estilos, mezclando textos en inglés y árabe, idioma que comenzó a estudiar con fruición. Cantó en el Festival de Eurovisión, recibiendo un quinto puesto. Para entonces, había compuesto La estación de los amores. Publica Nómadas y asume un requiebro: produce óperas clásicas, como Genesi o Gilgamesh.
Battiato ya es Battiato pero Battiato es Süphan Barzani, heterónimo con el que firma sus cuadros. Porque también pinta. Es un renacentista entorchado que se retira de los mentideros, de las fiestas sociales, se zafa del ruido.
Fruto de su trabajo con el pensador Manlio Sgalambro escribe la bellísima canción La cura: «Te protegeré de los miedos, de la hipocondría, de las perturbaciones que encontrará en su camino a partir de hoy; de las injusticias y engaños de tu tiempo, de los fracasos que por tu naturaleza normalmente atraerás. Te aliviaré de dolores y cambios de humor, de las obsesiones, de tus manías; superaré las corrientes gravitacionales. Espacio y luz para que no envejezcas, y te curarás de todas las enfermedades». De místico aroma, La cura es uno de sus temas más hermosos.
Siguió elevando música en trabajos discográficos, incansable, infatigable, porfiado. El último es de 2019, Torneremo ancora (Volveremos de nuevo).
Ha muerto Franco Battiato. El universo se resiente, se conmociona. Durante un instante se recoge en un silencio tristísimo. Ocurre siempre con la muerte de un hombre bueno.
De Battiato resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima. Se trata, pues, de un raro”.