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viernes, 02 de octubre de 2015cermi.es semanal Nº 183

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Opinión

Lágrimas de mujer y cólera de hombre

Por José Julián Barriga Bravo, periodista y escritor

02/10/2015

La frase, desafiando a la censura y a la cerril represión en la Universidad, la escribió Concepción Arenal dirigida a Giner los Ríos en 1875, en el momento en que fue destituido de la cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad Central. La frase (“Yo tengo lágrimas de mujer y cólera de hombre”) refleja el temperamento de una de las inteligencias más fértiles de la segunda mitad del siglo XIX español. De esta forma, se unen los nombres del varón y de la mujer que, a juicio de muchos, son, o fueron, las personalidades más sobresalientes de España en aquella centuria. Giner y Arenal, asemillaron la modernidad y la solidaridad en un pueblo, vampirizado por guerras y corrupciones.

José Julián Barriga Bravo, periodista y escritor
 
Lo primero que sorprende al leer este pequeño tratado sobre política social, La beneficencia, la filantropía y la caridad, es el injusto olvido al que se ha sometido a su autora y, por otra parte, la actualidad de muchas de sus intuiciones, escritas, hace más de 150 años, por una mujer extraordinaria, tal vez la mujer más influyente en la España del siglo XIX. Y sin embargo, Concepción Arenal Ponte es hoy día, y para desgracia de todos nosotros, una gran desconocida, relegada al callejero de algunas ciudades o al conocimiento siempre minoritario de los estudios académicos especializados. Ni siquiera la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, a la que dedicó muchos de sus desvelos, se ha ocupado de restablecer la memoria de una mujer pionera en tantas cosas en una España flagelada por las guerras y pasto de unas oligarquías insaciables. En unos tiempos turbulentos y atribulados, una mujer no solo alzó su voz de denuncia, no solo se constituyó en una de las más lúcidas pensadoras de la realidad social, sino que volcó sobre sus hombros la nobilísima tarea de remediar los males que aquejaban a los más pobres y desvalidos de la sociedad finisecular. Pensadora, ensayista, gestora de instituciones sociales y, ella misma, activista en el socorro de los necesitados. 
 
El olvido y la postergación de Concepción Arenal solo se compensa con la existencia, entre los años 1994 al 2013, de una cátedra dentro del Instituto de Estudios Internacionales y Europeos de la Universidad Carlos III de Madrid y la propuesta, hecha al calor de los debates electorales en Galicia, de la creación de una cátedra con su nombre en su ciudad natal Ferrol, donde Concepción Arenal nació el 31 de enero de 1820, en cuya Comunidad Autónoma murió (Vigo, 1893). Madrid, Coruña, Gijón y Potes (Cantabria) son otros lugares en los que la pensadora y activista social tuvo residencia e influencia. Escaso peculio, como se ve, para una de las personalidades más atrayentes de la intelectualidad hispana del XIX. Sus biógrafos destacan el carácter pionero de muchas de sus actividades: primera mujer que en España cursó estudios universitarios, primera tratadista y activista sobre feminismo, primera “visitadora de prisiones” en Galicia, inspectora de Casas de Corrección de Mujeres, encargada de la reforma penitenciaria y del Código Penal, impulsora de la Asociación de la Cruz Roja, promotora de la Asociación Protectora del Trabajo para la Mujer, impulsora de los Talleres de la Caridad, de las Conferencias de San Vicente de Paul, de las Inclusas, fundadora del Patronato de los Diez, de la Constructora Benéfica, del periódico La Voz de la Caridad, etc. Mucho trabajo para una mujer que además dejó una abundante obra literaria, huérfana de padre desde muy niña, madre y viuda prematura, con tres hijos. Pero nada comparable, con ser mucho y desbordante, a su tarea como pensadora y pionera en los estudios sociales que han trascendido incluso la esfera nacional. 
 
El valor de esta obra que hoy se reedita por una feliz idea del CERMI es incuestionable en un doble sentido. Es un precedente de los estudios sociales en los albores mismos de la sociología en España, y sirve de pórtico a la fecunda obra ensayística de la pensadora en los variados temas que ella abordó: mujer, pobreza/pobres, delincuentes, cárceles, obreros, derecho de gentes, etc. En La beneficencia, la filantropía y la caridad, están las bases de todo su pensamiento, que abarcó -reitero- toda la problemática realidad social de una España convulsa y desangrada por conflictos sociales, dinásticos, militares, coloniales, ideológicos y religiosos. Sin exagerar, podríamos hablar de que Concepción Arenal crea un corpus de doctrina social y un modelo de integración de las personas desamparadas.
 
Tal vez el ostracismo de Concepción Arenal se deba en buena parte a su singularidad, a la dificultad de clasificarla dentro de la fauna ideológica y política de la España de la Restauración, máxime en tiempos donde el varón monopolizaba el pensamiento y la acción pública. Predestinada para formarse en un colegio de “señoritas distinguidas y de buenos modales”, la joven Arenal hizo un viraje radical imponiendo su criterio a una familia aristocrática. Uno de los pasajes más conocidos y tópicos en la biografía de Arenal es precisamente su firme decisión de formarse en la Universidad, y así lo hizo, vestida de varón e impedida por su condición de mujer para recibir cualquier grado académico. Hubo de soportar igualmente la discriminación de estar obligada a firmar con nombre de varón – lo hizo con el nombre de su hijo- para concurrir al premio de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El trabajo premiado es el que hoy los lectores tienen de nuevo en sus manos, y que finalmente obtuvo el galardón, después de una áspera discusión académica cuando el tribunal descubrió el “engaño”. El menosprecio intelectual a su condición femenina registró otro capítulo humillante cuando, a la muerte de su esposo, el abogado y periodista de origen extremeño Fernando García Carrasco, se le retiró la firma en la sección de opinión o de fondo del periódico La Iberia. Remontando todas aquellas adversidades, Arenal consiguió constituirse en una figura señera y respetada en el campo de la sociología, la historia y el derecho. 
 

Independencia ideológica

 
En una sociedad profundamente marcada y predeterminada por la pertenencia a clases sociales o por la adscripción ideológica y de partido, la independencia y la libertad de opinión de Concepción Arenal fue un hecho singular que marcó su biografía y su obra. Dos de sus características más importantes, su origen aristocrático y burgués y sus firmes convicciones religiosas, provocaron el rechazo de un gran sector del pensamiento y de la militancia liberal. Por el contrario su compromiso personal e intelectual con la pobreza y con los necesitados, su rebelión contra la injusticia de las clases dominantes, su independencia ideológica, la configuraron como una personalidad heterodoxa e irreductible.
 Y sin embargo esta personalidad tan contradictoria y autónoma le permitió circular en todas las etapas políticas, ya fueran conservadores o liberales, republicanas o dinásticas, con evidente provecho para las causas sociales que defendía. Concepción Arenal estaba en tierra de nadie, no tenía adscripción de clase o de grupo. Progresista o reaccionaria, según el bando que la persiguiera o la censurara. Solo su inteligencia, su tesón y su valentía permitieron que aquella mujer extraordinaria levantara un edificio intelectual tan sólido que resiste perfectamente el paso del tiempo, de modo que muchas de sus intuiciones son las que ahora mismo ocupan la atención ciudadana de la España del siglo XXI: pobreza y lucha contra las desigualdades. Arenal transitó con asombrosa facilidad por los reinados de Fernando VII, y el periodo absolutista, el periodo liberal en la regencia de María Cristina, el reinado de Isabel II, la Década Moderada, la Gloriosa y la República y el sexenio Revolucionario, la Restauración de Alfonso XII, las Guerras Carlistas, las sublevaciones militares, las guerras coloniales, todo ello surcado por los incontables gabinetes y partidos turnantes, y, en la mayoría de estas vicisitudes, salió indemne o con heridas reversibles. Y no fue una mujer oportunista, puesto que en todo momento mostró su carácter rebelde y contestario. Fustigó a los gobernantes y a la oligarquía a través de sus libros y de su actitud, pero al mismo tiempo, supo aprovechar todos los resquicios de oportunidad para hacer fundaciones asistenciales o lograr normas y reglamentos que significaran una mejora o un mejor tratamiento del dolor ajeno o del desarrollo intelectual de la mujer. ¿Cómo lo hizo? Sin duda, con inteligencia y con persuasión. 
 
Pero la singularidad de Concepción Arenal tiene una razón indiscutible y es su vinculación al movimiento krausista y a la Institución Libre de Enseñanza. La influencia de uno y otra parece insoslayable. Como lo fue su relación con uno de los hombres más influyentes en la modernización de España, Giner de los Ríos, y con dos de sus discípulos más próximos, Fernando de Castro y Gumersindo de Azcárate. Los historiadores aún discuten sobre la relación de Arenal con el krausismo, aunque todos reconocen la huella de este movimiento filosófico en muchos de los planteamientos de la escritora. Parece cierto que su relación con Francisco Giner se produjo en una fecha posterior a la publicación de La beneficencia, la filantropía y la caridad, lo cual no descarta que Arenal no hubiera conocido antes las teorías sociales y filosóficas del krausismo. Su hijo, Fernando García Arenal, profesor en la Institución Libre de Enseñanza y colaborador entusiasta en las excursiones institucionalistas, confirmó más tarde su relación estrecha con don Francisco Giner. Él fue precisamente quien facilitó datos concluyentes sobre la relación de su madre con Giner, con el que se encontró cuando ella tenía 48 años, y que no tardaron en mantener una relación intelectual y amistosa de confianza. Cuando ella enfermó de gravedad, don Francisco la visitaba a diario como hacía el círculo más íntimo de sus amistades. Coincidían en el modo de concebir la ética y la sociedad y compartían, salvo en la práctica religiosa, un mismo universo de valores. Esta vinculación, no solo con Giner, sino con sus discípulos Castro y Azcarate, es la razón por la que Concepción Arenal fuera una de las colaboradoras más asiduas del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza entre los años 1886 a 1890.
 
El humanismo y el predominio de la moral y de la ética conforman los cimientos filosóficos y existenciales de nuestra autora. Junto a estas dos características existen otras en clara coincidencia con el ideario de la Institución: defensa de la instrucción y de la educación públicas como herramientas para regenerar la sociedad, un alto sentido de la estética y del valor de la naturaleza, así como una especial predilección por el papel que las élites intelectuales habrían de desempeñar en las transformaciones sociales.
 
El único elemento diferenciador de Arenal y los institucionalistas tal vez sea el sentido proactivo que ella imprimió a sus firmes convicciones filosóficas. Es un hecho excepcional y provocador que una mujer, en aquellas circunstancias y siendo además originaria de una familia de la nobleza y con excelentes relaciones sociales con la Corte, adoptase, como no fuera por una estricta motivación religiosa o proselitista, una actitud de compromiso social y personal con la población más necesitada o relegada: pobres, locos, lisiados, presos, huérfanos, prostitutas, obreros. Lo hizo desde una doble perspectiva: desde el ensayo y la divulgación y desde el comportamiento más personal. Ella misma atiende a los mendigos en las calles, les pregunta y los escucha; visita a los presos en las cárceles, a las prostitutas en las esquinas y recorre los orfanatos y, al final, ejerce la caridad fundando instituciones asistenciales u organizaciones filantrópicas. Convive con monárquicos y republicanos, con liberales y conservadores y siempre sigue adelante. Para Concepción Arenal lo importante era el objetivo final: socorrer y remediar la postergación de los más humildes.
 
Esta es a grandes rasgos la personalidad de quien a los cuarenta años, después de una vida personal desgraciada -la muerte de su esposo y de su hija mayor- escribe el tratado de política social que hoy, reeditado, tiene el lector en sus manos.
 
Antes de explicar a quienes tengan la fortuna de descubrir la personalidad de Concepción Arenal, y más concretamente su tratado La beneficencia, la filantropía y la caridad conviene hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, el muy escaso factor anacrónico -sin duda existen- en los prolijos escritos firmados por Arenal en un tiempo en el que tanto las políticas como los comportamientos sociales estaban incorporándose a la cultura occidental.
 
 Es sorprendente que, salvo en muy contadas ocasiones, las posiciones ideológicas y académicas de nuestra autora estuvieran exentas de distorsiones que el tiempo se ha encargado, en otros muchos casos, de invalidar. A poco que el lector se esfuerce en contextualizar el pensamiento de Arenal, verá que tiene hoy día plena vigencia, y que algunas de sus inquietudes y propuestas están pendientes de realizar. 
 
En segundo lugar, no se puede perder de vista el claro ascendiente católico de la autora no solo por formación, sino por una clara convicción personal. Y sin embargo fue de los sectores religiosos y eclesiásticos desde donde recibió mayores críticas. Arenal no ahorra censuras a la jerarquía y al clero, “en general es muy ignorante y no quiere a la mujer instruida” y de “mantenerla en la ignorancia”. Para la mayoría de los católicos fue una heterodoxa, y así ha pasado a la historia. Y sin embargo no faltan analistas religiosos que han sabido interpretar el papel precursor de la doctrina social de Concepción Arenal, mucho antes de que la jerarquía católica y el Vaticano trataran de acortar los tiempos que irremediablemente los separaron de la modernidad y de la descristianización del mundo finisecular. Los avances sociales contenidos, años más tarde, en la encíclica Rerum Novarun (1891), no alcanzan en todo caso a la radicalidad con la que Arenal se plantea los grandes retos sociales de la sociedad moderna. A pesar de lo cual, el lector actual deberá disculpar las frecuentes referencias y preceptos que Concepción Arenal incluye en muchas de sus obras, contextualizándolos en una época marcada todavía por la firme conexión entre Estado y religión.
 
Por último, es necesario insistir en el carácter de pórtico de esta obra dentro de la variada y prolija producción ensayística de Concepción Arenal. La beneficencia, la filantropía y la caridad la escribió la autora gallega cuando todavía no había alcanzado los cuarenta años y fue editada por la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales en el año 1861 e impresa  en la imprenta del  Colegio de Sordo Mudos y Ciegos, de la calle del Turco de Madrid, nº 11. Antes, su dedicación más sobresaliente fue literaria: versos, fabulas, y narrativa, alguna de ellas con notable éxito. Ya por entonces había producido multitud de artículos periodísticos de compromiso social, especialmente en el periódico que trabajaba con su marido, al tiempo que actúa como incansable activista en el socorro de los más necesitados, promoviendo instituciones y asociaciones de este carácter. Tras el tratado de beneficencia, filantropía y caridad da a la imprenta otra de sus obras más emblemáticas, Manual del visitador del pobre (1863), al que siguen Cartas a los delincuentes (1865), La mujer del porvenir (1869), Estudios penitenciarios (1877), Estudio histórico sobre el derecho de gentes (1879), La cuestión social: Cartas a un obrero y a un señor (1880), Cuadros de guerra (1880), La instrucción del pueblo (1881), La mujer en su casa (1883), El derecho de gracia ante la justicia y el reo, el pueblo y el verdugo, La cuestión penitenciaria, El visitador del preso, etc. Únanse a todo ello sus obras de carácter literario, otros ensayos y monografías y una cantidad inabarcable de artículos periodísticos igualmente de contenido social. En definitiva, estamos ante una autentica tratadista que terminó influyendo en el pensamiento social de la época, especialmente entre los sectores más avanzados.
 
El libro está dedicado a Juana María de la Vega, una aristócrata culta y liberal, condesa de Espoz y Mina, casada con el militar y guerrillero de este nombre. Es curioso que las mujeres más sobresalientes e innovadoras en aquellos años en las letras y en el pensamiento tuvieran origen gallego: la condesa de Espoz y Mina, Emilia Pardo Bazán, Gómez de Avellaneda y Concepción Arenal.
 

Contenidos 

 
El libro que ahora edita el CERMI se abre con un estudio histórico sobre la génesis del sentimiento de la compasión a lo largo de la historia. La obra se articula, aunque no sea ésta la presentación originaria, en tres grandes apartados:
 
A. Génesis histórica de la caridad y de la Beneficencia.
B. Diagnóstico y denuncia sobre la situación de la Beneficencia.
C. Ideario social para corregir el desamparo de los desfavorecidos.
 
Por lo que se refiere a la historia del sentimiento caritativo o de conmiseración, la autora articula su evolución en tres fases diferentes: la caridad como sentimiento cristiano, la ruptura de la experiencia caritativa y el surgimiento de la beneficencia y, por último, la aparición del Estado, como gestor asistencial de los necesitados.
 
La primera fase tiene, a juicio de la autora, una clara significación religiosa y cristiana: “La historia de la Beneficencia empieza en nuestro país como en todos, con la religión cristiana (…) Los desvalidos acudían al altar; no era de la incumbencia del trono el consolarlos. En el código Gótico no se halla una sola ley relativa a Beneficencia, ni los concilios de Toledo se ocuparon de ella tampoco. Cada cual hacía el bien siguiendo sus inspiraciones individuales; fundábanse obras pías con este o con aquel objeto, el rey como cristiano, no como jefe del Estado, ni más ni menos que el grande, la mujer piadosa, o el oscuro ciudadano”. Para demostrarlo, Arenal articula un discurso lleno de referencias eruditas desde Roma al cristianismo, y más tarde al dominio visigodo, pasando por los monasterios, la invasión árabe y la Reconquista y, para demostrarlo, incluye un cuadro cronológico de aproximadamente doscientos establecimientos que en España se ocuparon de socorrer a los pobres y enfermos, comenzando por el Hospital de San Juan en Oviedo, fundado por Alfonso VI en 1050, y terminando con el Hospital de Hombres Incurables de Madrid, creado por el gobernador de Madrid don Melchor Ordóñez en 1852. En medio, una extensa relación de establecimientos de la más variada procedencia y autoría.
 
La segunda fase del proceso histórico de la Beneficencia se desarrolla cuando, con el correr de los tiempos, el sentido de la caridad se corrompe: “El espíritu de caridad había desaparecido por regla general de los establecimientos benéficos y con ella la economía, el celo, la probidad y el orden. Por otra parte, los monasterios y conventos limitaban su humanitaria misión a dar limosna sin discernimiento a todos los vagos que llegaban a sus puertas a una hora dada. Los santos banquetes de la caridad habían descendido a la repugnante sopa convertida en estímulo de la vagancia más bien que en amparo de la miseria.
 
 La mendicidad se extendió por la nación entera, como una lepra asquerosa y la ley intentó débilmente ponerle inútiles diques. Grandes rentas en parte nominales y dilapidadas en parte: mala asistencia en donde quiera que la casualidad no oponía el celo individual al culpable abandono que era la regla: la mendicidad y la vagancia paseando en triunfo por donde quiera sus harapos y su cinismo: tal era el cuadro que a fines del siglo XVIII, ofrecía la Beneficencia: Socavada así por sus cimientos, la desamortización y la extinción de las comunidades religiosas vinieron en nuestra época a dirigirle el último golpe, y bajo su forma antigua puede decirse que ha dejado de existir”.
 
 El tercer ciclo histórico comienza cuando ya se vislumbra en el horizonte el papel del Estado en el socorro de los más necesitados: “El Estado aunque tímidamente acepta la caridad como un deber, y los individuos acuden a prestar su indispensable auxilio. Hay al fin, buena o mala, una ley de Beneficencia, y donde quiera se organizan asociaciones caritativas: parece pronto a terminarse este periodo de terrible transición, en que caído el edificio antiguo y no terminado el nuevo, sufren cruelmente los que en él deben ampararse (...) El Estado representante de la nueva sociedad, ha recibido de la que se extingue la sagrada misión de amparar al desvalido (…) El Estado ensaya, prueba, duda sobre Beneficencia, como sobre todas las cosas, solamente que estos ensayos, y estas pruebas, y estas dudas son más fatales, son horribles, porque tienen por consecuencia dejar sin auxilio al necesitado, sin amparo al desvalido”.
 

Diagnóstico 

 
Después de exponer el proceso normativo y legal que la Beneficencia recorrió a lo largo de los siglos, desde los más remotos códices hasta los reglamentos más recientes, Arenal entra de lleno en la descripción del estado “lamentable”, “deplorable” en el que se encontraba en España la “humanidad doliente y desvalida”.
 
“El enfermo pobre halla un mal hospital o no halla ninguno (...) Diseminados por los campos o las pequeñas poblaciones, los enfermos pobres sufren y mueren faltos de todo auxilio y en el abandono más cruel”.
 
“Los expósitos mueren en una horrible proporción. Hay autoridades que se felicitan por la economía que resulta de reducir el salario de las amas que los llevan a sus casas(...) La ley tan inexorable en otros casos es tímida en este; no se atreve a exigir fondos para cubrir la más sagrada de las obligaciones”.
 
“Los dementes están muy lejos de ser tratados con la inteligencia y caridad que su estado exige”. 
 
A la situación que con tanta dureza describe se añade el resto de las lacras que más le preocupaban: la esclavitud, la prostitución, el desamparo de los desvalidos, la discriminación de la mujer. Nada escapó al análisis y a la denuncia pública de Arenal.
 

Doctrina y pedagogía social de Concepción Arenal 

 
La contribución más interesante que la autora hace a la historia de las políticas sociales es la necesidad de “armonizar” los tres conceptos que figuran en el título del libro: caridad, filantropía y beneficencia y “enlazar” estas tres realidades para hacerlas eficaces: la caridad de carácter más personal, la filantropía en su vertiente asociativa y la beneficencia derivada de la actuación emergente de los poderes públicos. Todavía no se hablaba de solidaridad, ni mucho menos de Estado de Bienestar, y la referencia a los derechos sociales y a la justicia social eran conceptos balbucientes, aunque de ellos ya existe rastro en la prosa de Arenal. De este modo articula su pensamiento: “al dar a la Beneficencia la organización conveniente, la razón debe estar representada por el Estado, el sentimiento por las asociaciones filantrópicas, el instinto por la caridad individual: he aquí los tres elementos que combinados deben producir la armonía”. Y así, a modo de lema, sitúa estos tres conceptos en la portada de uno de sus libros: “la beneficencia manda al enfermo una camilla, la filantropía se acerca a él; la caridad le da la mano”.
 
¿Cómo armonizar caridad, filantropía y beneficencia? Mediante estos principios básicos que la ensayista expone claramente, y que, en el tiempo que los formuló, fueron originales y casi revolucionarios: 
 
  • Es un deber de la sociedad procurar a los desvalidos la mayor suma de bien posible.
  • La Sociedad no comprende su alta misión, si cree llenarla con solo hacer bien material.
  • El Estado, aislándose de la caridad privada, no puede auxiliar debidamente ni el cuerpo del menesteroso ni su alma.
  • Existen en la Sociedad los elementos necesarios para consolar todos los dolores, no hay más que armonizarlos.
  • El Estado tiene obligación de amparar al enfermo pobre y al desvalido, la lógica y el sentimiento sacan esta imprescindible consecuencia. Es un deber de la sociedad procurar a los desvalidos la mayor suma de bien posible.
 

La actualidad del pensamiento de Arenal 

 
Independientemente de la formulación de su pensamiento sobre la necesidad de articular formulas de compatibilidad entre la caridad, filantropía y la beneficencia, existe todavía una cuarta dimensión y es el planteamiento de cuestiones que aún no están resueltas, y sobre las que la opinión de Arenal tiene plena vigencia.
 
Me refiero en primer lugar a la lucha contra la desigualdad entre los hombres, y que es hoy día la base de toda la dialéctica política del siglo XXI, hasta el punto de que constituye el elemento retórico diferenciador entre derecha e izquierda, progresismo y tradicionalismo. En los tiempos en los que vivió Concepción Arenal, criticar las tremendas desigualdades existentes era un elemento revolucionario, y lo hizo sirviéndose de un recurso literario indudable: “Aquel hombre tiene un gran número de carruajes de diferentes formas y dimensiones…, aquel otro pisa descalzo la nieve;  aquel hombre viste sus habitaciones de seda…, aquel otro sufre desnudo el frío de Enero; aquel hombre tiene una multitud de criados…, aquel otro, postrado por la fiebre, no tiene quien le alargue un vaso de agua; aquel hombre gasta en localidades de teatros mil…, aquel otro no tiene para guarecerse una noche borrascosa; aquel hombre tiene en sus caballerizas termómetro, y calorífero…, aquel otro se muere de frío en medio de la oscuridad más completa; aquella mujer vestida de batista da bizcochos a una perrita…, aquella otra da lágrimas al hijo que le pide pan…”.
 
El segundo elemento de modernidad y de actualidad del pensamiento de Concepción Arenal es la compatibilidad y complementariedad entre la acción del Estado y de los particulares en la acción social: el cálculo, la dirección corresponde al Estado: él debe hacer todo lo que no pueden hacer los particulares ni las corporaciones, así como estas deben todo lo que no puede aquel… ; al Estado corresponde decir cuántos establecimientos de Beneficencia ha de haber en cada capital, en cada partido: señalar locales, decir si son o no buenas las condiciones higiénicas, formar o aprobar los reglamentos porque hayan de regirse, fomentar las asociaciones caritativas, ir a buscar la caridad individual, estimularla por todos los medios, y utilizar sus buenas disposiciones…; al Estado corresponde señalar los casos en que el individuo tiene derecho al auxilio de la sociedad, y asegurar garantías a la caridad privada, para que al dar limosna tenga seguridad de aliviar desgracias, y no tema fomentar vicios.
 
Tan de actualidad es el pensamiento de la ensayista gallega que, una vez que otorga al Estado la primacía y la mayor responsabilidad en la asistencia y remedio de las necesidades, advierte sobre las situaciones de corrupción que el sistema entraña. Ella conoce el terreno que pisa, sabe cómo las teorías se corrompen en la práctica y así avisa: “En todos los establecimientos y conforme a lo que la ley dispone, se sigue el fatal sistema de contratas, por el cuál la codicia de los contratistas defrauda a la pobreza, la explota, y compra la impunidad con el fruto del crimen”.
 
Hay otro tercer elemento de modernidad, muy atrayente para quien esto escribe, y es la necesaria relación que introduce Arenal entre beneficencia y opinión pública. Parte del principio de que la solución de los problemas de los más necesidades y de la lucha contra la desigualdad social  -y este es el elemento más innovador de su pensamiento- se potencia o se hace efectiva mediante la divulgación y la publicidad de los hechos y de las situaciones de injusticia. Arenal descubre el valor de la comunicación en su vertiente más moderna. Sin publicidad y sin opinión pública, resultará mucho más difícil y lenta la acción de la beneficencia y de la filantropía. “La publicidad -sentencia Arenal- sería a la vez un eco y un faro…y  sin publicidad (no se producirían)  la mitad de los beneficios que de ellas podían esperarse”.
 
La mente innovadora y previsora de Concepción Arenal llega incluso a concebir un periódico social, algo tan innovador que todavía no se ha llevado a la práctica. Sugiere que el periódico se edite en Madrid  -periódico oficial de Beneficencia- costeado por el Estado y redactado por personas competentes y de forma altruista. Años más tarde, Concepción Arenal, con la ayuda económica de solo dos personas –una condesa y el rector krausista de la Universidad-, consiguió poner en la calle una revista quincenal con el nombre de La Voz de la Caridad, que dirigió durante 11 años y en el que escribió medio millar de artículos. Los ingresos que el periódico producía se dedicaban a socorrer a los pobres y en el entorno a la publicación se creó un taller para el trabajo de la mujer con necesidades. 
Su proyección de futuro.  
 
Tal vez en el único aspecto en el que Concepción Arenal se mantenga con una cierta notoriedad sea su extensa producción de proverbios, todos ellos de carácter solidario y social, de los que dejó un amplísimo muestrario. Frases, dichos y proverbios de Arenal están presentes en citas eruditas o esculpidas en monumentos de muy variada índole. A pesar del simplismo de la formulación, las frases de nuestra autora configuran todo un ideario de compromiso social. Los proverbios de Arenal podrían conformar una especie de antología de indudable valor pedagógico. Pensamientos como Odia el delito y compadece al delincuente/ Abrid escuelas y se cerrarán cárceles/ La caridad es un deber; la elección de la forma, un derecho, son solo una modesta representación de la vigencia de la ideología de Arenal.
 
Indudablemente, la recuperación de la memoria de esta extraordinaria pensadora y activista de los derechos humanos no puede quedar reducida a meras frase por muy sugerentes que sean. La rehabilitación intelectual de Concepción Arenal, ahora que se encamina hacia el segundo centenario de su nacimiento, es una oportunidad para mostrar la fecundidad de una mujer que trató, y en parte consiguió, cambiar el estado calamitoso de los más necesitados . 
 
(Texto introductorio del ensayo 'La beneficencia, la filantropía y la caridad', de Concepción Arenal, de próxima publicación en la Colección Empero del CERMI)
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