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viernes, 14 de noviembre de 2014cermi.es semanal Nº 144

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Cultura

El CERMI publica la trilogía ‘Geografía de rebeldes’

Llansol o la escritura de vida

Por Esther Peñas

13/11/2014

María Gabriela Llansol, escritoraAdentrarse en un libro y quedarse emboscado en él. Comenzar a leer las primeras líneas, los párrafos iniciales y sentir el extraño vértigo de lo distinto, de lo auténtico. Que el modo, la forma de contar nos conmuevan, que no sepamos a dónde nos conduce pero confiemos y que, al llegar (¿al llegar a dónde, si el término convoca un nuevo camino?), uno quede perturbado, transformado -no es parábola-... Un libro así es una celebración. Un libro así deja de ser libro para convertirse en presencia impregnada. 
 
El CERMI, en su colección editorial ‘Empero’, ha editado uno de esos libros que, al leerlos, amaremos con la furia que hace saltar argollas, ‘Geografía de rebeldes’, de María Gabriela Llansol (Lisboa, 1931- Sintra, 2008). No se explica que la obra de la escritora lusa no hubiera sido no sólo publicada sino difundida en nuestro país, salvo por esa incomprensible indiferencia que sentimos hacia la tierra con la que antaño nos repartimos el mundo, tan cercana, tan dentro del mapa y ante la que ponemos tanta distancia.
 
Los ortodoxos de la materia hablan de que las obras de arte se dividen en dos clases, las que se ocupan del tiempo y las que se ocupan del espacio. Entre las primeras, abstractas, dirigidas al intelecto, la literatura y la música. De las segundas destaca la pintura. Pero como quien escribe estas líneas, quizás del mismo modo que quien las lee, es un ser fronterizo, y conoce de cerca la liviandad de ciertos límites, y cómo esos límites pueden estrecharse en cualquier instante dejándonos en las afueras y cómo, a la inversa, se ensanchan cuando creíamos haberlos traspasado, colocándonos alejados de sus lindes, desconfía de estos protocolos de clasificación. ¿Quién puede acotar un copo de nieve?
 
Portada de ‘Geografía de rebeldes’, de María Gabriela Llansol
Desde luego, en cuanto a Llansol se refiere, escoger entre tiempo y espacio es no sé si imposible, pero desatinado. ‘Geografía de rebeldes’ es puro umbral en sí mismo. Ya el título es una invitación a estallar la coherencia (la coherencia estricta vulnera la moral, la estética, lo justo incluso). 
 
Contiene –este es otro regalo- tres textos en un único volumen: ‘El libro de las comunidades’, ‘La vida restante’ y ‘En la casa de julio agosto’. Una trilogía capaz de absorber toda la luz hasta que se haga de noche. Para alumbrar. Aunque parezca un sinsentido –como tantas cosas que nos suceden al cabo del paso- Llansol tiene por momentos el valor de lo que no se comprende, porque quizás en esa entrega se encuentre la única posesión posible. Como los amores que no pueden ser. Y son, de otro modo. 
 
En sus páginas, la portuguesa nos habla de ella misma, de su relación con los textos de otros autores (san Juan de la Cruz atraviesa todo el texto, pero también incendia el tono), de un viaje a Flandes, de lo mítico, de lo insondable, de la fe (heterodoxa, lo habrán imaginado), de la mujer, del amoroso trabajo de poner palabra a lo que no las tiene. Esto es decir poco, claro. Baste resaltar, como se explica en el prólogo, que Llansol aúna “lo bello, el pensamiento y lo vivo”.
 
Pero, ¿quién es Gabriela Llansol? Decir que una mujer de sensibilidad republicana, licenciada en Derecho y alumna de Pedagogía (recuerden, Portugal, años cincuenta) es poco. Decir que abrió una de las primeras escuelas infantiles, también. Decirla exiliada en Bélgica, donde residió con su marido José Augusto Joaquim hasta 1983, y regresada a su tierra, tampoco. Ni decirla panadera (así también se ganó la vida). Los niños. Participó en una experiencia pedagógica radical con niños belgas e hijos de emigrantes, algunos de ellos con discapacidades. Pero todo eso no es constitutivo. Lo trasciende.
 
Gabriela tiene un rostro no hecho de ojos sino de miradas, sus labios no son dos medias lunas carnosas sino alforjas de amor y sus oídos aspiran lo que el lector acaso no se atreve a pronunciar y ella recoge. Gabriela tampoco puede ser eso. O sí, depende del ángulo. Y de cómo se asiente el límite. 
 
Cabe, por último, destacar la traducción (en este caso otro acto impagable de amor). Se debe a Atalaire, el nombre común del tándem de traductores formado por Mercedes Fernández Cuesta y Mario Grande. No sabemos cómo será leer a Gabriela en portugués, pero así como cuando uno lee la traducción que Salinas hizo de Proust, tiene la certeza de que no se escamotea nada por el camino. 
 
Que sus palabras, camino de vida, poesía indómita, cierren esta pieza: “¿Qué responsabilidad tengo yo de haber olvidado lo que mata y escribir de lo que vive?”
 
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