SOS Discapacidad
Así viví la marcha
Epílogo de un viaje al centro de la solidaridad
Por José Luis Martínez Donoso
13/12/2012
Nadie cuestiona que con la marcha de la Discapacidad del pasado día 2 de diciembre el colectivo de personas con discapacidad marcó un hito histórico en España y el mundo. Pero lo que muy pocos saben es que también supuso un hito para 90.000 personas, o las que realmente estuvieran, que elevaron a la categoría de sueño mágico el gran ejercicio de confraternización realizado.
Los medios de comunicación han hecho hincapié en el poder de convocatoria de la marcha. Sin embargo, quien formó parte de la misma no sintió la muchedumbre. La marcha se vivió como una gran familia. Porque la discapacidad es eso: una gran familia. Y yo la viví como el abuelo, como el padre, como el adolescente y, por supuesto, como el niño.
Jugué mi papel de ‘abuelo precepto’ cuando apenas 15 días antes del día 2 de diciembre se esbozó el comienzo de lo que parecía ser una acrobacia organizativa sin precedentes. Que si era una locura organizar un evento de esta magnitud sin tener experiencia, que la gente de fuera de Madrid no se iba a querer movilizar, que... Y entonces fue cuando asumí mi papel de padre.
Con dos semanas de margen, no había tiempo para el vértigo. Movilizamos a nuestros equipos solicitando su colaboración, éstos pidieron ayuda a los suyos y éstos a su vez fueron sumando voluntarios y simpatizantes de la causa. ¿El resultado? Toda una tropa de almas agitadas dispuestas a combatir en una marcha pacífica. Entre todos consensuamos la planificación del recorrido, la logística, la imagen corporativa, el apoyo musical, la participación de nuestros deportistas, la visibilidad de todos y cada uno de los colectivos… Y una vez iniciado el viaje, retorné a mi etapa de adolescente en la que luchaba contra viento y marea por defender la igualdad de oportunidades y disfrutaba de la contienda saboreando cada uno de los triunfos. Se iba a hacer justicia.
En la mañana del día 2, nada podía hacerme vislumbrar lo que iba a vivir unas horas después: familias enteras esperando en la línea de salida, balcones llenos de vecinos haciendo frente al frío, voluntarios dispuestos a dejarse la piel, trabajadores de base dirigiendo grupos, responsables con trajes de faena y más de 300 personas con sus manos entrelazadas durante más de tres horas. Y entonces ya era inevitable vivir el momento con la intensidad que lo hacen los niños. Reí, lloré, canté, grité, corrí y viví como nadie el calor familiar de la discapacidad movilizada.
¿Y qué eché de menos? Pues creo que hubiera sido un acierto haber convencido a los políticos, a los miembros de las diferentes Administraciones Públicas, a los banqueros y al resto de agentes públicos y privados a que hubieran participado en la marcha y hubieran vivido, en primera persona, la fascinación de un viaje al centro de la solidaridad. Y no me refiero a que así hubieran comprendido la necesidad de poner a salvo nuestros derechos y no recortar nuestros ya de por sí escasos recursos. Eso yo creo que, con la movilización realizada y el apoyo social obtenido, se puede conseguir. Sólo falta que sus decisiones sean coherentes con lo que la sociedad clama.
La espina que tengo clavada viene porque estoy convencido que, de haber vivido en primera persona la marcha, los políticos y gobernantes se habrían quitado el velo del miedo y habrían sacado su arsenal de hombres y mujeres de Estado, de servidores públicos capaces de sobreponerse a las exigencias del poder y de buscar la solidaridad, la participación y el respeto a la dignidad humana. Porque, entre sus muchas bondades, la marcha demostró que hay una alternativa inagotable a lo que existe. Es real y concreta. Empieza por el propio comportamiento personal que debe superar las barreras del egoísmo y continúa por el apoyo a la familia, a los grupos, a la comunidad y a la sociedad en su conjunto. Se trata de construir un espacio común de distribución de bienes y servicios básicos, controlado democráticamente, en el que los más vulnerables perciban una discriminación positiva y todos asuman la solidaridad como el mayor disfrute humano.
Yo lo viví. Yo estuve allí.