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viernes, 07 de febrero de 2020cermi.es semanal Nº 377

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Cuarto de invitados

Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayista

“Los centros de poder empiezan a no estar en los estados nacionales, lo que deteriora la democracia”

Por Esther Peñas

07/02/2020

Imágenes: Jorge Villa

Una de las credenciales del catedrático de Filosofía Contemporánea de la UNED Diego Sánchez Meca (1950) es haber dirigido la edición en castellano de las Obras Completas y de los Fragmentos Póstumos de Niestzche, el filósofo para quien la filosofía es la búsqueda de la verdad al servicio de la vida. Sánchez Meca es presidente de la SEDEN (Sociedad Española de Estudios sobre Nietzsche) y ha dedicado publicaciones también a otros autores como Schopenhauer, Friedrich Schlegel, Goethe, Heidegger, Lévinas u Ortega y Gasset. Sabiendo que los pensamientos más productivos surgen de la conjunción del diálogo con el silencio, conversamos con él sobre lo abstracto y lo concreto.

Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayista¿En qué concentra ahora su trabajo?
 
Tengo en marcha un par de proyectos de libros a los que dedico gran parte de mi tiempo. Asimismo, mi actividad externa se centra, desde que acabamos la edición de las Obras Completas y de los Fragmentos Póstumos de Nietzsche, en tareas relacionadas con su difusión. El interés que ha suscitado este trabajo, que nos ha llevado a mi equipo y a mí 16 años, se ha venido a añadir al que sigue despertando la figura y el pensamiento de Nietzsche desde hace más de un siglo. Así que me invitan con frecuencia universidades y centros de investigación a impartir conferencias y seminarios tanto en España como en el extranjero.
 
¿Nos podríamos entender hoy sin Nietzsche?
 
Ningún filósofo es indispensable. Pero hay que admitir que las ideas de Nietzsche han contribuido de manera significativa a configurar la cultura y la mentalidad contemporánea. Y no porque tenga ninguna doctrina que haya sido acogida como la más verdadera en este o en aquel sentido. Él no es un filósofo sistemático que ofrezca una determinada explicación del mundo, sino que sus escritos han actuado como poderosos revulsivos para el debate de ideas en multitud de ámbitos, desde las prácticas artísticas y literarias a la política, pasando por la moral, la historia de las religiones, los estudios de género, la psicología o la teoría de la ciencia. Más que enseñar verdades, Nietzsche lo que hace es provocar al lector para que piense por él mismo. Le enseña así a ser libre en el plano de las ideas planteándole desafíos y problemas, y haciéndole ver qué tipo de situaciones le requieren a actuar y a tomar decisiones.
 
¿Qué es lo que Nietzsche nos ha legado entonces?
 
La originalidad de su pensamiento empieza ya en el modo de escritura en el que se plasma. Muchos de los libros de Nietzsche son colecciones de fragmentos y aforismos que no guardan un orden correlativo y lógico, sino que son como disparos o destellos de reflexión que brillan por su profundidad y por la belleza impactante de su estilo. Se ofrecen como interrogantes, llamadas de atención, sugerencias. Y en cuanto a su temática y contenido, buena parte de su obra se hace eco del cambio de valores que se produjo en el siglo XIX en consonancia con los importantes acontecimientos económicos y políticos que estaban teniendo lugar: la irrupción del capitalismo industrial en Europa, el auge de los nacionalismos, el debilitamiento de las creencias religiosas, etc. Hasta el siglo XIX, la moral que había modulado la convivencia en Occidente había estado basada sustancialmente en la religión cristiana. Pero las críticas a la religión que habían ido formulando los ilustrados ingleses y franceses en los siglos XVII y XVIII, propiciaron un proceso de secularización que debilitaron mucho el poder y la fuerza de los principios y valores cristianos para seguir guiando la cultura. Es la situación que Nietzsche resume en su famosa frase “Dios ha muerto”, o sea, la pérdida de la fe en esa religión. Entonces, lo que Nietzsche nos ha legado han sido, sobre todo, los elementos para una toma de conciencia de la necesidad de otro cambio de valores. Nuevos valores para hoy que, en vez de basarse en dogmas y enseñanzas autoritarias que reprimen y culpabilizan, sean fruto de la creatividad de los individuos y sirvan para vivir de un modo más libre y afirmativo.
 
Igual es una impresión mía, pero ¿de veras sólo estamos en una crisis económica cíclica? ¿No se trata de algo mucho más profundo?
 
Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayistaSí. Lo que empezó pareciendo una crisis económica se ha terminado mostrando como un auténtico cambio de época, un verdadero cambio histórico al que están contribuyendo varios factores. Uno de los más decisivos está siendo el enorme proceso de globalización sustentado, sobre todo, en cómo son ahora las relaciones de producción capitalistas. Por ejemplo, la industria se deslocaliza, es decir, se fabrican las mercancías en países con mano de obra barata para venderse luego en países donde los precios son altos y, por tanto, los beneficios son grandes. En el comercio, se ha logrado que hoy el mundo sea un mercado global y fluido, que lucha contra las trabas de las fronteras y cualesquiera otros impedimentos al libre intercambio de productos y transacciones financieras. Esa globalización del capitalismo en lo económico es lo más importante, porque implica correlativamente que los centros de poder político empiezan a no estar ya en los estados nacionales, que se debilitan. Eso está poniendo en jaque al funcionamiento de la democracia representativa y al principio político básico de la soberanía popular. Otro de los factores decisivos del cambio lo constituyen los impresionantes avances tecnológicos, sobre todo en el sector de la informatización, en los progresos de la inteligencia artificial y en el poder de las redes sociales. Hoy, en el desenvolvimiento prácticamente de toda nuestra vida está implicada la informática, las redes sociales han revolucionado las formas y el alcance de nuestra comunicación, y los progresos de la inteligencia artificial han transformado nuestros conocimientos y sus posibilidades de uso. Todo esto ha supuesto, a la vez, un profundo cambio de mentalidad, una compleja lucha entre ideologías y continuos conflictos de valores. En esto creo yo que consiste el cambio histórico al que estamos asistiendo.
 
En ese cambio histórico, ¿domina el lado luminoso de los avances positivos o el de la incertidumbre inquietante?
 
Participa de los dos. Por eso creo que no hay que ser ni optimista ni pesimista, sino fino en el análisis y ver las cosas, en la medida de lo posible, por encima de cómo a uno le afecten los cambios. Debe verse todo en conjunto y aspirar a alcanzar la visión más completa y coherente posible.
 
Es decir, que este cambio radical de paradigma no tiene por qué ser a peor…
 
Se gana en unas cosas y se pierde en otras. Por ejemplo, la mayor seguridad y orden que tal vez disfrutamos en nuestra vida personal y social conlleva un aumento enorme de la burocratización de la sociedad, del control de la gente y de su “gestión” de manera cada vez más impersonal. La mayor disponibilidad de productos de consumo de los que disfrutamos por la globalización de la producción y del comercio, conlleva un incremento muy alto de la explotación de los recursos naturales, daños ecológicos, precariedad laboral, contaminación, cambio climático, etc.
 
Hablemos del posthumanismo, ¿el hombre comienza a ser ya otra cosa?
 
Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayistaEste es un tema de una actualidad enorme, y es cierto que caminamos hacia eso. En cierto modo el ser humano tiene hoy ya, de hecho, prolongaciones técnicas importantes de sus posibilidades como ser humano, por ejemplo, en los ordenadores, en los móviles… que son como prótesis con las que aumenta las posibilidades de su inteligencia, de su actividad, de su comunicación y de sus maneras de vivir. Y esto hasta el punto de que resulta impensable ya nuestra vida sin estos artilugios. Porque hoy, nuestro vivir cotidiano depende de manera vital de los avances tecnológicos. Imaginemos qué pasaría si hubiera, por ejemplo, un colapso en la informatización que regula el funcionamiento de los hospitales o de los bancos, o en la distribución de los recursos de abastecimiento y de agua a una ciudad, o en los procesos que regulan el despegue, manejo y aterrizaje de los aviones, etc. La vida sería imposible, estaríamos ante un cataclismo difícil de pensar. Por tanto, el hombre tiene hoy ya unas dimensiones tecnológicas que lo han convertido en un trans-hombre o en un post-hombre, es decir, en algo distinto a lo que durante los siglos pasados era un hombre. Y esto le transforma incluso físicamente, porque ya se habla de inclusión en el cerebro de chips para potenciar la inteligencia, o de artilugios microscópicos que pueden circular por el cuerpo para detectar enfermedades. Estamos, no ante hombres, sino ante ciborgs, que es como se llama a los seres humanos potenciados o modificados por la tecnología. Entonces, ¿todo esto es sólo positivo? Lo cierto es que implica y plantea una serie de problemas que aún no estamos en condicione de resolver. 
 
¿No hay alternativa –there is not alternative, como diría M. Thatcher- al capitalismo?
 
El capitalismo neoliberal actual pretende legitimarse con el argumento de la gran cantidad de riqueza que es capaz de proporcionar, el aumento de la prosperidad y la riqueza que puede generar, y, sobre todo, con la discutible afirmación de que de ese enriquecimiento se acaban beneficiando todos. Cree que, por todo ello, se le deben permitir determinados modos de comportamiento que son claramente perjudiciales, en otros muchos sentidos, y difíciles de aceptar, como las desigualdades que crea, los daños al planeta, la explotación y el abuso laboral, el deterioro de las democracias, etc. Antes de la globalización, en los sistemas democráticos de los estados nacionales se considera que la legitimidad política del poder está en las urnas. Las urnas expresan la soberanía popular y mediante ellas la gente elige a sus representantes. Y estos representantes tienen como misión elaborar las leyes y hacer que se cumplan. La globalización ha producido una mutación en este modo de funcionar de las democracias representativas, porque ha trasladado centros de decisión política importantísimos a organismos y entes que no son elegidos democráticamente por los ciudadanos: el Fondo Monetario Internacional, la OCDE, la ONU, el Banco Mundial, la Comisión Europea… Estos son entes no representativos de ningún pueblo, pero que marcan, sin embargo, la dirección y las decisiones políticas más importantes. De modo que los poderes que han elegido los ciudadanos democráticamente tienen muchas limitaciones a la hora de ejercer lo que se les ha encomendado, mientras que los poderes “globales” que son los que realmente mandan no son elegidos por los ciudadanos. Si tenemos en cuenta que hoy los poderes políticos están subordinados, en gran medida, a los poderes económicos, nos encontramos con una situación en la que son los grandes poderes económicos del capitalismo mundial -multinacionales, grandes lobbies empresariales, potentes entidades financieras globales, etc.- y sus intereses los que dominan la agenda de los políticos. El capitalismo se ha terminado convirtiendo así en un capitalismo autoritario que pone, por encima de cualquier otra meta, el aumento indefinido y progresivo de sus tasas de beneficios. Por eso alguien ha dicho que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Desgraciadamente esto es una gran verdad, porque el impulso más fuerte del capitalismo es ese afán de aumentar continua y progresivamente sus ganancias finales por encima de todo. Y eso no se puede sostener en un mundo con posibilidades limitadas sin hacer grandes daños a los recursos naturales, a las posibilidades de vida, al modo de organizarse y funcionar de la sociedad, a la paz mundial, etc. Porque el capitalismo es, sobre todo, eso: crea y produce abundancia por ambición, por un deseo incontrolado de cada vez más, y hoy es muy difícil que haya una alternativa. Lo cual no tiene por qué significar, como piensan algunos, que eso es así porque ese capitalismo desenfrenado es lo que mejor responde a lo que es la verdadera naturaleza del ser humano. De ningún modo tiene eso por qué ser así, pues si miramos a lo largo y ancho del mundo y de la historia podemos ver que los seres humanos, puesto que lo hacen y lo han hecho, son capaces de vivir de otras maneras menos destructivas. El capitalismo ha traído, sin duda, grandes beneficios, ha permitido que muchas partes del Tercer Mundo dejen de ser víctimas del hambre y de la miseria y hayan accedido al bienestar, y ha aumentado, en general, los niveles de prosperidad y riqueza. Pero también ha producido daños graves como enormes desigualdades económicas, perjuicios ecológicos tal vez irreversibles, explotación, insolidaridad, etc. 
 
Aunque no queramos ser pesimistas, miramos a nuestro alrededor y vemos cómo se han debilitado los derechos sociales, de qué modo han disminuido las prestaciones sociales, cómo se han endurecido las condiciones laborales de los trabajadores… ¿Tiene enmienda todo esto? ¿hacia dónde caminamos? 
 
Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayistaEs un hecho que el capitalismo neoliberal se ha terminado imponiendo de la manera tan importante como lo conocemos hoy. Pero eso ha sido el resultado de una evolución que no debemos perder de vista. Hay que remitirse al final de la II Guerra Mundial, cuando el mundo quedó dividido en dos grandes bloques antagónicos de poder, comunista y capitalista, con la Guerra fría entre ellos y su política de contención recíproca. En esta situación, el capitalismo occidental propuso, como estrategia para luchar contra el comunismo soviético, un pacto entre el capital y la sociedad para eliminar, en lo posible, la lucha de clases, que era el motor fuerte que legitimaba al comunismo. Y se pensó en la conveniencia de crear en Occidente una clase media amplia, con una minoría en cada extremo, la privilegiada y la de los pobres a los que se les ayudaría. Para eso, los capitalistas tenían que moderar un poco su tasa de beneficios y ceder parte de ellos para que los salarios de esa clase media fueran buenos, y la gente tuviera prestaciones sociales dignas, educación, desempleo, jubilación, sanidad, de modo que la gente estuviera contenta, aumentara el consumo y el bienestar, y no hubiera motivo para el conflicto entre clases. Esto ha funcionado muy bien en casi toda la segunda mitad del siglo XX, ha producido paz, prosperidad, dentro de ciertos límites. Pero en 1989 la Unión Soviética se derrumbó, el comunismo dejó de frenar al capitalismo, y el capitalismo, al quedar solo, cambió su estrategia. Pensó que ya no tenía por qué tener el freno que hasta ahora representaba para sus beneficios el estado social, sino que, al contrario, podría producir mucha más riqueza si lograba funcionar sin limitaciones políticas ni obligaciones institucionales de ningún tipo. Para ello empieza a exigir que los países democráticos eliminen las trabas del mantenimiento del estado bienestar. Los poderes políticos obedecen con desregulaciones, privatizaciones, abolición de fronteras, disminución de impuestos, eliminación de tasas en las transacciones financieras, dejando que los bancos y los fondos de inversión actúen con total autonomía. Ya sabemos que la crisis económica de 2008 no fue sino el resultado del funcionamiento depredador de los bancos y de la bolsa americanos. En cualquier caso, hay una ofensiva del capitalismo -ya no liberal sino neoliberal- para erosionar las democracias representativas extendiendo y fortaleciendo sus sistemas de control y creando órganos de gobierno globales que tomen las decisiones a nivel mundial. Esta ofensiva está logrando cambiar la estructura política del mundo, así como la mentalidad y los valores. Hoy se creen positivos valores como el egoísmo particularista, la capacidad de explotar abusivamente a jóvenes o a inmigrantes, el afán de ganancia que rompe la solidaridad y la justicia social, etc. Se acusa a las clases menos favorecidas de su propia precariedad laboral y de su pobreza que sólo estaría causada por su pereza, por su falta de valor o por su desidia. Decae la lucha por la igualdad de oportunidades, y se acaba imponiendo una especie de darwinismo social en el que se empieza ya por admitir que el más fuerte tiene el derecho legítimo de dominar sobre el más débil.
 
¿Tenemos los gobernantes que nos merecemos? 
 
Como he dicho el poder lo ejercen hoy, en buena medida, los centros de decisión económicos y políticos globales, ajenos a la soberanía popular. Esto es clave para entender cómo son nuestros gobernantes. Porque están en la situación de tener que ponerse una máscara para dar la impresión de que son ellos los que gobiernan y toman las decisiones. Pero, a la vez, esa máscara es la que les sirve también para ocultar quiénes son los que realmente mandan. Se produce así una situación que les obliga a echar mano de mecanismos que distorsionan bastante la relación entre gobernantes y gobernados.
 
¿En qué sentido?
 
Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayistaEllos, los políticos, ejercen, en realidad, de managers. Son poderes delegados que llegan, por ejemplo, al poder con programas que saben que no va a depender de ellos poder cumplir. Han de echar mano, por ello, de grandes dosis de actividad mediática y manipulación psicológica para terminar haciendo, en buena medida, simples políticas de gestos y de imagen.
 
Al there is not alternative, de nuevo…
 
No quiero decir, con esto, que estén exentos de responsabilidad. No los disculpo en absoluto. Quienes están en política hoy, en este contexto, tienen que ser personas sin grandes convicciones morales ni principios para prestarse a este juego. Son aquel “hombre sin atributos” de Robert Musil. La política, en general, abre hoy sus puertas para que en el poder se instalen simples aventureros y trepas. Y esto también explica por qué la gente que vale, sólida, bien formada, inteligente y con principios se dedique a sus cosas. No, no nos merecemos a nuestros políticos, pero son los que hoy corresponden a las relaciones de poder dominantes en el mundo que nos ha tocado vivir. 
 
¿Qué le inquieta más, que haya comunistas en el gobierno o que Vox tenga 52 diputados?
 
Lo que me inquieta es que ambas formaciones sean populismos. El populismo es una estrategia bien calculada por la que un grupo político aspira a implantar en un país un ejercicio de poder totalitario. Para ello despliega continuos discursos y acciones dirigidos a crear la fidelidad ciega de las masas a un líder carismático. Y utiliza premeditadamente las ocasiones y posibilidades que proporciona la democracia representativa para socavarla e ir sustituyéndola por un autoritarismo. El ejemplo más elocuente lo encontramos en Trump, un multimillonario enriquecido gracias a las burbujas inmobiliarias, en connivencia con los sectores financieros que provocaron la crisis y los trapicheos de Wall Street, amigo de los militares de ultraderecha partidarios de las grandes guerras para potenciar la industria y la riqueza de Estados Unidos, en suma, uno de los representantes de esos poderes que han empobrecido a las masas americanas y desatado la crisis de 2008. Pues resulta que con sus mentiras y promesas en falso consigue hacerse presidente precisamente con los votos de esas masas a las que él ha empobrecido. Eso es el populismo. Las víctimas votando a sus verdugos.
 
Entonces, ¿somos tontos?
 
No, no. Los populismos crean y se alimentan de situaciones de crisis en las que grandes partes de la población sufren profundamente. Porque el modo de ganarse su fidelidad es prometerles aliviar su dolor ofreciéndoles soluciones que parecen simples pero que, en realidad, son muy difíciles o incluso imposibles de cumplir. Y esta es su coartada para exigir hacerse con todos los poderes: no sólo el ejecutivo y el legislativo, sino también el judicial, el mediático e incluso el intelectual. No somos tontos. Es que estos líderes son tipos cuya política no es más que una huida hacia delante, un frenesí lanzado a un futuro imposible y que no contiene ninguna solución real. Su única baza es esa escalada que se desata en la que lo que más importa es que llegue el momento en el que no se la pueda detener y origine situaciones de emergencia crítica como resultado de promesas que no se pueden cumplir. Cataluña, por ejemplo. El objetivo es crear una situación para exigir que, puesto que no se puede cumplir la promesa, la culpa recaiga en las reglas democráticas, en el poder judicial independiente, en las trabas que impiden tener el poder absoluto como única solución para hacer realidad la promesa imposible. En este contexto es cuando los ciudadanos votan como víctimas a sus verdugos.
 
¿De veras le parece lo mismo Podemos y Vox?
 
Diego Sánchez Meca, filósofo y ensayistaPor supuesto que no, hay muchísimas diferencias entre ellos. Pero de ambos me inquieta, como digo, su populismo y que ese populismo esté contaminando la democracia en España. 
 
¿Cómo es posible que, de un plumazo, hayamos cedido nuestra intimidada a las grandes plataformas (Apple, Amazon, Microsoft…)?
 
No es que les hayamos cedido nuestra intimidad. Es que nos la quitan. Los artilugios tecnológicos son tan poderosos, han extendido tanto sus tentáculos, que estamos vigilados, escuchados y controlados en modos y formas difíciles de explicar. No nos podemos defender de esto. Las cookies que se introducen continuamente en nuestros ordenadores y teléfonos móviles, las pistas que dejamos sin parar en Whatsapp o Facebook. Después se venden nuestros datos, se nos adjudica un algoritmo, un mecanismo de inteligencia artificial capaz de unificar tal cantidad de datos sobre una persona que sabe de ti prácticamente todo. ¿Cómo que entregamos la intimidad? Más bien nos la arrebatan. 
 
¿Y por qué no salimos a la calle a pelear por ella?
 
Una de las estrategias más poderosas del capitalismo neoliberal ha sido, y sigue siendo, el debilitamiento de la subjetividad. Se nos somete a estrategias continuas de mentalización y manipulación mediática y psicológica tan fuertes, tan poderosas y continuas, que para quienes no están muy formados y alertas, no hay defensa posible. Las personas muy rebañizadas son fáciles de dirigir y anular como libertades subjetivas. De ahí la proliferación de empresas y profesionales dedicados a tareas como fomento de opinión, modificación de imagen, creación de prejuicios y fake news, influencia en la toma de decisiones. De modo que muchas veces, cuando alguien afirma que él piensa esto o lo otro, en realidad lo que hace es repetir mecánicamente lo que ha oído o leído en cualquier lugar. Y los gobiernos practican también estas estrategias de supervigilancia de la población con el argumento de que así es más fácil gobernar y dar seguridad a las masas. Vigilar y castigar.
 
Vigilar y castigar es el título de un ensayo de Foucault…
 
Eso es lo que se hace con la gente. Y el argumento con el que se trata de justificar eso es que si no se vigilase tanto la complejidad de la sociedad en la que estamos degeneraría en conflictos mayores.
 
Con este control exhaustivo que permiten las nuevas tecnologías (nuestros terminales nos escuchan), ¿qué margen nos queda para ejercer la libertad?
 
Hay grandes sectores de la población que bastante tienen con sobrevivir y se ven obligados a dedicar la mayor parte de su energía a esto. Aunque también son quienes están en mejores condiciones para tomar conciencia de los problemas de nuestra sociedad y tomar posiciones en consecuencia. Y los que tenemos un poco más de margen, pues tenemos el deber de saber, de explicarnos lo que realmente sucede y de actuar con responsabilidad. 
 
En la vida, ¿pesa más la voluntad o el azar?
 
Si el azar es lo incontrolable, entonces yo diría que la voluntad. Aunque hay una parte importante de ese azar dentro de la propia subjetividad del individuo. Para Freud, en el inconsciente tenemos fuerzas que no conocemos y que, por tanto, son elementos que nos requieren previsión y autoanálisis.
 
Es difícil escapar de la honda influencia que han ejercido en la modernidad los tres grandes pensadores de la sospecha, Freud, Marx y Nietzsche. ¿Qué aporta que el punto de partida sea la sospecha y no, por ejemplo, el asombro?
 
La filosofía del siglo XIX, la filosofía de la sospecha, obedece a exigencias distintas a las de la filosofía clásica de la admiración. Aristóteles decía que la filosofía respondía a la admiración que sentimos cuando contemplamos que existen las cosas. En la antigüedad griega y romana, el ideal de vida que se consideraba el mejor era la vida contemplativa, mirar el mundo, los astros, el orden en el que se mueven, la belleza de su regularidad, el misterioso e incesante juego de la vida y la muerte en la naturaleza. A partir de ese asombro se desarrollaba la reflexión y se producía pensamiento. En el siglo XIX, los pensadores de la sospecha surgen porque el mundo y la sociedad han cambiado profundamente. Los progresos del conocimiento han permitido tomar conciencia de las fuerzas que, desde fuera y desde dentro, tratan de seducir y de engañar a la razón y a la voluntad de los individuos. Marx acuña el concepto de ideología para designar un conjunto de argumentos con los que no se busca la verdad, sino un efecto social y político de poder. Y con su filosofía trata de alertar a los individuos para que sospechen de cuanto nos parece convincente a primera vista. Y Freud llama la atención sobre las instancias impulsivas inconscientes de los individuos para que descubramos su fuerza y su poder de modo que despleguemos estrategias para que nuestra razón y nuestra conciencia ganen terreno a ese inconsciente. 
 
Simone Weill, Hannah Arendt, María Zambrano, Simone de Beauvoir … hay más, pero ¿por cuál de estas filósofas siente más admiración?
 
Me resulta difícil elegir, y además no son incompatibles. Todas ellas representan líneas de reflexión muy ricas y complementarias. Pero una cosa importante es que sean mujeres. En nuestro siglo, entre las muchas cosas buenas que han sucedido, una de ellas es la toma de conciencia de la necesidad de reparar la injusticia histórica en la que ha estado durante siglos la mujer. Arendt, tanto por formación como por el mundo que le tocó vivir, nos ha dejado enseñanzas muy importantes a las que debíamos prestar mucha atención. Es la filósofa de la democracia, de la división de los poderes, de la justicia social. Zambrano es apasionante. Su estilo de pensamiento y su filosofía son una llamada a la exploración interior, al descubrimiento de las maravillas que uno puede encontrarse dentro a través de la espiritualidad. Y Beauvoir resulta fundamental en la reflexión que debe contextualizar la lucha contra la relegación de la mujer.
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