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viernes, 20 de diciembre de 2013cermi.es semanal Nº 105

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Cultura

Ernesto Uría, poeta

“Cuando las dificultades son de verdad, reales, los sueños también han de serlo”

Por Esther Peñas

16/12/2013

El segundo poemario de Ernesto Uría (San Sebastián, 1956), ‘Caricia y Cruz’ (Eride), nos presenta un aliento poético más cuajado, un sentimiento unitario que recorre el libro y lo apuntala, como el frágil canto de los vencejos que echan el telón a los días. Presentado por Luis Cayo Pérez Bueno, “que marca la diferencia allí donde interviene”, tal y como apunta Uría, este diván recorre la cencellada que resulta de la helada del dolor y cómo el amor y la luz son el único remedio para disolverla.

Ernesto Uría, poeta‘Caricia y cruz’. ¿Qué distingue este poemario de sus anteriores entregas?
 
La profundidad, el intento, al menos, el despojamiento...Antes había publicado otro libro de poemas, ‘Brincando en el paladar’, cuyos poemas eran semblanzas de compañeras/os de un taller sobre figuras parentales que hice dos meses después del fallecimiento de mi madre. Entonces no estaba preparado para afrontar su muerte, su desaparición, y sobre todo la tremenda enfermedad que acabó con su vida: diez meses con crecientes dosis de morfina y dolores tremendos. Me parecía que una persona tan buena, culta, dispuesta, simpática... una gran mujer, en definitiva, no merecía sufrir. Nadie lo merece, por supuesto, pero morir de esa manera tras una vida de trabajo, entrega, inquietudes, criterios bien asentados.... Yo le debía, me debía, este poemario, y durante años he ido y vuelto al texto. El año pasado falleció mi padre y consideré que debía ver la luz. La ONCE, con su apoyo a través del fondo de ayudas a iniciativas culturales, lo ha hecho posible, y quiero dejar constancia de mi agradecimiento en este año tan especial como complicado.
 
La vida, en general, ¿tiene más de cara o de cruz?
 
Cara, caricia... cruz... son polaridades complementarias entre las que deambulan nuestras vidas y afanes. La cruz nos acompaña física y simbólicamente. Somos cruz hecha carne, si se me permite este juego retórico... la caricia nos salva y redime, nos religa con los demás, implica una intimidad, una hondura, un peso, un poso... la cruz, al menos la que yo acarreo, tiene más que ver con la lucha, las mañas crueles y las conductas taimadas o el no pensar en el otro, acaso avasallar sin miramientos... en la esfera de la intimidad, la cruz es el reconocimiento del daño causado innecesariamente, siempre suele ser así, de manera involuntaria, pero ineludible. El fracaso respecto a parámetros convencionales de referencia. Pero ambas coexisten y son la vida, el amor, su haz y el envés. Quien lo probó, decía Lope en aquellos versos maravillosos, lo sabe. 
 
Su inquietud literaria se ha movido entre el relato y la poesía, ¿cuál sería la cruz y cuál la caricia?
 
Caricia y Cruz, segundo poemario de Ernesto UríaLa caricia es el hecho literario en sí, propio o ajeno, lejos del oropel de la fama y la difusión masiva, los encuentros tan bellos que propicia, esta entrevista sin ir más lejos, el regalo de dar o recibir un trozo de corazón, limpio, desnudo, el latido que pretendo incorporen mis escritos, sean poemas o relatos cortos en prosa poética. En términos literarios, la cruz sería la constatación de los límites. No conseguir, ni tan siquiera intentar, abarcar otros formatos, por así decirlo, más ambiciosos. Y para mí, aunque suene a poca cosa, la dificultad de teclear, armonizar lo que intento volcar con la torpeza de mis dedos, muy anterior a la ceguera, que no ayuda precisamente a la adopción de posibilidades alternativas. Cuando era niño no se hacían ejercicios de motricidad fina como ocurre ahora en casos similares.
Parece que sólo desde el dolor uno adquiere grados de madurez, ¿lo cree?
 
La madurez, si algo es, consiste en la aceptación de uno mismo, de la aceptación de  la adversidad en toda la extensión del término: el dolor, la decepción, la desolación, las dificultades de las relaciones interpersonales, la finitud. Y, de modo paralelo, qué se yo, el sinfín de contrariedades cotidianas y de más calado que nos atraviesan en nuestras idas y vueltas en este viaje alrededor. La manida metáfora de la travesía marítima y su casuística ilimitada, la calma chicha, la línea de sombra -Conrad dixit- las corrientes  y derivas, las tempestades, las olas... y, sin saber por qué, en ocasiones esa ola, una cualquiera, ni la más alta, ni la más fuerte, ni la más prolongada, nos hace naufragar (Vicent lo expresaba mucho mejor).
 
¿Por qué el dolor sólo queda legitimado cuando uno extrae del dolor su luz? 
 
El dolor forma parte de nosotros, de todos y cada uno, y de la vida, del mundo. Nos puede o podemos con él, no cabe ignorarlo, mirar a otra parte. Nunca es bienvenido, imagino, pero es un huésped que llega y, a menudo, se instala sin más. Si nos ayuda a seguir adelante, a ser mejores, tendrá un sentido; de otra forma, incubará más dolor. No es sencilla ni fácil esta convivencia, pero ¿cuál sí?  
 
La discapacidad, ¿de qué modo ha afectado a su aliento lírico?
 
La discapacidad es mi familia, mi amante. No podemos vivir sin pertenencias. La discapacidad visual, la ceguera, me acompaña desde hace casi treinta años, en los que ha habido de todo, como en cualquier otra vida humana. El aliento lírico al que aludes lo traía de fábrica, pero es indudable el aislamiento que conlleva la ceguera, cierta  indefensión, la alegría de no saberse solo como maravilloso contrapunto, la dignidad de tantos ejemplos en torno y más lejos. Cuando las dificultades son de verdad, reales, los sueños también han de serlo... los sueños son posibles, escribía mi amigo Pablo Guerrero. Digamos que la noche se hace hermosa, más hermosa, si cabe. Sí, caben tantos anhelos, proyectos, voces, afanes... y caricias, claro. 
 
¿Qué cosas resultan una caricia para el poeta?
 
Algo he apuntado en la respuesta anterior. El ensimismamiento del trabajo con las palabras y los sentimientos, ese universo que vibra y se fragmenta y hace añicos, y versos, se reconstruye una vez y otra mientras lata el corazón. Los encuentros a dos, a más, a muchos, a tantas y tantos, el entorno de la discapacidad... también una buena conversación, el grupo poético, la tertulia literaria, las clases de teatro, la formación sistémico-constructivista, la música... siempre la amistad, tan gratuita como deseable, los ratos de reparación, las personas anónimas que se acercan y ayudan en un momento dado... éste es un auténtico privilegio. 
 
Una última: ¿De qué cura la poesía?
 
La poesía no cura. Nada cura del hecho de vivir, de las despedidas definitivas, de tanto desconsuelo y desamparo. Pero procura, procura alegría, aliento, como bien empleas, una mirada limpia sobre el mundo, sobre las personas, sobre uno mismo, una mirada honesta y despojada de lugares comunes. 
 
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