A Francisco Morata lo conocieron muchas personas, muchas lo respetamos, muchos lo queremos, y ello desde el tiempo presente y por siempre. Porque luego llegó el olvido, el olvido y falta de recuerdos a su cansada mente, por una vida abrupta e intensa marcada por la enfermedad mental y la discapacidad a la que dedicó todos sus esfuerzos.

 

Sus amigos, su familia, la gran familia de la Salud Mental y la Discapacidad recordaremos sus chascarrillos y muletillas, fruto de su pensamiento y fuerte convicción: “de Cartagena, no de Murcia”, “si ladran es que cabalgamos”, y tantas otras para acabar en “la luz al final del túnel”.

 

Por un largo y sinuoso túnel transcurrió su vida, en el que las vacas flacas pacían a sus anchas, hasta convertirse poco a poco, y no sin esfuerzo, en algo mas gordas. Algo que Paco siempre valoraba de modo positivo, agradeciéndolo, viniera de donde viniera, porque su modestia, su calidad humana, no le permitía adjudicárselo en solitario.

 

Siempre reconocía el trabajo de sus compañeros de las juntas directivas, no solo de su asociación, sino la de todas las entidades afines y socias, a quienes motivaba e ilusionaba con  objetivos y proyectos comunes, con su talante conciliador y de consenso. 

 

Así como a los profesionales que trabajábamos en el sector, a quienes siempre nos exigía más y más, pero con reconocimiento y justa valoración. Sabía bien lo que quería, mejorar la vida de las personas, pero dejaba hacer respetando el criterio técnico y profesional. 

 

En sus relaciones con la administración y poderes públicos también tenía su propia “política”: ser apolítico, honradez personal e institucional, mostrarse empoderado por los derechos de las personas a las que representaba, que le otorgaban la fuerza de la razón y la legitimidad de sus reivindicaciones

 

Todo esto solo lo sabe y puede hacer un líder.

 

La luz eterna ha llegado al final de su túnel, y desde allí su recuerdo queda en quienes le conocimos, reconocimos y quisimos