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viernes, 07 de septiembre de 2018cermi.es semanal Nº 313

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Los raros

Carpenter, el amante que osó decir el nombre de lo que amaba

Por Esther Peñas

07/09/2018

Hay una estela de elegancia en su modo de habitar el mundo que brilla con la dureza del metal, una disposición notable a la rebeldía, una distinción de columna trajana en la práctica de sus convicciones. Basta contemplar su rostro, como un otoño sin esquinas. Lo preside la fiereza de lo digno resuelto en vida. Edward Carpenter (Sussex, Inglaterra, 1844- 1929). Poeta, místico, filósofo, activista. Fiador de los derechos de los homosexuales, de la igualdad de las mujeres, de un ecologismo tan humanista como nudista, del vuelo en alianza de los obreros, de un pacifismo espiritual… Edward Carpenter.

Edward Carpenter, poeta, místico, filósofo, activistaDe familia acaudalada y de tradición naval, generosa en prole (siete mujeres y cinco varones la compusieron), su infancia transcurrió entre juegos, caballos, paseos y lecturas. Estudió Teología en Cambridge e ingresó como coadjutor en la Iglesia Anglicana (ese entramado de amplia fraternidad en plena comunión con el Arzobispo de Canterbury), convirtiéndose en discípulo del párroco de su iglesia, Frederick Maurice, mentor del socialismo cristiano. 
 
Pero el cinto le constreñía. No estaba hecho para lo dogmático. Edward Carpenter. Abandonó los hábitos, que no la vocación, y comenzó a realizar tareas pedagógicas con los obreros, aunque sin mucho éxito. Se le propuso ser tutor del futuro rey Jorge V (el primero de la Casa Windsor), pero declinó. La monarquía y su símbolo resultaban desacordes a su composición del mundo. 
 
Fruto de su amistad con un discípulo de Engels, fue radicalizando su pensamiento político. Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma. Carpenter era afecto a este fantasma. Se unió a la Social Democratic Federation, pero la abandona por el carácter dictatorial de su dirigente, Henry Hayndman, y por su neurótico interés sobre la plusvalía, en detrimento de otros legados marxistas. Edward Carpenter.
 
No contenía fuerzas para denunciar en prensa los altos niveles de contaminación, ponía palabras a lo insalubre de ese humo negro (Calvino, años después, habló de él en ‘La nube de smog’), denunciando las muertes y las condiciones indignas que deparaba a los obreros. Combate el industrialismo de la era Victoriana. Para él no es progreso, sino barbarie. Prefiere el apoyo mutuo. Lo aprendió de Kropotkin.
 
En 1882, con 18 años, al morir el padre, hereda un cuantioso caudal que le permite un preludio de holganza proletaria. Huérfano también de madre, asume sin tapujos su homosexualidad. Viaja a la India. Desde entonces, calza sandalias. Carpenter, un héroe con sandalias. Viaja a la India, y cuando regresa, en 1891, conoce a George Merrill, hombre con el que compartiría el resto de su vida. Se van a vivir juntos, desafiando no sólo las correcciones morales sino las relativas a la distinción de clases, ya que Merrill no había recibido siquiera una mínima educación, dado su paupérrimo origen. Edward Carpenter.  Cuatro años más tarde, a Wilde le costó (abandonarse a “este amor que no osa decir su nombre”) dos años de cárcel. 
 
Edward Carpenter, poeta, místico, filósofo, activistaEscribe ensayos reivindicando el derecho al ‘Sexo intermedio’ y su capacidad redentora: “Eros es un gran elevador. Quizá el verdadero apoyo de la democracia, más firme que ningún otro, se trata de un sentimiento que traspasa fácilmente los límites de clase o casta, y une en el mayor de los afectos a los estratos más separados de la sociedad. Es notable lo frecuente que los uranistas de posición acomodada y alta cuna son atraídos por tipos más duros, como los trabajadores manuales, y frecuentemente surgen uniones permanentes de este tipo, que aunque no se den a conocer públicamente tienen una decisiva influencia en las instituciones sociales, costumbres y tendencias políticas”. Edward Carpenter. 
 
Su casa, alejada de las lenguas de vecindona, se convierte en un punto de encuentro de intelectuales: entre otros Tagore, Whitman, William Morris, Isadora Duncan, Jack London y E.M. Foster, que escribió su novela ‘Maurice’, basada en la relación de sus anfitriones y que llevó al cine James Ivory. 
 
En 1928, muere Merrill. Tres meses después, Carpenter sufre una apoplejía que lo postra a una dependencia radical. Para entonces, ha escrito páginas que distintos colectivos dominados siguen haciendo suyas: “La prostitución comercial del amor es el último resultado de nuestro sistema social, y su condena más clara. Hace alarde en nuestras calles, se esconde en la prenda de la respetabilidad bajo el nombre de matrimonio (…) se alimenta de la opresión y la ignorancia de las mujeres, de su pobreza (…) No hay solución, excepto la libertad de la mujer”.
 
Portada de "Mis días y mis sueños", autobiografía de Edward Carpenter, nuevo título de la colección literaria de CERMIEn ningún asunto la suya fue una escritura velada: “El cazador furtivo está afirmando un derecho (y un instinto) pertenecientes a un tiempo pasado (…) cuando la propiedad privada era un robo. El hombre que retuvo para sí mismo la tierra o los bienes, o que cercó una parte del terreno común sin permitir que nadie lo labre sin que le pague impuestos se convirtió en un criminal. Sin embargo, los criminales se abrieron paso hacia el frente y se convirtieron en respetables”.
 
Murió un 28 de junio de 1929. Edward Carpenter. Servidor de nadie. Abogado de los derechos de los animales, del vegetarianismo, de la libertad sexual, del movimiento anarquista y feminista, furibundo refractario de los latifundios, de la aristocracia., de la burguesía, del incipiente sistema capitalista… 
 
De Carpenter resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y pomposamente gemadas de los cantos ya amorosos, ya místicos, ya desesperados de este poeta, ya que en ellos está contenido un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional literatura modernísima”.
 
* El CERMI, en su colección ‘Empero’, acaba de publicar la autobiografía de E. Carpenter, ‘Mis días y mis sueños’, hasta ahora inédita en castellano, traducida por Borja Folch.
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