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CERMI.ES semanal el periódico de la discapacidad.

sábado, 18 de noviembre de 2017cermi.es semanal Nº 279

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"

Reportaje

Hacia un nuevo escenario para las personas con discapacidad psicosocial

A cara descubierta. Explorando el entorno laboral sin máscaras

Los beneficios y los perjuicios que origina “trabajar sin máscara”, que la enfermedad mental sea pública en el entorno laboral

18/11/2017

Beatriz Sancho

Hay un debate interno salvaje, tortuoso, pero necesario y justo de ser visto y actualizado, individualmente, dentro de cada persona con problemas de salud mental: el de ponerse una máscara o no en los ámbitos esenciales de sus vidas, especialmente en el trabajo, circunstancia de donde emana esa fuente de ingresos necesaria para que cualquier persona pueda realizarse como ser adulto autónomo, independiente. Ser transparente, ir a cara descubierta acarrea, sin duda, muchos beneficios para la expresión libre de la vida de cada persona con diagnóstico, pero también un coste personal invaluable e intransferible.

Detalle del cartel de la Jornada "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras"Sin embargo, los testimonios de las cuatro mujeres con discapacidad psicosocial que hoy comparten su experiencia, verifican que trabajar sin máscaras compensa incluso con lograr abrir camino a una sola persona con trastorno mental grave, que se encuentre aislada. Ese gesto generoso de descubrirse, de verse y dejar que te vean, de sentirse y permitir que te sientan es la única forma, no de enseñar, sino de transformar a la sociedad, y de transformarse íntimamente.
 
La honestidad de estas cuatro mujeres activistas, hablando en primera persona, quitándose esa máscara que solo niega lo que de veras ocurre, beneficia no solo a las personas que puedan ver su ejemplo, y tomar la decisión de exponerse, sino que la demostración de todas ellas, su exhibición existencial íntima, particular, el trabajo que están realizando al transparentarse tan salvajemente, también está abriendo el camino a otros humanos, los que sin enfermedad mental las observan sin más alternativa, si se atreven a mirar, que darse de bruces consigo mismos, y ver sus propios prejuicios, su autorrechazo, su ignorancia y su miedo reflejado en ellas: Esther, Mercedes, María Isabel y su tocaya Isabel. Gracias al coraje de todas ellas para abrirse a experimentar lo que sienten, conscientemente, en el contexto que sea, ofrecen esa misma oportunidad a su congéneres, la oportunidad de verse a través de ellas, a tiempo real -y quien se atreva, insisto-, y tomar consciencia para trascender sus propia mentalidad, sus propias barreras, ofrecen las posibilidad de que la transformación social sea una realidad venidera, pero de certidumbre palpable.
 
"Muchas personas personas con problemas de salud mental no cuentan su experiencia ni piden ayuda en su trabajo por miedo a perderlo o para evitar ser excluidos por los demás", sentencia el presidente de la Confederación Salud Mental España, Nel González Zapico a este periódico, con motivo del título de una Jornada técnica, "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras", celebrada en el Ateneo madrileño por el Día Mundial de la Salud Mental. Este tipo de situaciones, según el mandatario, tienen "un impacto negativo en el bienestar y evolución de la persona", y es que, obviamente: "A nadie le gusta sentirse juzgado, apartado de la sociedad o discriminado por algo de lo que no se es responsable, ni de lo que hay que avergonzarse".
 
Sin embargo, ya hay muchas, muchas personas con discapacidad psicosocial, con enfermedad mental, cada vez más, aunque siguen siendo pocas o aún quedan muchas por tomar la decisión con libertad y que ayuden a normalizar algo que es consustancial a la especie humana, que han decidido solicitar un trabajo o ir a trabajar sin máscaras, diciendo abierta y honestamente, que tienen un problema de salud mental, y con naturalidad, por coherencia, hacerlo extensible a otras o a todas las áreas de sus vidas. 
 
A todas ellas les compensa, a pesar de la dificultad, de los riesgos, de los dolores internos que sufren, porque ellas son pioneras en este camino que ocurre a tiempo real, aunque tengan que volver a tomar la decisión varias veces, según avanzan sus vidas y según los contextos en los que tienen que publicar su enfermedad mental. Por eso, continúan existiendo a cara descubierta, pertenecen a comités en primera persona de las entidades de la confederación estatal, y hoy nos narran lo que parece anecdótico a los ojos del lector, pero que solo por revivir la dureza de su experiencia al relatarla, revivirla, no lo duden, hay que reconocerles un mérito encomiable, y agradecerles su maestría, su poder, no de instruirnos, subrayo, sino de mudarnos, de reformarnos, de actualizarnos.
 

CUATRO FIRMES AMAZONAS

 
Esther Morras es la tesorera de Pro Salud Mental La Rioja (Arfes)y es socia de la entidad desde 1993, año en que descubrió que existía una entidad que podía ayudarle a incluirse en la sociedad, justo dos años después de haber sido diagnosticada de una enfermedad mental. Morras comenzó a trabajar a los 14 años, pero no fue hasta los 33 cuando tuvo su primer brote. Para entonces ya estaba casada y, "después de ingresarme, al volver al trabajo, como en una ciudad pequeña como es Logroño todo el mundo se entera de todo, no me quedó más remedio que contarlo". A partir de entonces,  asegura que nunca lo ocultó y recuerda que en 2003, cuando los testimonios salían en televisión con la cara tapada o en la oscuridad: "Yo salí sin máscaras, di la cara, y ya me grabaron en mi propia casa para retratar cómo me desenvolvía en mi vida cotidiana. Nunca me oculté", confiesa, "he ido con la cara descubierta a todo el mundo". 
 
Esther Morras siempre quiso trabajar. Sin embargo, cada cierto tiempo tenía que darse de baja y, en un momento determinado, la incapacitaron para trabajar. Lo peor fue, según recuerda, "perder mi trabajo y mi marido, a la vez". Tenía entonces 40 años, y las dos experiencias detonaron una nueva crisis. Reconoce que: "Fue muy duro. Solo tenía 40 años, pero tuve la gran suerte de que mi familia, que es la asociación, que lo es todo para mí, se volcara conmigo y, si estoy aquí", agradece, "es gracias a ellos".
 
Durante su experiencia laboral, en el mismo taller de punto, antes y después de vivir el primer brote de su enfermedad, la reacción de sus compañeras fueron variopintas. "Seríamos unas 19 o 20 mujeres, y hubo algunas que se alejaron. Sin embargo, nunca me he quedado en casa y siempre he hecho nuevos amigos y, afortunadamente, siempre he ampliado mi círculo de amistades".
Detalles de revistas de Consalud Mental y sus federaciones"Vivir sin máscaras es beneficioso porque es bueno sacar las cosas, y porque cuando escondes algo, tampoco te curas con ello"
Para la tesorera de Arfes trabajar, vivir sin máscaras es beneficioso porque "es bueno sacar las cosas, y porque cuando escondes algo, tampoco te curas con ello". Ratifica también que no es necesario publicar que se tiene un problema de salud mental, porque a nadie le importa, y que ella misma, al hacerlo ha tenido que oír críticas "muy subidas de tono: lo habido y por haber, pero es la ignorancia de las personas. Lo más duro es que la familia consanguínea sea la que menos te entienda. Eso es realmente muy triste". Por ello, como escenario cotidiano, Morras sueña con uno en donde toda la sociedad trate a las personas con problemas de salud mental igual que al resto, "sin más, porque somos iguales".
 
Por su parte, Mercedes Simal, del Comité en Primera Persona de la Asociación Aragonesa Prosalud Mental de Zaragoza (Asapme), es técnico en Salud Ambiental y, lleva seis meses trabajando como operaria en una empresa textil, en el departamento de envasado y etiquetado: "Todo un logro, tal y como está el mercado laboral actualmente".  Para ella: "No es importante decir que tienes un problema de salud mental en el trabajo, como no lo es decir si estás o no casada. Yo no voy presentándome: ¡Hola, soy una personas con problemas de salud mental!. Lo mismo que otras personas que tienen otras discapacidades, con quienes trabajo, y no se presentan al resto a través de su discapacidad". 
 
Sin embargo, Simal defiende que decirlo en el departamento de Recursos Humanos es más significativo para poder recibir una protección puntual. Pero insiste en que no es partidaria de decirlo abiertamente, públicamente, desde el principio. "Si te preguntan, es otra cosa. Yo se lo he comentado a compañeros, pero no al presentarme y, sobre todo, porque algunos de ellos también tenían un diagnóstico. Sé que compartirlo les ha ayudado a relativizar su problema de salud mental, y a sentirse liberados al poderlo hablar con otra persona. Es así como conseguimos darnos cuenta de que nuestra enfermedad mental no es tan excepcional, ni nuestra situación tan desastrosa".  Sin embargo, su decisión personal, y así desea que conste, es no decirlo en su entorno laboral, pero no porque le avergüence o porque tenga miedo de la exclusión, sino porque "quiero ser una trabajadora más y poder mantener mi intimidad como hacen otras personas sin diagnóstico, por cuestión de personalidad".
"Es crucial adaptar los puestos de empleo para personas con enfermedad mental (...) Trabajar sin máscaras ayudaría a concienciar al entorno y a normalizar la forma de ver a las personas con problemas de salud mental"
No obstante, Mercedes Simal sabe de los beneficios que proporciona ir "sin máscaras" a trabajar. En su caso, por su forma de ser, cree que haciéndolo podría obtener del empleador y de los compañeras una empatía que facilitaría la ejecución y la productividad en su trabajo; que lograría que le pidan las cosas sin exigencia, tratándola "de manera más suave e indulgente"; lo mismo que, en el caso de que alguien tuviera que evaluar su trabajo, podría lograr que por su enfermedad el evaluador lo hiciera de un modo, uno "menos invasivo, que me descoloque menos". 
 
Lo que sí es crucial para esta técnica en Salud Ambiental es adaptar los puestos de empleo para personas con enfermedad mental, y afirma que, efectivamente, trabajar sin máscaras ayudaría a concienciar a su entorno y a normalizar la forma de ver a este sector de la población tan numeroso. También a esta activista del movimiento de la discapacidad le gustaría poder ir al trabajo y caminar su vida sin máscaras: "Poder decir que tengo un problema de salud mental sin levantar prejuicios, críticas, mofa, burla o miedo, porque tanto valgo yo como cualquier otra persona".
Una espectadora leyendo la revista Encuentro de Con Salud Mental España"Quiero poder ir al trabajo sin máscaras, poder decir que tengo un problema de salud mental sin levantar prejuicios, críticas, mofa, burla o miedo, porque tanto valgo yo como cualquier otra persona"

POR EL FIN DEL APOCALIPSIS 

 
María Isabel García Peña, de 44 años, es socia de la Asociación Ayalesa de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (Asasam) desde 2008, y a medida que se fue estabilizando, la entidad le ofreció tomar mayores responsabilidades. Desde 2010, es miembro de la junta directiva de Asasam, y actualmente también pertenece al Comité en Primera Persona de Fedeafes. García Peña se mantiene activa en el mercado laboral. Acaba de finalizar dos trabajos, uno de formadora de costura a mujeres en riesgo de exclusión, y otro de usuaria de limpieza, y está a la espera de una nueva oferta de trabajo que le han propuesto. Además de trabajar es monitora voluntaria del programa paciente activo donde enseña autocuidados todo tipo de enfermedades crónicas.
 
Para esta mujer con TMG (Trastorno Mental Grave), el hecho de decir que tiene un problema de salud mental en el entorno laboral: "Es importante, pero en su justa medida. Si surge sí, pero cuando voy a un trabajo nuevo, de primeras, no voy diciendo que tengo una enfermedad mental, excepto si el trabajo ha surgido mediante la asociación. Entonces, lógicamente, ya lo saben. "Tenerla y decirlo o no decirlo no me impide trabajar, por eso digo que es importante en su justa medida. Personalmente, me siento más cómoda si se sabe", insiste García Peña, "pero decirlo hace mucho bien porque abre los ojos de muchas personas". 
 
"Tener una enfermedad mental y decirlo o no decirlo no me impide trabajar, por eso digo que es importante en su justa medida. Personalmente, me siento más cómoda si se sabe, pero decirlo hace mucho bien porque abre los ojos de muchas personas"
 
De hecho, dice que le ha pasado que en algunos de los cursillos que ha impartido, sus alumnas le han comentado que habían aprendido que: "Una persona con enfermedad mental es una persona como otra cualquiera. Y muchos", destapa, "se han dado cuenta, han sido conscientes, gracias a verme trabajar, funcionar como cualquier otra trabajadora, de sus prejuicios y de las ideas erróneas que tienen de las personas con enfermedad mental. Tomar conciencia les ha ayudado a cambiar esa forma de pensar y sentir, y lo agradecen, me consta". 
 
En este sentido, la miembro de Asasam  legitima que: "Los diagnósticos, al final, no son tan importantes, porque se trata de unos síntomas que en un momento dado puedes tener, pero que cuando te estabilizas no los tienes, y tienes una vida completamente normal. Es como el que tiene una diabetes, se la trata y puede llevar también una vida normal". "Y es que romper barreras, prejuicios de las personas de tu entorno", defiende esta activista, "hace mucho bien y lo ves cuando las personas que ya saben lo que hay, reaccionan positivamente y no se comportan en absoluto de forma diferente". "Solo tengo una enfermedad mental como quien pueda ser diabético o tener asma o una insuficiencia renal. Cuando trabajo", explica", "yo no pienso jamás en que tengo una enfermedad mental, acometo mis funciones y punto. Mi enfermedad no interfiere".
"Muchos se han dado cuenta de los prejuicios y de las ideas erróneas que tienen de las personas con enfermedad mental al trabajar conmigo, y tomar conciencia les ha ayudado a cambiar esa forma de pensar y sentir"
Con su actitud, su actuación, su honestidad al quitarse la máscara, lo que García Peña quiere es los futuros jóvenes que debuten en una enfermedad mental grave y busquen empleo, puedan sentirse cómodos, tener flexibilidad, sentirse a gusto desempeñando su labor. "Es importante que en el trabajo encuentren respeto y que puedan hablar tranquilamente de su problema de salud metal, sin miedo. Y una recomendación para las empresas que aún siguen poniendo barreras a las personas con TMG para contratarlas", reclama García Peña, "es que se pongan en contacto con las asociaciones pro salud mental para saber en qué mejorar, y para que derriben todas las barreras que nos ponen para incluirnos en el mercado laboral, para emplearnos". "Las personas con enfermedad mental deberíamos poder trabajar sin máscaras ya, porque, como cada ser humano, tenemos el mismo derecho y la misma libertad de ser como somos. El resto de la gente se pone sus propias máscaras, y poco a poco tendrán que atreverse a quitárselas también, y vernos sin ellas".
Público de la jornada "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras" en el Ateneo"Las personas con enfermedad mental deberíamos poder trabajar sin máscaras ya, porque, como cada ser humano, tenemos el mismo derecho y la misma libertad de ser como somos. El resto de la gente se pone sus propias máscaras, y poco a poco tendrán que atreverse a quitárselas también, y vernos sin ellas"
El último testimonio de personas con discapacidad psicosocial que se ha atrevido a quitarse la máscara en el trabajo, y que defiende las bondades de hacerlo, a pesar de los costes, nos lo ofrece Isabel Cabrera Lago, que tiene 39 años y, desde hace muy poco, forma parte de la junta directiva, como vocal, de la Asociación Cántabra Pro Salud Mental (Ascasam). También es miembro del Comité Pro Salud Mental En Primera Persona de la Confederación Salud Mental España, y demuestra en su relato cómo ha ido cambiando de opinión a medida que transcurría su vida, por las consecuencias experimentadas, pero cómo una fuerza interna presente en su interior la empuja, una y otra vez, a pesar del miedo a sufrir, a trascenderlo, y a reafirmarse en su decisión de dar la cara. 
 
Cabrera Lago, actualmente, no tiene inconveniente alguno en decir su diagnóstico (esquizofrenia paranoide), aunque no siempre fue así. Tiene un par de máximas muy útiles, quizás para todo el mundo: la de trabajarse la paciencia y, aunque tenga mil cosas en la cabeza, respirar y hacer una a una con calma, "tampoco demasiado despacio, pero con calma", que denota su inteligencia. Cuenta que tuvo que dejar la universidad, Administración y Dirección de Empresas, tras cursar la licenciatura más de dos cursos, porque debutó en la enfermedad mental.
 
Para no quedarse sin ningún título, hizo un ciclo formativo de grado superior en administración y finanzas, y cuando le faltaba una asignatura para terminarlo entró a trabajar, como administrativo, en una empresa en la que estuvo cinco años, justo cuando vivió un segundo brote por el que: "Tuve que dejar de trabajar".  "Al principio no le dije a mi empleador que tenía una enfermedad mental, pero al año, confié en él, ya que se trataba de una pequeña empresa de diez empleados con lo que no tenía apenas contacto, y como compartía la oficina con mi jefe, le conté que estaba visitando a  un psiquiatra, y que tomaba antidepresivos en lugar de antipsicóticos. Lo rebajé un poco porque", justifica, "porque en aquel momento, aún no tenía conciencia de enfermedad".
"Es muy importante decirlo. Yo sí lo diría, porque sé que voy a funcionar bien; porque estoy segura de mí misma, y porque tomo una medicación pautada con la que funciono bien; porque estoy en la asociación; porque puedo ayudar a otras personas a ver que, como yo, hay personas con problemas de salud mental, que lo decimos en el trabajo y seguimos empleadas, conservando el empleo"
Por lo visto, su jefe no dio mucha importancia a la comunión de la joven, sin embargo, durante los cuatro años siguientes que Isabel trabajó para él, según dice interpretar ahora, su superior comenzó a considerarla "más vulnerable, más manipulable, más maleable". Analizado retrospectivamente, la activista de Con Salud Mental, opina que: "Hubo abuso de poder por parte de mi jefe porque me recordaba, de tanto en tanto, que sabía que aún tenía una asignatura pendiente de aprobar y que, por tanto, no tenía el título. Eso me hacía sentir manipulada y maniatada".
 
"El hecho de haberlo dicho, en aquella experiencia laboral, que tenía un problema de salud mental, me perjudicó en lugar de beneficiarme", sentencia Isabel Cabrera. No obstante, a pesar de la experiencia y pasados los años, esta cántabra tiene muy claro a día de hoy que no solo se atrevería a decir que tiene una enfermedad mental en su trabajo, sino que: "Es muy importante decirlo. Yo sí lo diría, porque sé que voy a funcionar bien; porque estoy segura de mí misma y porque tomo una medicación pautada con la que funciono bien; porque estoy en la asociación; porque puedo ayudar a otras personas a ver que, como yo, hay personas con problemas de salud mental, que lo decimos en el trabajo y seguimos empleadas, conservando el empleo". "¿Por qué yo no? Ese es el mensaje", anima la miembro del Comité en Primera Persona de la confederación: "Llegados a un punto hay que decir: ¡A por todas! ¡Me da igual que no me contraten aquí! ¡Me da igual que también me rechacen allí! Alguna empresa habrá que confíe en mí, y me de una oportunidad laboral. Así que... ¡A por todas!".
"Llegados a un punto hay que decir: ¡A por todas! ¡Me da igual que no me contraten aquí! ¡Me da igual que también me rechacen allí! Alguna empresa habrá que confíe en mí, y me de una oportunidad laboral. Así que... ¡A por todas!"
Para la también vocal de la junta directiva de Ascasam, pertenecer a una entidad de Salud Mental a ella le ha ofrecido "seguridad y respaldo" para hablar en primera persona, para decidir que cuando trabaje lo hará sin máscaras,  porque sabe que puede "contar con el apoyo y el ampara de las personas que la conforman". Pero lo que más le ha sorprendido a Cabrera Lago es descubrir dentro de la confederación la coherencia interna de cada una de las personas que trabajan allí: "No solo defienden mis derechos, sino que me tratan como a una igual y, justo por eso, ahora me resulta más fácil admitir que tengo un problema de salud mental en los distintos contextos". 
 
Sin embargo, decir públicamente que tienes una enfermedad mental, ir sin máscaras en el trabajo y en el resto de tus ámbitos existenciales, también para Isabel Cabrero: "Tiene un gran coste porque hay gente que, en su ignorancia, se burla o se ríe de ti, incluso te tiene miedo. Y piensan: ¡Uy, tiene una enfermedad mental!, ¡Uy, es esquizofrénica, debe de ser muy rara!. Y eso no es lo único malo, sino que les das pie a que te escudriñen más, a que estén pendientes de ver cómo actúas, cómo hablas, qué piensas. Pensarán: claro, ahora está estable, pero ha estado loca, se le fue la pinza... Y eso", lamenta la activista cántabra, "duele mucho, mucho".
 
Isabel Cabrera, en su discurso, descubre, revela al mundo al convertirse en fuente periodística, que: "Hay una parte de autoestigma, del estigma de la propia persona con enfermedad mental hacia la enfermedad, hacia sí misma, que es lo primero que hay que trabajarse". Según cuenta esta cántabra, en su entidad hacen un mercadillo donde algunas personas de la asociación venden lo que hacen en el taller de encuadernación, y ella aún no ha sido capaz de ponerse en el puesto a ayudar a sus compañeros porque piensa: "Me van a ver mis vecinos; justo con los que no me llevo bien, y una de ellas me llamó una vez pirada, y si me ven, van a volver a pensar que, efectivamente, estoy pirada". Y llega, fruto del miedo, el sufrimiento antes de ver, experimentar, comprobar si se da en la realidad la situación pensada, o no.
"Hay una parte de autoestigma, del estigma de la propia persona con enfermedad mental hacia la enfermedad, hacia sí misma, que es lo primero que hay que trabajarse"
"Entonces digo que no, que no doy la cara, que no quiero que se burlen de mí, y que no tengo que pasar por eso, que conozco a mucha gente de Colindres, y aunque hay personas de allí que ya lo saben, otros no", rememora Isabel Cabrera. Y como a ella, situaciones similares les pasan, día sí y día también, a muchas personas con enfermedad mental, incluso habiéndose quitado la máscara en diversos entornos, y más de una vez.

Siguen replanteándose si esta vez les conviene o no, si sirve para algo, y continúan preguntándose cuál es el precio que tendrán que pagar por hacerlo una vez más, en este nuevo pasaje. "Yo me digo: no, no paso otra vez por este trauma, pero", se extiende la activista: "Al final, tú eres quien te quedas mal con tu conciencia, porque habías decidido vivir sin máscara, y como hay quienes lo saben y quienes no, por los que todavía no lo saben, para no volver a sentirte mal, avergonzada, señalada, excluida o burlada, decides que esta vez no te vuelves a exponer. Y así, de este modo, traiciono mi propia causa, aquello que me propuse como un reto. Así que no, llegado este punto, no puedo seguir haciéndolo". 
Momento de la jornada "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras" en el Ateneo"Al final, tú eres quien te quedas mal con tu conciencia, porque habías decidido vivir sin máscara, y para no volver a sentirte mal, avergonzada, señalada, excluida o burlada, decides que esta vez no te vuelves a exponer. De este modo, traiciono mi propia causa, aquello que me propuse como un reto"
Esto mismo, confiesa Isabel Cabrera, le pasó recientemente, en la celebración del Día Mundial de la Salud Mental: "Me asignaron una villa cercana a Colindres, localidad donde está la asociación. Y suspiré de alivio pensando que no me había tocado protagonizar el acto en Colindres. Pero luego, lo piensas y sabes que en la tuya, te puede pasar lo mismo. Así que tengo que volver a replantearme todo, y me tengo que terminar diciendo que me da igual porque, aunque me ha costado, poco a poco, me he ido creyendo que si yo me miro al espejo, me veo y, honestamente, me veo bien; y si me están diciendo que respondo bien, y el psicólogo, también me encuentra muy bien, y me dice que siga así... llega un punto en el que comienza a darme igual". 
 
La representante de Ascasam duda aún si tendrá el valor algún día de participar en el mercadillo de su ciudad porque: "¡Es muy duro! ¡Es que es muy duro!", exclama realmente dolida.  "Seguramente lo haré, porque me digo que, lo mismo, no pasará tanta gente como imagino el día que me atreva y, además, qué es lo peor que me puede pasar: pues que me vean y digan: ¡ay, mira esta, resulta que en el colegio la insultábamos llamándola "cabra", por su apellido Cabrera, y ahora resulta que sí que está como una cabra".
 
Según esta mujer con problemas de salud mental, justo por ese autoestigma a quien otorga tanta magnitud: "Una intuye, interpreta que la gente es cruel, que cierta gente, de mi quinta, sí se lo va a tomar así". "El autoestigma es un mecanismo de defensa de nuestro cerebro. Nos anticipamos a lo que pueden decir o pensar de nosotros. Pero, poco a poco, personalmente, estoy  llegando a un punto en el que me da igual. Me da igual salir en Antena 3 o en un programa de radio. Posteriormente, cuento te oyes piensas: ¡qué fuerte!. Pero es que si no, no avanzamos. Si no nos quitamos la máscara y contamos que tenemos una enfermedad mental, no avanzamos, no normalizaremos nuestra situación nunca. ¿Tanto teorizar y teorizar para justo cuando llega la hora de dar la cara no darla?".
"Si no nos quitamos la máscara y contamos que tenemos una enfermedad mental, no avanzamos, no normalizaremos nuestra situación nunca"

EL BENEFICIO, LOS DEMÁS

 
Para Isabel Cabrera lo importante de vivir sin máscara en los diversos contextos vitales es tener en cuenta si al hacerlo se está ayudando a otras personas. "Me enfoco solo en las personas que necesitan ayuda, solo en eso. ¿Voy a dejar de defender yo a esas personas que lo pasan fatal, que no salen de casa por esas otras personas que son ignorantes, porque no saben lo que es pasar por algo así, porque no lo han vivido de cerca? ¡No! Me compensa trabajar, vivir sin máscara. Pero es cierto que tiene un coste personal", alega, porque "para mí significa más presión, añadir un estresor más a mi vida, tener más cosas de las que preocuparme, y más cosas que me vengan a la mente que irrumpen, que me interrumpen". 
 
También sin máscaras es su escenario ideal para las personas con discapacidad psicosocial: "Claro. Llegados a este punto, me quito la máscara, ¡y que sea lo que Dios quiera!. ¿Me van a matar, que es lo peor que me podría pasar? Pues no creo. Como mucho podré sufrir, pero tengo un entorno al que ya les he demostrado que me he recuperado". De ese modo, piensa Cabrera Lago: "Todo el mundo comenzará a pensar que es cierto que las personas con problemas de salud mental son personas que tiene que tomarse una pastilla, como la que se toma otra para que le funcione bien el hígado. A ver si entienden", demanda la activista cántabra, que: "El cerebro es un órgano más y que, a veces, puede verse afectado y, en ocasiones, hay que estar de por vida, o no, tomando medicación para que ese órgano funcione a la perfección".
"¿Voy a dejar de defender yo a esas personas que lo pasan fatal, que no salen de casa por esas otras personas que son ignorantes porque no saben lo que es pasar por algo así, porque no lo han vivido de cerca? ¡No! Me compensa trabajar, vivir sin máscara"
"Por este camino", remata esta mujer con TMG, "ha de ir ese escenario anhelado, recorriéndolo a cara descubierta, porque si nos ocultamos y nadie de nuestro entorno sabe que tenemos una enfermedad mental, no estaremos enseñándoles nada, y el reto es conseguir que nuestra situación se normalice, y todo evolucione". "Igual, pasado un breve tiempo, aquel que dijo: ¡Ah, esa! ¡Está pirada!", aspira Cabrera Lago, "tiene que morderse la lengua o admitir que estaba equivocada. Todas las personas tenemos esa capacidad de reflexión, y algunas, al escuchar esos comentarios, podrían incluso salir en nuestra defensa diciendo: Pero, ¡¿tú que dices, hombre, si esa tía es cojonuda?!!".
 
Esos "poco a poco" que menciona reiteradamente, casi inconscientemente Isabel Cabrera Lago, son los que la catapultarán a darse cuenta de que ya no le quedan más máscaras por quitarse, que ya va sin ellas, aunque sepa que puede ponérsela cuando quiera, como en el caso del mercadillo que menciona, sin que su moral, su ética, su autoexigencia se lo cuestione como una traición propia o una incoherencia. Y prueba de ello es que, según relata a 'cermi.es semanal' su valiente participación en una investigación organizada por la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN), que culminará en un libro, y que primero se difundirá a modo de ponencia y bajo el título, no sugerente, sino premonitorio de: "En espejo".
 
La singularidad de este trabajo radica en estar basada en las definiciones de conceptos psiquiátricos y psicológicos dados por escrito por parte de personas con TMG. "Han pensado que sería muy bueno basarlo todo en lo que el paciente tiene que decir, por haberlo vivido, y vivirlo todavía, en primera persona", explica Cabrera: "Se trata de describir lo que es un delirio, la tristeza, estar ingresado en un hospital psiquiátrico, cómo es tu día a día allí, qué se te pasa por la cabeza, etc.".
 
Ella no quiso dejar pasar esta oportunidad porque: "Tengo mucho que aportar después de haber visto fallos en el sistema, y si se puede conseguir algo. ¡Yo me he desnudado!", se felicita: "Es muy duro de leer lo que he escrito, pero me he dado cuenta de lo importante que es dar la cara". De hecho, la activista del movimiento asociativo de la salud mental expone que, a pesar de ser anónimo el cuestionario de la investigación, ha decidido dar su nombre y apellidos para que puedan contar con ella para lo que necesiten porque: "Somos nosotros quienes, según las investigadoras, vamos a enseñar a los y a las psiquiatras, y los psicólogos y a las psicólogas a describir y reescribir los conceptos psiquiátricos y psicológicos desde el punto de vista del paciente".
 
"Es muy duro ser transparente", subraya, "y esto ya es lo máximo que me habría planteado hacer. Podía haber guardado el anonimato, pero no he querido para poder ayudar más, ahora o en un futuro. Hay mucho en lo que indagar, mucho de lo que hablar. Nuestras experiencias son durísimas, de una intensidad casi inenarrable, y de las que muchas veces te sientes avergonzada de contar, porque no sabes ni cómo se te pasaron ciertas  ideas por la cabeza". Isabel Cabrera, no obstante, se siente complacida de su participación en la investigación y certifica que si bien: "Es cierto que sí tiene un coste personal hablar sin máscaras en el trabajo, en todo contexto vital, también tiene un beneficio colectivo, un beneficio social muy, muy grande. ¿Quién te dice a ti que a una persona con enfermedad mental que vive en un entorno rural no le va a llegar a sus manos o a sus oídos esta información? Con que le llegue a una persona y le ayude, me doy por satisfecha". 
 
Momento de la jornada "Trabajar sin máscaras. Emplear sin barreras" en el AteneoIr sin máscaras en la vida es algo insólito para el ser humano desde tiempos atávicos. Todo el mundo tiene máscaras para cubrir ese, este, aquel y el otro aspecto que no le gusta de sí mismo, que cree vergonzoso admitir o mostrar, que piensa que, de revelarlo, recibirá críticas de los otros, que reunidas con las propias, le harán sentirse mal, sufrir, volver a esconder, a aislar esas partes de sí  o a buscar semejantes que sean cómo ese ser humano se define para justificar su forma de ser, su mentalidad. Ser trasparente, en el 2017, es aún imposible para casi todas las personas, porque serlo significa exponerse, y nadie quiere exponerse porque, en esta época, aún va ligado a sufrir, a dolerse profundamente, a lidiar con la incomprensión y la incongruencia propia y ajena. 
 
Gusta todavía excesivamente poco, que nuestros congéneres se muestren tal y como son ante nosotros, ante nosotras, pues nos vemos reflejados, reflejadas, y eso nos obliga, de algún modo, a unos con más consciencia, a la autobservación, a la autoindagación, que nos devolverá, irremisiblemente, el reflejo de nuestras propias máscaras. Puede que ni aún así logremos verlas, y sigamos como hasta ahora proyectándolas. Pero exponerse es brindar caridad, generosidad en estado puro, porque exponerse significa descubrirse, sentirse, mirarse, y al hacerlo damos la oportunidad de que los otros, las otras nos descubran, nos sientan, nos vean, única vía, único camino de transformación personal, de transformación colectiva, ya que la experiencia auténtica no es enseñable, solo vivible. Exponernos para sentirnos, para que nos sientan, para que nos reconozcan y nos comprendan como lo que siempre fuimos, una parte suya, de la misma humanidad que compartimos.
 
Sin embargo, esto no es algo que ocurra leyendo estas palabras, hay que serlas, hay que ver, vivir, andar juntos esta experiencia, personas con y sin problemas de salud mental, para que la transformación real ocurra, suceda, y el "sea", presente de subjuntivo, se transforme es indicativo de presente, en un presente, en el presente mismo. 
 
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